Ensonnacionesmarianas es un blog abierto a la reflexión propia y ajena sobre cualquier tema sobre el que deseemos pensar. El ensueño tiene que ver con la idea antigua del sueño como camino al conocimiento (por ejemplo, El primero sueño de Sor Juana).

F(h) Consultora en PYMES y ONGs

domingo, 27 de octubre de 2013

En días como el de hoy, extraño a mi papá. Ese tipo que se reconocía de derecha y me decía que él era el único en este país que se reconocía como tal. Fue la persona con la que me pasé siempre hablando de política, tanteándolo. Cuando yo era bien chica, leía el diario conmigo, leía Clarín. Vimos pasar juntos el plan Austral, la hiper, las elecciones del 89.

Ya entrada mi adolescencia, le preguntaba quién había sido el mejor presidente de la Argentina y su respuesta era que Onganía. Le preguntaba quién era el señor que estaba en el cuadro sobre su escritorio y me respondía que era Fraga Iribarne. Elogiaba a Franco al mismo tiempo que lo criticaba. Nos había pedido, en nuestro viaje a España, que besáramos su tumba. Sin embargo, en los 90, abandonó Clarín, a lo mejor, pensaba que mentía. Lo cambió por Página/12. Porque, aunque era de derecha, le gustaba leerlo a Verbitsky. Reconocía lo bueno, aunque estuviera en su orilla contraria. Página es una de las herencias lindas que me dejó.

Con mi viejo hablábamos siempre de política y no me censuraba, me pedía que leyera para saber de qué hablaba. Me censuraba menos que alguien de izquierda que conozco. Nos peleábamos. Cuando hablaba mal de los extranjeros, enfurecida le decía "¿y vos cómo entraste?". Y se calentaba y se callaba.

Había días en que tenía asegurado un llamado de él: las navidades, las pascuas, mi cumpleaños y los días de elecciones.

Antes de morir, cuando estaba internado, con ese humor negro gallego que nos caracteriza, lo palmeé en la panza y le dije riéndome "bien que te quejás de Cristina, pero qué linda tele que tenés gracias a ella". La había sacado con esos créditos para jubilados. Su respuesta, también riéndose, fue "pero ahora que me muero se cancela la deuda, no la termino de pagar" y me lo decía con el placer de haberla cagado a Cristina. Los dos juntos nos reímos de su muerte.

Creo que fue la última vez que me reí con él.

sábado, 26 de octubre de 2013

La hermana más amada, la libertad

Quiero defenderla porque es mi hermana más joven y, al hermano menor, hay que defenderlo.

Esta semana, circuló mucho la idea de qué es bancarse la dictadura. Al parecer, los niños que nacimos en ella o finalizando esa etapa, fuimos inmunes. Es cierto, no tengo ningún pariente desaparecido, ni torturado. Ningún conocido en esas circunstancias. No la padecí en carne propia.

Sin embargo, me pregunto si no hay efectos residuales. Nací en una familia netamente española. Mi papá nació en la pobreza, en Galicia, seis meses antes de que comenzara la guerra. Mi madre bajo las mismas circunstancias, en Asturias, cinco años después de finalizada la guerra. Fueron educados bajo el rigor y la opresión del franquismo ambos. Por parte de mi mamá, siempre escuché historias vinculadas con ese pasado desgarrador: la falta de comida, mi bisabuela escuchando a escondidas la Pirenaica, una vecina entregando a mi abuelo para que fuera a pelear, un tío abuelo que pasaba de cárcel en cárcel, familiares que se cambiaban de bando para que uno de ellos pudiera conocer al hijo recién nacido. También, la historia de un hombre que llegaba a su casa y le decía que volvía de la guerra a esa señora, que tenía hambre. Ella le decía que le iba a dar de comer porque, si un día su hijo se aparecía por la casa de alguien, querría que hicieran lo mismo. En ese momento, ese joven barbudo le preguntaba "madre, ¿es que acaso no me reconoces?". Real o no, esa historia es parte de mi familia. Por parte de padre, abundaba el silencio. Sus dolores los callaba. Algunos familiares de él habían ido a la guerra también, pero no hablaba de eso.

