Ensonnacionesmarianas es un blog abierto a la reflexión propia y ajena sobre cualquier tema sobre el que deseemos pensar. El ensueño tiene que ver con la idea antigua del sueño como camino al conocimiento (por ejemplo, El primero sueño de Sor Juana).

F(h) Consultora en PYMES y ONGs

jueves, 10 de agosto de 2023

Distinto de aquel, pero casi igual

El año pasado, a partir de algo que conversé con alguien en twitter (¿uno de los vascos? es posible), volví a escuchar a Calamaro. Recuerdo que, un día, salí a una disquería de Corrientes (ya no quedan muchas) para ver qué encontraba de él. Compré Bohemio y Honestidad brutal. Los pagué en cuotas con tarjeta de crédito.

A principio de este año, me encontré que él había hecho una participación con Los Auténticos Decadentes. Hicieron una hermosa versión de "Costumbres argentinas". Lo que más me fascinó fue que el video está realizado en mi barrio, en la confitería El Molino. Y viajé. Viajé a mis 17 años. De pronto, me vi con el pantalón de educación física, las topper celestes, una cartera tejida (por mí) y mi walkman. Iba caminando al cole por Callao en dirección a Corrientes, oyendo Mi vida loca o Cualquiera puede cantar, que eran casettes que tenía copiados de CDs de mi hermano. A veces, de camino al cole, me encontraba con Valeria. Por las tardes, entre otras cosas, oiría a Calamaro, en CDs que compraba con lo que obtenía tejiendo escarpines. Ese video en ese lugar, no fue hecho por el guionista de la vida de ellos, sino por el guionista de la mía. Sin dudas.

Al poco tiempo de eso, supe que iban a estar los Decandentes en una presentación, así que sacamos entradas Noelia, Claudia y yo. Sábado 5 de agosto, emprendí mi camino en dirección a la B por Callao hasta Corrientes, pasando por la esquina de El Molino, oyendo a los Decadentes como otrora. Quinta vez que veía a los Decadentes. Primera, que veía a Calamaro. Y viajé. Mucho. A mis 17 años. De nuevo.

Pero no retorné en seguida. El lunes 7, salí de mi casa, acompañada de la plena insatisfacción que me acompaña últimamente, en dirección a la escuela. Esta vez, al trabajo. Es posible que estuviera escuchando el programa de Sietecase o algo de Paralamas. No recuerdo bien. Cuando ella y yo doblamos por Rivadavia en dirección a Rincón, un señor empezó a hacerme señas cruzando los brazos. Decía "Mariana, Mariana". Y yo pensaba "¿de dónde sabe esta persona mi nombre?", mientras iba tratando de encontrar algo en sus rasgos que me permitiera saber quién era. De pronto, lo vi. Al unísono, dijimos "Carlos Gauna". Y así, en ese señor, se materializó mi compañero de banco del colegio. En modo breve, me actualizó de su vida, me presentó tres recuerdos (uno de ellos sobre mi memoria insondable), me mandó saludos para mi hermana, y dijo:

— ¿Hace cuánto que no nos vemos?

— Hace como 24 años.

— Hace treinta kilos — dijo riendo.

Y era él. Claramente, era él.

Nos despedimos con la promesa del encuentro. No bien arranqué mi camino, me vino a la cabeza la voz de Calamaro "distinto de aquel, pero casi igual". Ese era él. Y seguí viajando. Con esa canción, entramos a la fiesta de egresados que hicimos en el año 98 en Retro (Flores). Seguramente, porque fui insoportable pidiendo poner eso. Acto seguido, desperté del ensueño, tomé el celular y le pregunté a Valeria si sabía con quién me había encontrado. Riendo, me dijo "con Calamaro". No. La orienté. Bingo. Con Carlos. Le propuse juntarnos los tres. Pasamos la tarde chateando en grupo por whatsapp, y acordamos encuentro. Me quedé con la sensación de que hay gente de la que nos alejamos sin saber por qué y que, muchas veces, mantenemos vínculos que no deseamos. Fui feliz. Por un momento.

El miércoles 9 de agosto, yo seguía de viaje. Combinamos de encontrarnos en Callao y Corrientes para hacer honor a la esquina que supo alojarnos (aunque dudo contenernos). Hoy ya no está. Hay un edificio enorme con un Mostaza debajo. Decidimos, entonces, ir a La Ópera. Como Valeria y yo llegamos primeras, entramos. Se acercó el mozo:

— Señoras...

