Ensonnacionesmarianas es un blog abierto a la reflexión propia y ajena sobre cualquier tema sobre el que deseemos pensar. El ensueño tiene que ver con la idea antigua del sueño como camino al conocimiento (por ejemplo, El primero sueño de Sor Juana).

F(h) Consultora en PYMES y ONGs

domingo, 27 de abril de 2014

Después de mucho leer sobre la guerra civil, de ver pelis, de ver documentales, de preguntarle a mi mamá, de hablar con Bego, llegué a la conclusión de que esa obsesión mía, sin dudas, tiene que ver con que espero que, en algún momento, alguien me diga que fue mentira, que no es posible tanto dolor, tanta mentira, tanta masacre. Creo que estoy esperando que alguien me diga que puedo despertar de ese mal sueño, que alguien me diga que mis viejos no fueron producto de eso y que no sufrieron lo que sufrieron.

jueves, 24 de abril de 2014

Mamá no tenía internet

Creo que nací gracias a que mamá no tenía internet.

Cuando le armaron la cita a ciegas (vaya Dios a saber cómo le habían vendido al paquete), mi mamá acudió al bar en cuestión. La consigna de la vendedora fue "conozco a un gallego cabeza dura como vos". No se equivocó la santa señora, a la que le agradezco mi existencia en este mundo.

Mi mamá llegó a la cita sin haber revisado el perfil de papito en face: no vio fotos de sus parrandas en Avenida de Mayo con sus amigotes, no vio fotos de ellos borrachos parando patrulleros (esto es real), no lo vio a mi papá todo desprolijo con la ropa desacomodada...

Y llegó a la cita. Y lo vio. Y le pareció todo lo que le hubiera parecido si lo hubiera visto en face e hizo lo que hace Mariana, o sea yo, cuando alguien por face me tira los galgos y no quiero, huir. He aquí una persona que no se bancó lo que vio.

Un hombre decidido es ese señor que tiene que agradecer no haber tenido face porque, de lo contrario, la cita no hubiera existido porque ella no hubiera querido. Si ellos hubieran tenido face, mi viejo la hubiera perseguido como lo hizo. En cuanto la vio entrar en una farmacia (gran huidora mi vieja), él llamó desde un público a la celestina (porque mi viejo no tenía celu que le facilitara nada, pero tenía decisión y pelotas, dos cosas importantes que los hombres no suelen tener). Le preguntó si mi vieja iba vestida de determinada manera, se lo confirmaron y, cuando mamá salió de la farmacia, vio un señor que no tenía face, pero sí mucha decisión que le dijo "creo que usted y yo teníamos una cita".

Mi vieja no tuvo otra opción que aceptar y, desde ese momento, el señor que tenía decisión la hizo reír mucho, pero mucho. Creo que mi vieja quedó embarazada de una carcajada (no pensemos qué hacen papá y mamá, por favor). Y estuvieron juntos hasta que él la hizo llorar mucho, pero mucho. Y se amaron mucho más allá del tiempo que estuvieron casados, pero no pudieron manejar tanto amor.

Gracias mundo por haber, en algún momento, permitido que internet no existiera.

martes, 22 de abril de 2014

Sobre mi guerra interminable

Mañana, 23 de abril, es el día de la lengua debido al aniversario del fallecimiento de Cervantes. Qué mejor que hablar de un libro, de esos libros que te llenan el alma porque hablan de tu cultura, de tu historia, de tu memoria.

Almudena Grandes en sus episodios habla de mi historia porque, aunque yo sea argentina, hay cosas que nadie puede entenderme ni puede compartir conmigo si no pasó por algo similar. En verano, cuando fui al barnetegi de San Nicolás, llevé unas rosquillas de la receta de Inés porque dos amigos que habían leido el libro me habían pedido que hiciera. Cuando le comenté a Bego, me dijo "¿las que tienen anís? así las hacía mi tía". A los pocos días, en medio de una clase en que nos preguntaban por las cosas más raras que habíamos comido, ella dijo "mi mamá comió gato". La miré con sorpresa y dijo "mi papá también". Por las dudas, ella me aclaró que su mamá lo había hecho durante la guerra y yo dije que mi viejo también.