Con esa educación y ese pasado, mi mamá siempre prefirió no hablar de temas dolorosos, no puede ver películas de guerra y trata de no hablar de la dictadura. Cuando yo era chica, recuerdo que una vez que dije la palabra "Perón", se agachó y me dijo por lo bajo "eso no se dice". Había mucho miedo, miedo acumulado en las dos orillas. Mucha cultura del silencio que vino en barco y que se afianzó acá.

En el cole de monjas, me enseñaron la autocensura, a tener miedo, a respetar las órdenes, a no cuestionarlas. A hacer cosas sumamente idiotas e inútiles sin cuestionar por qué. De grande, en los 90, hablar de la dictadura era complejo todavía y, al mismo tiempo, al cumplirse los 20 años, fue algo que se puso muy en el tapete. Sin embargo, en algunas escuelas, de eso seguía sin hablarse. Cuando mi hermana estaba en 5to año, la quisieron echar por un afiche del Nunca más, que habían hecho con una compañera. Entre otras cosas, porque aparecía la Iglesia involucrada y mi cole era católico. Entre otras cosas, las acusaban de hacer propaganda porque estaba colocado en una pared que se veía no bien entraban los alumnos al colegio, una pared interna del aula.

Cuando yo estaba en 5to año, una compañera había hecho unos afiches sobre la dictadura. Pero, en ese momento, dos años después del episodio de mi hermana, no nos podían decir nada porque se empezaba a instalar el tener que hablar del tema. Estoy hablando del año 98, 22 años después.

Creo que la universidad me fue sacando el miedo. Y, en esas cosas, mi vieja y yo fuimos evolucionando a la par. ¿Por qué? porque para ella fue el período de democracia más largo que tuvo en su vida. Ayer, me decía que la gente no tiene memoria, que estos diez años son lo mejor que ella recuerda desde que vino a la Argentina (59), que la gente se olvidó de los 90. Me da felicidad que mi vieja hable de política porque, antes, decía que no sabía. Me da felicidad que la persona que me dijo con miedo, hace muchos años, que no podía decir "Perón", ahora, se atreva a defender el gobierno de Cristina. Me da felicidad que haya pasado de cuestionar la restitución de niños en la década del 80 a defender a Estela. Me da felicidad que ella diga "era lo que nos decían y uno se creía todo" y que, ahora, cuestione lo que escucha.

Fue un proceso en ella, en mí y en muchos más. Es el día de hoy que, si alguna autoridad me dice algo en mal modo, tiemblo. Es el día de hoy que no soporto discusiones porque tiemblo. Los que tuvieron encarnado el miedo en algún momento saben de qué hablo. El miedo y la autocensura se transmiten, lamentablemente.

Entonces, me pregunto ¿si yo padezco los efectos de una guerra (interminable, como la llama Amudena), una guerra del otro lado del océano, cómo podemos decir que Juan no padeció la dictadura? Dicen eso y me resuena el tango "sentir que veinte años son nada". Sin embargo, en su vida, fueron 25 años de ser otro, de haber sido violentado de muchos modos.

Por eso, por lo que nos costó y por lo que nos cuesta. Por los efectos económicos y sociales que la dictadura nos dejó, como sociedad, siempre tendremos una huella.

Por eso, me hierve la sangre cuando alguien dice que vivimos en dictadura. ¿Cuántas veces sintieron terror de hacer algo y que alguien se entere? ¿Cuántas veces se autocensuraron por miedo?

Quizás, por todos esos miedos que tuve y que a veces me paralizan todavía, es que ir a votar me deja plena de felicidad y que mi mamá haya empezado a votar hace muy poquitos años en su tierra me deja llena de alegría. Que ella con sus casi 70 años se atreva a decir que todos esos son unos hijos de puta sin reprimirse ante la "mala" palabra como lo hacía antes me da placer.

