Ensonnacionesmarianas es un blog abierto a la reflexión propia y ajena sobre cualquier tema sobre el que deseemos pensar. El ensueño tiene que ver con la idea antigua del sueño como camino al conocimiento (por ejemplo, El primero sueño de Sor Juana).

F(h) Consultora en PYMES y ONGs

jueves, 27 de enero de 2011

20 años después

Hoy, se cumplen 20 años de mi estadía en Buenos Aires. Reconozco que este aniversario me pegó fuerte por diversos motivos y que vengo evaluando este tiempo que pasó hace unas semanas.

Recuerdo que el día que llegué todo siguió igual, puedo ver claramente cómo en el sillón de esa casa nueva, que era un departamento que me quitaba mi patio y me alejaba de mi niñez, jugábamos con mis hermanos al juego que jugamos siempre, mi hermano era mi hijo Petito, me llamaba "momó" en lugar de "mamá", y mi hermana su tía.

Luego, los años me fueron quitando cosas, sumando dolores y, si bien hace mucho tiempo no estoy en Misiones, siempre me sentí parte de esa tierra, aunque no la vea, supongo que es la forma en que me enseñaron a querer y recordar mi lugar de nacimiento, con distancia y lejanía, con morriña más que nada, como una tierra prometida que nos fue negada. Y es que Misiones fue mi paraíso, mi infancia, mis papás, mis hermanos siempre tan fieles compañeros de aventuras, mi espacio reducido, su calor, el edificio de la calle Lavalle con mi Yaya, mi querida Yaya cantándonos tangos (El pañuelito blanco), la heladería Roma, el río, río, mío, mío... la vereda de San Carlos, el Santa María, la clase de danza, el dije en Marco Polo, California es el supermercado que le conviene más, la religión y su silencio. Muchas cosas.

Cuando llegué a Buenos Aires, no era la tierra desconocida, era la tierra deseada que pronto dejaría de serlo. Fui reconstruyendo mi niñez con recuerdos de vacaciones invernales en la casa de la Yaya, mi querida Yaya. La calesita de la plaza Primero de Mayo, la Plaza Congreso y sus palomas. Pero nunca llegó a pertenecerme esta ciudad, siempre me sentí de paso.

Estos días, estuve pensando qué me dio Buenos Aires en estos 20 años, haber venido. Y se me ocurrieron varias cosas como las amigas (Valu y Ceci, este año se cumplen 20 años de que las conozco, Noelia y Valéria a quienes conozco hace 10), la facultad, el colegio, el trabajo, la sobrina, la Cuqui, claro, la Reina, el Pucho, Leoncito.

Sin embargo, recién mientras leía mi libro de Almudena, me di cuenta de que esta tristeza que me venía embargando desde hace unos días hoy se disipó cuando Sele me regaló una de sus sonrisas, le dije que me diera un beso, me abrazó, me besó, la besé y le dije que la quería mucho y ella me respondió que ella también a mí.

Si en este instante alguien me pregunta por qué valió la pena haber venido y dejado el Paraíso, haber pasado lo que pasé, bueno y malo, le puedo responder que vale la pena haberlo hecho por ese piojito, por ese instante, por ese beso, por ese abrazo, por ese te quiero. Si algún día leés esto, piojita, sabrás que ese instante, hoy, valen esos 20 años.

martes, 25 de enero de 2011

A veces, me pongo a pensar...

qué buen personaje de novela sería Justa Villoslada Fernández, asturiana, nacida a finales del siglo XIX (murió el 26 de abril del 62 con 74 años), con poca educación o nula. Hija de madre soltera porque el padre no había querido reconocerla y, cuando el padre dio marcha atrás, la madre dijo que ese hijo era solo suyo. Por parte de ella, tenemos parientes que no lo son, apellido Alonso (nos evitamos lo de "Alonso, cuanto más grande más sonso") y dice mi mamá que hace unos años conoció a una Alonso pequeñita que era rubia como mi hermana de chica y entendió un poco por qué su hija era rubia.
Justa, mujer viuda a los 27 años, de su marido marinero, Santos (quien vea su foto y conozca a mi hermano puede creer que uno es la reencarnación del otro), quien fue llevado por la fiebre amarilla, si mal no recuerdo, algún hijo muerto de pequeño y, cuando finalmente tiempo después se estaba sacando el luto del marido, tuvo que enlutarse hasta el fin de sus días por la muerte de un hijo (Ricardo). Algunos de ellos, dos si no me engaño (Segundo y Ramón), uno seguro porque fue mi abuelo, estuvieron en la guerra. Cuidó a algunos de sus nietos, entre ellos, mi mamá. Con su hermano por parte de padre, no se hablaban pero se protegían cuando estaban en problemas, códigos de hermanos que saben que lo son, aunque no lo sean. Escuchaba la Pirenaica, la radio prohibida, estilo radio Colonia en Argentina en la época de los militares y, también, escuchaba fútbol y admiraba a Di Stéfano, la saeta rubia. Dos hijos emigrantes y una nieta también. El día en que ayudó a parir a una de sus nietas su segundo hijo, dijo que ya había hecho todo en su vida y que podía morirse, se recostó y no despertó.