Pasaron un par de meses y fui a su casa. Abrió la alacena y me reconocí de nuevo. Me di cuenta de que ella entendería por qué siempre tengo comida suficiente como si fuera a pasar una guerra, precisamente. Sentí que ella entendería por qué me agarra un ataque si me falta aceite, aceite que mi mamá me había enseñado no solo a tener en cantidades, sino también a reutilizarlo (incluso, en las mejores épocas económicas de mi familia) porque el aceite hay que cuidarlo. Y, siempre, aclaraba lo que costaba comprarlo cuando ella era chica. Dejé de reutilizarlo recién cuando mi hermano el químico dijo que eso hace daño, y me di cuenta de que puedo comprar aceite sin endeudarme.

Con Bego, además del gato y de las alacenas, compartimos la noción de que dar de comer es una excelente forma de demostrar cariño (por eso acarreé en una valija rosquillas hasta San Nicolás), aunque no nos guste cocinar. Entendemos que cocinar es una forma, también, de canalizar angustias y de decirle a esa otra persona "estoy acá". Cuando tuvimos la charla del gudari de ella que se iba y al que le cocinaba mucho, le dije que tendría que leer Inés y la alegría, que se reconocería en Inés cocinando para todos, en Inés prometiéndole los cinco kilos de rosquillas al Comprendes para cuando entraran a Madrid.

Hace un par de días, le dije que también tiene que leer el de Manolita y me preguntó "¿estamos en ese?" porque, en definitiva, Almudena habla de nosotras y, automáticamente, le dije que estamos en todos, pero porque es parte de nuestra historia común. Después de decirle eso, me quedé pensando que no, que nadie cocina, aunque Manolita le da de comer a todos los que quiere, inevitablemente. Pasó un día y me dije "sí, estamos", estamos en los paquetes que ella lleva a la cárcel a los que ama aún sin tener ella para comer, estamos en la cola de Porlier reconociéndonos con una historia común de dolor (como Manolita y Rita) y riéndonos de nuestras costumbres de cocinar, de las alacenas, riéndonos como Rita y Manolita mientras esperan y mientras la madre de Rita se enoja de que se rían en ese lugar.

Creo que Almudena no podría haberle puesto mejor nombre a la serie. Esa guerra para muchos no terminó, se transmitió de muchas maneras, se transmitió a través de madres como la de Bego y la mía que nos enseñaron que siempre hay que compartir con el que menos tiene, aunque uno tenga poco, a lo Manolita (no me hace falta saber que la madre le transmitió eso a Bego, lo veo en ella y en su hermano). Porque, como me dijo una vez mi mamá cuando cocinó el día que nevó en Buenos Aires hace unos años, "esa gente necesita ahora, ese muchacho podría ser mi hijo". Sin quererlo, me dijo a mí lo mismo que su abuela le había dicho a un muchacho barbudo y delgado que un día, terminada la guerra, le golpeó la puerta pidiéndole un plato de comida, que venía de la guerra. Ella lo invitó a pasar y le dijo que sí (y eso que no tenían nada de nada) porque si su hijo tocara en alguna puerta ella querría que le dieran de comer. Fue ahí cuando ese muchacho, mi abuelo, le dijo "¿tan cambiado estoy madre que no me reconoces?". Y así funciona, dar amor por medio de la comida como Inés (que es regalar vida, qué mejor regalo), dar aunque uno no tenga a lo Manolita (cuando Jesús reparte panes y peces no hace milagros, da lo poco que tiene) y darlo a cualquiera porque uno en los seres que ama, ama al mundo por completo.

No. Esa guerra no se terminó, y no creo que se termine en mucho tiempo porque muchos no permitiremos olvidar.

domingo, 20 de abril de 2014

"Ir a misa no era de hombres". Eso leí en Las tres bodas de Manolita de Almudena Grandes. Fue instatánea la aparición de imágenes en mi cabeza: mi papá con su ambo celeste dejándonos en la puerta de la iglesia, mi papá al fondo en todas las fotos de mi bautismo, mi papá no yendo nunca a misa y, al mismo tiempo, no soportar que se hablara mal de Dios.

Y es que la cultura la llevamos en las venas, corre por dentro. Él no iba a misa, no iba a la iglesia, no creo que rezara, pero siempre, siempre, los domingos de Pascua, las navidades y las fechas patrias me llamaba para desearme feliz día.

Este es el segundo año en que mi viejo no me saluda, en que no me desea felices pascuas. Fue hoy al despertar que tuve la certeza de que nunca más, por mucho que quisiera, volvería a verlo, que nunca más comería con él y que nunca más podremos decirnos que nos queremos con esa forma tan tosca que teníamos (yo tengo) de querer.