Mañana, es una jornada más en que iremos a elegir qué es lo que queremos para nosotros y para todos los habitantes del suelo argentino. Como decía al principio, la democracia es mi hermana más joven y tengo la obligación de defenderla y de explicarles a sus hermanos menores quién es.

jueves, 24 de octubre de 2013

Una de las fotografías de mi infancia es el sonido de la máquina de coser de mi mamá, que venía de detrás del mueble donde estaba la tele. Ese sonido venía acompañado de la voz de alguno de los cantantes preferidos de mi vieja. Uno era este señor, que se pasó la vida buscando su carro. Cuando escuchaba esta canción, yo entendía que decía "porrompompero perón" y me preguntaba cómo este señor siendo español podía ser peronista y cómo siendo peronista mi madre lo idolatraba. Pero, como tantas otras cosas que me preguntaba, me las callaba.

Acaba de fallecer parte de mi infancia y mi mamá, pobre, me dice que lo está llorando como lo lloró a mi viejo. Será que era un gusto compartido, será que llora parte de un pasado que se va. Qué le puedo decir si hasta a mí me dio tristeza.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Cuando cursé Griego, leímos La ilíada. Una de las cosas que nos explicaba el profe es que hay algo llamado "areté" (la excelencia en algo), qué es lo que se espera de un hombre y de una mujer. La areté del hombre debía ser su valor guerrero y la de la mujer la belleza.

Sor Juana en 1600 y algo, en sus poemas y en sus cartas, reclama un espacio para la mujer en el conocimiento, en lugar de seguir teniendo reservado el espacio de lo meramente decorativo (¿En perseguirme, mundo, qué interesas? / ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento / poner bellezas en mi entendimiento / y no mi entendimiento en las bellezas?).

¿Es posible que el valor en una mujer siga siendo la belleza? ¿Que llegando el verano solo importen culos, tetas, panzas, brechas entre piernas?

Me indignan las minas que siguen fomentando eso. Al final, ¿qué es la belleza? ¿qué es lo más bello en una persona? ¿cómo se constituye la belleza? ¿cuando amamos a alguien, amamos qué belleza? En mi caso, creo que la respuesta para todas esas preguntas es "inteligencia y bondad".

martes, 22 de octubre de 2013

Cinco días para recordar

Se me fue mi Moro. Fueron cinco días de mucho cariño, pero no quiso más. Desde que llegó a casa, le dije que aunque sea la traía para que muriera acompañada. Y así fue. Ayer, una sombra se cirnió sobre ella y le dije a la maldita parca que se alejara, la miré a la gatita y parafraseando el título de la obra de Casona, le dije a La Moro "prohibido morirse en primavera".

Pero retener a los seres es inútil. Hoy, se levantó mal. No atiné a llevarla temprano al médico, me dije que podría esperar. Sin embargo, algo me dijo que saliera antes del colegio. Vine. La toqué, pensé que estaba muerta. Me la puse sobre el pecho y dio un suspiro, acarició mi cara con la suya.

La llevé al médico y se hizo lo posible. Ya no sufre más. Le quedará quedarse conmigo en su aloe vera, bajo el que buscó refugio este fin de semana.

La Moro, mi Moro, ya no está más.


jueves, 17 de octubre de 2013

miércoles, 16 de octubre de 2013

Me enmorriñé

A los sentimientos, es necesario sentirlos para poder definirlos.

La RAE dice de la palabra "morriña" así:

"morriña.

(Del gall. port. morrinha).

1. f. coloq. Tristeza o melancolía, especialmente la nostalgia de la tierra natal."

Los que sabemos de qué se trata, sabemos también que esa definición es muy escasa. Así que la googleé. Miren cuántas palabras necesitó una señora para definir con exactitud su signigicado:

"La morriña o nostalgia es un sentimiento propio en todos los seres humanos. Sin embargo, para los gallegos es mas que un simple sentimiento, es un sello particular de identidad. La morriña de aquel gallego que un día ---sin desearlo---dejó atrás su mujer y sus hijos, su casa en la aldea, su amada y verde campiña, y emprende viaje hacia tierras desconocidas y no pocas veces ingratas, donde permanece lejos de todo lo que ama, donde los años transcurren en silencio cómplice con la tristeza...esa morriña llega a convertirse en un sentimiento que desgarra el alma. Morriña del emigrante que lloró la muerte de sus padres sin volverles a ver... y quizás, acolitado por esa misma morriña, también le llegó la muerte sin volver a ver su Terra Nai. Como esa morriña no hay otra igual y hay que ser gallego y sobre todo emigrante para comprenderla a fondo.