— Me ofende — dijo ella riéndose.

Y yo me reí por primera vez en la tarde. Empezamos a comer hasta que llegó él. Se sentó a mi lado, igual que en el cole. Nos contaba de su vida, de su encuentro con el Papa. Hasta que viajó. La miró a Valeria:

— No sé por qué esta (por mí) me celebraba todo, como con lo de Tuchi.

Y empecé a reírme como alienada.

— ¿Ves que es una estúpida?

Seguimos hablando. Recordó que mi mamá le hacía un sánguche los días de educación física. Recordé cómo se copiaba. En cierto momento, le dijo a Valeria que le iba a hacer un truco de magia. Me pidió (al oído) que no revelara el truco "porque sos muy terrenal". Miré la situación absorta porque Valeria eligió creer, mientras yo no podía entender cómo no había visto volar el papel sobre su cabeza. Y éramos los mismos tres. Porque, con la gente, uno tiene sus versiones. Con Valeria, soy una que no soy con otros amigos. Tenía una profe de euskera que decía que "juntos", "elkarrekin", era estar con "elkar". Y creo, en este divague, que con cada persona nuestro elkar es diferente. Ciertamente, el que tengo con ella es diferente al que tengo con ella y con Carlos. Nuestro elkar se había hecho presente 25 años después.

Me fui con una hermosa sensación. Hacía mucho que no me reía con la panza, de quedarme sin aire. La última vez, fue jugando con Selene, Noelia y Diego. Pero no es algo que me pase seguido. Al volver caminando con Carlos, me dijo que sentía que le había faltado cerrar un ciclo, y que lo estaba cerrando. Le comenté que me parecía que el final que tuvo nuestro quinto año, sin un cierre amoroso, nos había dejado algo trunco. También, sentí que la rueda de la fortuna estaba girando, cerrando un ciclo y empezando otro ("Muerdo el anzuelo, y vuelvo a empezar de nuevo").

Estando en casa, me di cuenta de algunas cosas. La primera es que bajo el vidrio del recuerdo, muchas veces, vemos el pasado hermoso. Mi adolescencia no lo fue. Elijo recordar lo bello. Lo segundo que descubrí es que, en esa etapa, me salvaron mis amigos, la música y mis animales (la Cuqui y el Pucho). La tercera es que hay que rodearse con los Cristian Castro de la vida (le piden una participación y se copa, hacen una torta con su cara y agradece con lágrimas, mueve las caderas, sale en culo, es feliz y da felicidad) porque, de los otros, de las personas que aparecen ofreciendo sus recuerdos, su vida, su palabras, sus risas y huyen de la nada el mundo está repleto. Y no son necesarios. A partir de una cierta edad, hay que elegir reír, siempre, aunque estés en el piso y la vida te haya cagado a patadas. Reír. Con alguien. Y el resto que pase de largo.

Pero no puede ser ese el fin de este texto. Fue Carlos quien me dijo que estudiara Letras, camino que me llevó a un montón de situaciones bellas de la vida. Si no le hubiera hecho caso, el 5 de agosto no hubiera ido a ese recital con Noelia y con Claudia. Selene no sería mi ahijada. Cuando nos despedimos, me dijo que siguiera escribiendo. Acá, está tu pedido. Y que siga girando.

Como dice Vinícius de Moraes, a vida é a arte do encontro, embora haja tanto desencontro pela vida. Seamos artistas, entonces. 

domingo, 21 de octubre de 2018

Despedinme dela de fronte ó mar

ía lonxe pra nunca máis retornar.

A vida é así, un constante ver pasar:

uns veñen e outros van;

uns volven, outros endexamais.

Volveu un día, pero non era máis ela

volveu pálida e fría, sen as súas cores, sen os seus cantos,

sen o seu sorriso, sen o seu pranto.

Cumprín o seu último desexo

de ficar na súa terra, na súa terra de mar

na súa terra de chuvia, na súa terra meiga.

Leveina ó mar co seu traxe de madeira.

"Ir y quedarse y con quedar partirse"

Lo deseé y sucedió, como pocas suceden. Fue mágico, quizás, sí. Fue esa parte de poesía que, a veces, sucede en la vida.

En febrero, pensé que quería ir a Mendoza (para un curso que estoy haciendo), aunque en ese momento me dijeran que no era posible. Pero fue. Cuando supe que viajaba, pensé que, a veces, los deseos sí se cumplen.