Creo o supongo que estaría a favor de la República, lo intuyo o es lo que prefiero creer. De lo que no me caben dudas, es de que debe de haber sido una mujer excepcional, es decir, una excepción, una mujer que no necesitaría cortarse el pelo a la garcon para reinventarse.

A veces, me pregunto si tendré algo de ella.

sábado, 22 de enero de 2011

Reivindico el espejismo de intentar ser uno mismo

Se están por cumplir 20 años de mi estadía en Buenos Aires. Y, de pronto, trato de evocar recuerdos de Misiones.

Calor, mucho calor, de un intenso amarillo que se vuelve naranja por las tardes. Vereditas llenas de tierra, aunque no sean de tierra... todo se llena de tierra. Tierra y sol, aire caliente y agua que mana, los cuatro elementos completan el cuadro.

Moscas que pasan, en tamaños irreales, cucarachas que sobrevuelan mi cabeza, cascarudos por las noches, mosquitos sedientos de roja sangre, un murciélago que pasa rasante y bebe agua de la pileta.

No extraño nada de esos insectos que ocupan el lugar por derecho propio, ni la tierra, ni el calor.

Sólo extraño esas veredas, mis hermanos en ellas, los juegos, las risas, ese eterno verano que fue la infancia y que ya no está. Ese río a lo lejos que ni siquiera permitía soñar y ser utópico con la otra orilla porque ahí, enfrente, veíamos el verde de la otra costa. Ese límite, ese espacio reducido, esa cajita de cristal, mi mamá y mi papá, la pileta, la cancha de tenis, el topetó, la clase de danza, el helado en la heladería Roma, la revista Barbie el domingo, las chatitas que lastiman los pies y el talle princesa para la misa, esa sensación de pago chico, ese acento de las entrañas, esa protección de lo individual que acá no hay.

miércoles, 5 de enero de 2011

Llegaron ya, los reyes y eran tres: Melchor, Gaspar y el negro Baltazar...

Cuando era chica, había algo en los Reyes que me fascinaba más que Papa Noel, imagino que porque mis padres son españoles y estaban acostumbrados a eso. Recuerdo una tarde en que, en el patio de casa, mientras caía el sol, yo, rescostada en el piso con una birome en una mano y un bollito de dulce de leche en la otra, escribía la cartita. Es decir, al menos, tenía 5 años y todavía creía en eso.

Tengo una noche muy marcada, en que me despertaba constantemente para ver si oía que llegaban los camellos y, cuando dormía, soñaba con Mickey, supongo que representaba el mundo maravilloso de los juguetes, el asombro...

Cuando me levanté, fui hacia la puerta que daba al patio de casa. Estaba cerrada y los zapatitos adentro, o sea, ellos tenían que sacar la tranca que mi mamá pasaba por adentro. Pero eso nunca me llamó la atención. Recuerdo haber encontrado un mazo de cartas españolas y una tortuga con el cuello muy largo, ojos maquillados y llena de florcitas, que aún conservo. Me abracé a la tortuga y, cuando mamá abrió la puerta, salí al patio y pensé, al ver las rejas que lo rodeaban, cómo habrían entrado. Pero no esperé que mi cabeza diera una respuerta lógica, al fin y al cabo, eran los reyes magos. Por lo cual, simplemente, entré a disfrutar de mis regalos.
Tantos años después, recuerdo eso muy vívidamente, aunque no sé por qué, siempre que me recuerdo de chica, me recuerdo viéndome desde arriba y desde lejos, como si yo no estuviera más en esa nena, como si yo no fuera ella. Y es maravilloso recordar esa inocencia, esas cosas incomprensibles que no queríamos comprender. Sobre todo, teniendo en cuenta que iba con mi mamá a comprar los regalos.
Espero que esta noche los reyes me dejen algo, aunque no deje los zapatitos en la puerta, aunque no les pido nada que sea material.

lunes, 3 de enero de 2011

Rebelión en la granja

Voy a empezar diciendo que Gran Hermano no es un reflejo de la sociedad, no, es sólo un juego. Sin embargo, es un juego organizado por gente que vive en esta sociedad, por lo cual, ciertos patrones que nos guían aparecen en él, como ejemplo, que haya reglas a no ser violadas. Si alguna de las reglas se quiebra, uno puede usar armas que conoce para reclamar.