Los hijos de los gallegos, vivimos otra forma de morriña, no por ello menos profunda. Una morriña que va gestándose en nuestro interior desde la cuna., cuando nos adormecíamos con un canto de cuna en gallego que, aunque no entiendía bien, sonaba en labios de mi madre a arrullo de ángeles. Cuando mis padres me contaban de Galicia y sus labios, como diestros pinceles sobre un lienzo, me pintaban con detalle la vieja aldea, las altas montañas, el límpido cielo, los verdes valles, las frondosas carballedas y castiñeiros, así como el himno a la alegría de las xestas en flor. Incluso llegué a escuchar el canto de la abubela o el reclamo de la pega en una fría mañana primaveral. Poco a poco, al paso de los años, fuí creando en mi corazón un álbum de recortes y empiezé a sentir mis primeras morriñas...morriña por conocer lo que dentro de mi alma, ya conocía. Recuerdo cuando joven, que trataba de entender la morriña de mi madre, cuando me contaba lo verde que eran los prados de su aldea. Y yo le decía: "Pero mamá, aquí también todo es verde", y con un quedo tono de voz, propio de su profunda morriña me decía: "Meu fillo, non é a mesma herba". ¡Vaya por Dios, ahora comprendo cuanta razón tenía...muy verdes eran ambas pero no eran las mismas yerbas. " (sic).

Solo me queda agregar que, alguna vez, leí que la morriña era una mezcla de nostalgia y deseo de volver a vivir aquello que a uno lo hizo feliz. La mirada de mi papá cuando se enmorriñaba mientras escuchaba música gallega se perdía. Ahora, estoy segura de que, en esos instantes, viajaba, volvía a esos lugares con esas personas. Casi siempre concluía todo con un "me enmorriñé", que lo volvía a la realidad con los ojos más tristes.

Puta, hoy también yo me enmorriñé.

Últimamente, estoy prestando atención a las cosas que dice y que hace la gente en la calle, sobre todo, con relación a niños.

Recién, acabo de ver a un señor de unos cincuenta y algo manejando un taxi, que llevaba dos chicos a la escuela. El taxi estaba parado por el semáforo. Se oía una música movida saliendo del coche, el señor bailaba con su torso y les decía a los chicos "vamos, vamos, arriba el ánimo".

En general, no todo lo que veo y oigo es con tanta onda hacia los chicos. Muchas veces, los adultos no les enseñan la importancia de ser libres y de ser alegres o, al menos, de ponerle una actitud positiva a la vida. La semana pasada, una nena que salía del cole le decía a su papá "tuve que mentirle o me desaprobaba". Y me quedé horrorizada porque, evidentemente, hay docentes que prefieren una mentira a una verdad, que sin querer la estimulan.Antes de ese episodio, había visto a una nena que le contaba algo a un señor (intuyo que era su papá) y este le respondía "está muy mal lo que hacen, pero a veces los adultos son así y no está bien".

A raíz de estas cosas, pienso qué hago yo con los chicos y no lo sé. Pienso, también, por qué este último señor habló de los adultos en tercera persona y por qué yo hice lo mismo más arriba. Y es que, a lo mejor, lo que uno no debe perder es el espíritu alegre e infantil del señor del taxi, no volverse oscuro y cumplidor de normas como se supone deben de ser los adultos. Por mi parte, creo que si adultez implica cordura y seriedad, no será algo que me llegue pronto. Prefiero seguir teniendo momentos para reírme con mis alumnos, para enojarme si me mienten, darles el lugar a que se rían de mí como yo me río de ellos, ubicarme cuando me piden que me ubique, tratar de corregir mis errores cuando me los marcan. A veces, uno no se da cuenta de que el acto de enseñar tiene mucho de aprender (por eso, quizás, en francés se usa la misma palabra para las dos cosas "apprendre"). Por eso, será que, siempre que algo no sale como espero en una clase, pienso cómo era yo a la edad de ellos.

domingo, 13 de octubre de 2013

¿Cómo reaccionaría Shrek?