Pero sucedió algo más. Dos días antes de viajar, me puse muy inquieta. Sentía que algo diferente iba a pasar. Y pasó
Rita siempre supo que algo había diferente. Su historia era más antigua de lo que todos pensaban. Y, aunque muy distante en el espacio, cuando sonaba una gaita se transportaba a los bosques del otro lado del océano.

Con el correr del tiempo, algunas cosas fueron despertando en ella. Sensaciones de otro tipo. Pero en sentido equivocado. Como si pudiera escribir historias por anticipado, pero con el final equivocado. Si un lugar se le fijaba en la memoria, algo ocurriría allí con el correr del tiempo, pero nunca sabía cuál sería el motivo que la llevaría ahí.

En algunas ocasiones, los resultados no fueron tan negativos. En otras, hacía las lecturas equivocadas a anticipaciones bastante claras. Las mejores percepciones siempre las tuvo en sueños porque, como le gusta tanto dormir, los pensamientos se dieron cuenta de que era el mejor modo de hacerle saber cosas.

Al principio, eran percepciones leves, lejanas en el tiempo. Sin embargo, llegó un momento en que sus muertos empezaron a ayudarla. "Esto va a pasar, tené paciencia". O saber que debía ir a visitar a un pariente fallecido en sueños y hacerlo. No abandonarlos era su tributo. De hecho, comenzaron a ocurrile una serie de cosas que cualquiera podría decir que eran de mala suerte: trabajos que no se dan, amores que huyen antes de ser amores... Sin embargo, con el tiempo, se enteraba de algo malo había ocurrido en aquellos lugares en que la habían rechazado y con aquellas personas con quienes no sufrió. Supo, entonces, que eran sus muertos tomándola en brazos y llevándola en volandas hacia otro lado.

Llegó un tiempo en que miraba a una mujer y le decía "vas a ser madre" y ocurría. "Vas a ser madre" y ocurría. "Vas a ser madre" y ocurría. Hasta que cierto día, vio a su propio padre y se ahogo en llanto porque supo que moriría. Y ocurrió.

El problema de ella comenzó a ser que ser vedoira no está mal si es para cosas positivas y si es sabiendo un final. Pero nunca puso terminar de tener en claro las cosas que sucederían con ella, como si los presentimientos vinieran fallados, incompletos. Un riesgo.

Y hubo una tercera etapa. El deseo. "No quiero envejecer con fulano a mi lado", decía. Y lo repetía, y lo repetía. Y fulano se fue. "Quiero conocer Oza" y lo conocía. El problema fue cuando, sin pensarlo, deseaba cosas feas, no muy habitualmente, porque al día siguiente su perro amanecía enfermo. Y una voz en su interior le decía "tu habilidad solo existe para cosas buenas".
En ciertas ocasiones, es necesario que haya alguien que tenga permitido llorar, ni ser el débil, sino alguien que tenga la suficiente sangre y cabeza fría para actuar. Llorar, quizás, en algún momento, cuando nadie te vea.

A los 10 años, sucedió lo inesperado, lo que no entra en tus planes, lo que te los cambia sobre la marcha. Mamá, desde ese entonces, me dijo que era necesario que yo supiera todo. Me llevaba con ella para que escuchara, viera y ayudara. Nunca me dijo "tenés que ser fuerte".

Como en el campo, me agarraba de la mano y me llevaba con ella. Nunca me preguntó "¿cómo te sentís?". Solo me decía qué debía hacer porque la abuela, quien me cuidaba cuando ella no estaba, se olvidaba.

miércoles, 21 de febrero de 2018

Día Internacional de la Lengua Materna

Si tengo que hablar de la lengua materna, debo hacerlo desde la paterna: el gallego. Si esa lengua tuvo un defensor ultramarino, sin dudas, fue él.

Una vez, le pregunté en qué lengua soñaba y, con ese ímpetu tan de él (muy parecido al mío), me dijo que cómo le preguntaba eso, que en gallego. En ese momento, me dijo que solo podía hacerlo en la lengua con la que su madre le había dado de mamar. Sí, debería haber sido lingüista o poeta.

En Buenos Aires, si se cruzaba con un gallego, le hablaba en gallego, lógico. Y, si su interlocutor le respondía en castellano, nunca cambiaba de lengua. Cuando el otro se daba vuelta, simplemente, decía que era un gallego de mierda que se había olvidado de dónde había salido.