A Gran Hermano 2011, creo que el tiro le salió por la culata porque quiso punir y olvidó la parte de tener que responder a reclamos. Clásico, el que pone las reglas, muchas veces, se cree que puede violarlas. Me hace acordar a cuando Sofovich jugaba al Jenga. Por un lado, la postura "saquémonos los micrófonos" o "no participemos de los juegos" no es válida porque en las reglas dice que deben usarlos y que deben participar. No obstante, en las reglas, también, dice que si necesitan psicólogos o médicos podrán solicitarlos. Y ese es el reclamo valedero. Convengamos que estos participantes no tienen muchos medios de reclamar, sobre todo, porque entraron por gusto (lo cual no implica que uno permita que violen un contrato los productores) y porque están encerrados. Es decir, cuando voy al cine, lo hago por gusto lo que no permite que el dueño del cine me pase la peli que quiera, que la pase por la mitad o que me viole en la sala. Por otra parte, todos los que participan en televisión, la gran mayoría, en realidad, le da la razón a la producción. Esto me hace acordar a cuando jugaba a las damas con mi hermana y se inventaba las reglas y que, cuando yo reclamaba, tiraba el tablero a la mierda. Telefé quisiera tirar el tablero a la mierda.

No deja de ser un juego, pero escuché a raíz de este juego algunas cosas interesantes. La primera fue de Carlos Sturze en Zapping diario. Frente a la postura de Laura Ubfal, que sostiene que refleja a la sociedad y que refleja tomas de colegios, piquetes y demás, este señor le dijo que no refleja nada y que no se los puede tratar de delincuentes por un juego y tampoco a los que toman los colegios y realizan piquetes. Por qué destaco esto, porque vengo escuchando que ahora se hace política con la toma de espacios y habría que pensar por qué se llega a esto. De hecho, Sturze decía que el problema es que Macri no calefaccionó colegios.

Otra cosa que me llamó la atención fue que una de esas supuestas "huecas" le dijo a Rial, cuando él comentó que la producción estaba tomando nota de los reclamos de ellos, que cómo tomaba nota ahora si ya lo sabían. En fin, creo que el medio los convierte en vacíos, tampoco les proponen actividades que no los hagan ver como ratas de laboratorio.

Otro participante, llamado Pepa, me sorprendió cuando dijo, primero, que con la comida no se castiga (es que si les sacan la pileta, chicos, no los vemos en bolas) y que no era justo que comieran menos los que no habían participado en los juegos como sí lo había hecho él. Convengamos que no estamos acostumbrados a que la gente se haga cargo de sus cagadas, por lo cual, me sorprendió mucho.

Por último, la producción decidió someter a votación el castigo. Es decir, hagamos que la gente decida porque Vox populi, Vox Dei, o mejor dicho, ¿quién mató al comendador? Fuenteovejuna, lo hizo. A veces, trivializamos la democracia. Abusamos de nuestros derechos y escondiendo la cara, nos masificamos (cosa que se les criticó a estos pibes) y nos creemos en el derecho de decir lo que se nos antoje en el orto sin pensar si ofendemos o si nos metemos donde no debemos. Y eso es un abuso, no el ejercicio del derecho. Esto no deja de ser un juego, pero, creo, tratar de convertir al público en Fuenteovejuna es no tener huevos para tomar una decisión en que Gran Hermano demuestre que las reglas son de la producción para la producción, que solo las tiene que cumplir una parte (o sea, los participantes) y que Gran Hermano seguirá cagándose en lo que prometieron en un contrato que iban a conceder. Como siempre en nuestra sociedad, gana el más fuerte y nos quieren hacer creer que esto es un reflejo de la sociedad en que hay que castigar desmanes de niños descontrolados, no dándoles de comer y, por qué no, asustémoslos también con el cuco.

Se darán cuenta de que estoy de vacaciones, viendo programas de alto contenido cultural. Me dio placer que alguien haya decidido decir "dame lo que prometiste".