A las mujeres, nos han educado con cuentos de hadas, donde abundan princesas hermosas que esperan que un príncipe las vaya a rescatar. No importa la condición social de ellas porque, ineludiblemente, el que te da la posición es él. O teníamos que esperar en el letargo que alguno viniera a rescatarnos de nuestros sueños o huir antes de las 12 para que nadie nos rompiera el hechizo. El hechizo, chicas, solo se puede romper la noche de bodas, así que a regresar tempranito a casa.

Shrek intenta introducir algunos cambios en los cuentos de hadas tradicionales, pero no cambia nada en lo esencial. Fiona tomará la forma del ser que ame, no su forma. Antes de conocer al ogro, que inevitablemente la tiene que salvar, ella cumplía los patrones de belleza que impone el mercado y, al conocerlo, se adaptó a él como si, al no estar más disponible/a la venta, al ser ahora propiedad privada, ya no debiera ser bella, cuidarse o estar en exposición. ¿Y si ella quisiera ser otra? ¿Cómo reaccionaría Shrek? Fiona no puede darse el gusto de ser gorda, verde o gruñona porque así lo haya decidido. Ella debe ser así.

¿Lo que esperamos las mujeres es adaptarnos? ¿ser como ellos? ¿o ser nosotras? Personalmente, quiero darme el gusto de ser boca sucia si así lo deseo, desordenada, gruñona, de usar zapatillas y no tacos, de usar pollera si tengo ganas o jean si me pinta.

Al final, como mujer, una debería apuntar a encontrarse un don Quijote, que la viera hermosa aunque fuera horrible, que la viera una reina aunque fuera labradora, que la apodara "Dulcinea" por lo dulce aunque fuera rústica y tosca, pero que la dejara ser.

Lo que una persona, cualquiera sea su sexo, debería esperar no es a su media naranja, sino a alguien que sea en sí mismo una persona completa y ser uno también una persona completa. A alguien que a uno no lo complete, sino que lo complemente. Quiero dejar de escuchar la frase "necesitás novio" porque nadie necesita un paquete, en todo caso, uno puede querer encontrar un compañero. Sí, un compañero, aunque suene muy peronista de mi parte. Porque a lo que deberíamos apuntar es a que alguien acompañe y a hacer lo propio nosotros.

Porque debemos dejar de bastardearnos entre nosotras. Dejar de decir que las mujeres consiguen lugares por sus esposos. ¿Alguien recuerda que antes de ser Néstor presidente a quien todos conocíamos era a Cristina Fernández? ¿Se olvidan de que siempre se elogiaba su inteligencia y su buen gusto cuando era senadora? Ahora, el problema es si usa calzas, si se viste de negro, si se maquilla...

Al fin de cuentas, el machismo empieza por casa.


miércoles, 9 de octubre de 2013

Para la vida, poesía

Aristóteles decía que la historia hablaba de las cosas como sucedieron y la poesía según como deberían haber sucedido.

Hoy, en la jornada de la NES, se habló de los sueños. Sí, no enloquecí, hablamos de los sueños. Todo salió en torno a que los chicos no sueñan cosas para sus futuros. Una profesora dijo algo así como "yo también tuve sueños". Yo pensaba que espero nunca dejar de tenerlos.

Pero lo más importante al respecto me parecieron dos intervenciones de gente de edad muy dispar. Una profe de mi edad planteó que cómo los chicos van a tener sueños si son hijos del neoliberalismo, hijos de la destrucción del Estado de bienestar. Y, desde un rincón del fondo, un señor (que recalcó su mayoría de edad respecto del resto), nos dijo que cómo iban a tener sueños, si alguno de nosotros recordaba el aniversario de qué era hoy. Me quedé pasmada. Cuando entre todos dijimos de la muerte del Che, él dijo "no, del asesinato, no es lo mismo". Y nos dijo que cómo no se iba a entender que los chicos no tengan sueños.