Me hablaba de poesía gallega (Rosalía, Curros, Pondal). De hecho, me dijo que esos libros eran mi herencia, que era algo así como entregarme su alma.

Cuando estudié portugués, lejos de enojarse me explicaba que era casi lo mismo, que íbamos a poder comunicarnos igual (no me hacía falta el portugués, siempre le entendía cuando me contaba su mundo en gallego).

Cuando le dije que estaba estudiando euskera (vasco), también, pensé que se iba a enojar. Lejos de ello, me incentivó. Era un gran defensor de su lengua propia y de la de los otros.

Indefectiblemente, la patria de uno es la lengua (para los vascos, lo que te hace vasco es la lengua). Es el modo en que aprendiste el mundo, te da las palabras para poder decir lo que te rodea. Y es imposible hacerla en otra. A mí, por ejemplo, me cuesta mucho explicarles a los extranjeros esto del "chamuyo", de "hacer el verso" y otras expresiones tan argentinas.

Mi papá tenía la idea de que la lengua materna es la de la tierra de uno (los gallegos y la madre, los gallegos y su tierra son temas de tesis). Por eso, me insistía con que aprendiera guaraní. Sí, a mí, argentina hija de gallego y asturiana. Porque era la lengua de mi tierra. Me lo decía como si en el castellano yo estuviera expatriada, como creo que le pasaba a veces a él.

No solo soñaba en gallego y hacía las cuentas en gallego. Era la única lengua que le servía para expresar su cariño desde el alma. Lo hacía poco, pero cuando lo hacía era con todo el sentimiento.

Cuando él se murió, sentí que se moría Galicia para mí porque él la recreaba con sus palabras a cada paso, porque lo que tenía de esa tierra era por medio su boca.

No sé gallego. Nunca lo aprendí, aunque pueda leerlo y entenderlo, nunca podré hablarlo. Supongo que es como esa historia de Alberti de que nunca fue a Granada. Hay territorios que uno solo puede explorar de la mano de alguien que los ama, pero, sin ellos, todo eso carece de sentido.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Diciembre 2017

Cada vez que hay una marcha o corte importante, aprovecho el paseo con el perro para analizar cómo viene la mano.

En asunciones presidenciales e incluso en apertura de legislativas, siempre intenté pasar el corte del Congreso para ir a pasear con el perro. En ocasiones me dejaron, en otras no. Pero siempre el personal de la policía, quizás porque notaban que era vecina del barrio, me repondió con la mayor cortesía o bien dejándome pasar o explicándome por dónde ir a la plaza.

En las legislativas de este año, dos cosas me prendieron la alarma. Una ver camiones del Ejército. La otra es que los cortes arrancaban desde Sarandí. A eso, agregarle que se paseaban por el barrio en motos en clara demostración de fuerza.

Ayer, quise hacer lo mismo. El gendarme me habló en un tono de mierda cuando pasé la valla. Apelé a la gendarme porque el personal femenino siempre se enternece más con perros. Su respuesta fue super educada, pero lo que más me encendió la alarma es que ella respondía con miedo. Porque sí, porque hay gente que entra a la gendarmería por una casa y un laburo asegurado y se encuentran, un día, a los tiros en plena ciudad. Eso me dio la idea de que no tenía que salir de casa.

Alrededor de las cinco, aunque seguían corriendo gente para el lado que va a 9 de julio, saqué al perro. No solo se escuchaban los helicópteros, sino que, además, se sentían entre nosotros presencias que no eran del barrio. Tuve la sensación de gente de civil dando vueltas.

A la noche, no fui a cenar con unas amigas para llegar temprano a casa porque supe de detenciones arbitrarias (si es que alguna no lo fue) en la zona del anexo. Quise llegar rápido y guardarme. Sí, como si mi barrio estuviera sitiado. Cuando supe que la gente del anexo fue amenazada por gendarmes al verlos sacar fotos de lo que estaba pasando, entendí que el tipo que me chistó desde adentro del anexo el miércoles, cuando me puse a sacar fotos, me quería decir que me cuidara, que no fuera boluda, que no sacara fotos.

En la vida, pensé que esto iba a pasar. Y me dirán, pasó el 2001 y lo viste de cerca. Juro que no había tanto personal de las fuerzas en la calle. Nunca vi esos chalecos, ni esas armas. Nunca vi a tantos. Nunca.

Y todavía hay periodistas que desvían la mirada y que se atreven a echarles la culpa a los diputados que reclamaban por la represión que se daba afuera.