No fue a las cinco de la tarde, a las cinco en punto de la tarde. No. Fue secuestrado en la casa de uno de sus amigos (no se puede llamar a eso detención) y llevado a "paseo", eufemismo que se usaba en España para hablar de fusilamientos. Dicen que murió un 19 de agosto, pero tampoco es un dato certero, se sabe que murió por esas fechas. A su padre, le habían pedido un rescate, el cual fue pagado por él cuando su hijo estaba ya muerto, aunque él no lo supiera. Esto fue durante la guerra. Y aunque quisieron callarlo por republicano y por ser declaradamente homosexual, mataron el cuerpo de un gran dramaturgo y poeta. Pero sigue vivo.
Entre otras cosas, Wikipedia aún hoy dice que su cuerpo fue enterrado en una fosa común junto a los cadáveres de un maestro nacional, Dióscoro Galindo, y los de los banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, ejecutados con él y cuya fosa se encuentra en el paraje de Fuente Grande, en el municipio de Alfacar, provincia de Granada. Sin embargo, esto creímos muchos por mucho tiempo. Nunca habían exhumado los cuerpos. Siempre tuve la intención de ponerle flores en ese lugar cuando fuera a Granada porque nunca fui a Granada.
Este año, sentí felicidad cuando dijeron que, por fin, harían las excavaciones correspondientes a pedido de algunos familiares de los otros fusilados. La familia de él se oponía. Pero yo, aunque no me una la sangre con él, siento que me unen esas obras trágicamente españolas, que llevo en la sangre y, también, Buenos Aires. Caminando por Avenida de Mayo, veo el teatro en que estrenó algunas de sus obras, el Teatro Avenida y, también, las placas que lo recuerdan en el Hotel Castelar (lugar donde recrearon la habitación en que se hospedaba) y en el bar Iberia, bar en que pasó tiempo Federico, antes de la guerra claro, si su muerte vino con ella. Ese bar en que supieron juntarse los españoles republicanos y que está en frente de un banco que supo ser el bar España, lugar de encuentro de los nacionales. Y, aunque suene raro, llegó a haber una disputa callejera en que se tiraron sillas de una vereda a la otra porque la guerra había venido con ellos.
Las excavaciones se hicieron y no hay muestras de que nunca nadie haya sido enterrado allí. Cuando leí eso en el diario ayer, casi me pongo a llorar al pensar que Federico, mi Federico, es un desaparecido más. Y es que, aunque no tuviera una tumba propia, sabíamos y teníamos la certeza de que estaba allí. Certeza que perduró, nada más y nada menos que 73 años, la misma edad que tiene mi papá, toda una vida. Y es que fui muy feliz cuando en España empezaron a luchar por recordar con libertad y no digo a recobrar la memoria porque todos sabían y callaban. Pero la memoria o los saberes populares, a veces, fallan. Y la tumba no estaba allí, ni sus huesos.
Porque aunque fuera una fosa común era saber que era su tumba, su memoria, su reposo. Y, de pronto, esos 73 años se esfumaron, para saber que hay que buscar un cuerpo más, varios cuerpos más: el de él y el de quienes con él estaban.
Porque sólo él hubiera podido escribir una muerte tan trágica.