Mis conclusiones fueron varias. Por un lado, que lo que uno desea para sí mismo y para su prójimo tiene que ver con la ideología, no con la edad. Por otro, que soñar debería ser el motor de la vida. Soñar no es crearse ilusiones. Con el correr de los años, me di cuenta de que para soñar hay que conocer muy bien la realidad, si no es pura ficción.

Espero llegar soñando hasta el día de mi muerte. Así que si me ven de vieja, perdidamente loca, con una palangana en la cabeza, un cartón a modo de pechera y un palo de escoba como lanza, no se asusten. Seguro me habrá dado por hacer quijotadas, por seguir soñando y, por sobre todo, tener la alegría como un arma: alegría para resistir lo irresistible, como dice Almudena.

martes, 1 de octubre de 2013

Hace una semana, más o menos, unas estudiantes del profesorado de psicología me hicieron una entrevista. No les sirvieron mucho mis respuestas porque a ellas les interesaba saber mi recorrido en el aprendizaje de ser docente y, como siempre digo yo, en Letras, funciona un 2x1 en títulos, cual Farmacity. Ellas insistieron en saber cómo hacía yo para manejarme, de dónde sacaba herramientas y les dije que de quienes habían sido mis profesores en la vida.

Y hoy me di cuenta de que lo que más aprendí y aprendo de mis docentes es a ser docente. Me encontré en cierto momento diciéndole a un chico, que me había dicho muy convencido que la mayoría de la gente está de acuerdo con la penalización del aborto, "de qué estadística sacaste eso, mostrame datos, como dice un profe mío, al sentido común lo venden en la esquina". Efectivamente, esa fue mi última lección en estas últimas dos semanas.

Pero si me remonto al pasado recuerdo:
A la profe de matemárica del cole, que me enseñó a observar a los alumnos sin ser cargosa, a ser exigente, a ser jodida y buena.
A Daniel Podestá, que me enseñó que hay que exigir lo máximo sabiendo que cada alumno podrá llegar a un lugar distinto porque no nos subestimaba.
A Mariano Rodríguez Otero que me transmitió su pasión, enseñar es una pasión, a andar cargada como una mula para mostrarles muchas cosas a los alumnos.
A Martín Kohan, que me enseñó que hay que ser humilde y reconocer que uno tuvo limitaciones también con lo que están aprendiendo los alumnos, pero que estudiar y preguntar pueden revertir eso.
A Leonardo Funes, que era el maestro para mantener cuatro horas de clase insertando en el momento indicado un chiste.
A Lucas, que un día me dijo que no hay preguntas tontas, sino respuestas tontas.

Y hay mucha gente más, sin dudas, de antes, de ahora y los que vendrán. Esos profesores que me hicieron salir corriendo del trabajo desde principio de año para no perderme más del tiempo que inevitablemente te vas a perder de la clase.

Pero, también, a todos los nefastos que se han cruzado por mi vida. A la que me dijo que me entendía porque ella sabía todo, al que pensaba que sus alumnos manufacturados en escuelas de los 90 eran unos imbéciles (entre ellos, yo), a la señorita Bety, que me defraudó cuando me puso de plantón por haber llevado un borratintas, que no usaba porque estaba prohibido, pero lo hizo porque la sediciosa que había ingresado el objeto era yo. Pero, especialmente, a la primera y principal, que es mi profesora de lengua de tercero, que consiguió que sea el dia de hoy que yo me bloquee con las subordinadas y tenga una negación absoluta con los signos de cuasi reflejo. Esa señora que siempre supe que era del barrio y que, cada vez que me la cruzo, pienso "no quiero ser como ella, no quiero ser como ella". Esa vecina que descubrí que vive a la vuelta de mi casa, en mi misma manzana.

Y creo que los buenos y los malos no me han enseñado tan mal porque, hoy, es la segunda vez que alumnas que no podían retirarse antes del cole por no haber llevado la autorización me pidieron para ir conmigo al aula en la que estuviera para hacer tareas de lengua. Me sentí con la convicción de la tarea cumplida.

A todos, gracias.