La vida me encuentra un tanto ocupada entre estudio y trabajo, cualquier cosa con tal de olvidar lo que nunca se olvida.
Y, mientras les enseño a mis alumnos de tercer año sobre las variedades dialectales y los préstamos lingüísticos, un calco del francés se lleva a cabo en Paraguay (un golpe de Estado), justo el mismo día en que le proponía a Cledy y compañía que me armaran un pequeño diccionario del viajero en que constaran las preguntas y respuestas básicas que se hace la gente cuando se conoce, y su respectiva traducción al guaraní y al quechua.
Y qué decir, si ahora los golpes son más legales que nunca, más civiles y desenmascarados que antes, asumidos legalmente y vistos en cadena.
Ya nada podemos esconder, ni la vergüenza ajena que esto provoca, la vergüenza de esta grosería que el mundo nos escupe a la cara.
Ahora, nosotros debemos esperar a otras guarangadas públicas que solo la Argentina permite: Moyano, Pando y el MST todos juntos y hermanados con quienes tienen clase, pero no dólares bajo el son de las cacerolas en la plaza de Mayo.
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