Ensonnacionesmarianas es un blog abierto a la reflexión propia y ajena sobre cualquier tema sobre el que deseemos pensar. El ensueño tiene que ver con la idea antigua del sueño como camino al conocimiento (por ejemplo, El primero sueño de Sor Juana).

F(h) Consultora en PYMES y ONGs

miércoles, 27 de abril de 2011

Callao al 400, en la puerta del Normal 9.



"Aquí estudió Inés Cobo, militante popular, detenida desaparecida 01-09-1976 por el terrorismo de estado".



Callao al 400, en la puerta del Normal 9.



"Aquí trabajó Nélida Beatriz Ardito, militante popular, detenida desaparecida 12-10-1976, por el terrorismo de estado".



sábado, 23 de abril de 2011

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Los demás se estaban enterando por televisión como Gabriel y Libertad, que lo veían tomados de la mano en el bar del pueblo en el que habían decidido sentar las bases.


Mientras cenaban, ese martes de carnaval, mirando las fotos del pequeño Joaquín, el hijo de Soledad, reían porque a su pequeña princesa le pondrían Sabina Libertad. En ese momento, una escola do samba encabezada por Janaína desfilaba en el sambódromo de Río de Janeiro. Las lágrimas de Libertad comenzaron a fundirse con sus sonrisas, a medida que iba reconociendo cada uno de los rostros que allí bailaban: Soledad y Luna, Sofía, Penélope, Luciana, María y novias con sus propios trajes de aquí y de allá. Brillaban en su felicidad porque le mostraban al mundo que, nuevamente en carnaval, la tortilla se volvía del otro lado aunque más no fuera por un momento y nada más.


Gabriel le dijo debés estar feliz por ver ahí bailando tu idea. Las ideas no tienen dueño, respondió ella. Y el se sonrió y le regaló un puñadito de estrellas. Se sentían felices.


Esa noche, después de volver caminando, Gabriel se puso a trazar el mapa del próximo viaje que emprenderían juntos, mientras Libertad hojeaba la última edición de la revista de novias para la cual trabajaba.





Posadas 12 de agosto de 1981


Buenos Aires 26 de agosto de 2009

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Sin saberlo, estos niños son felices, pero en este momento no lo saben porque todo lo que tienen les parece normal. Sin saberlo, están creciendo con ventajas que otros no tienen o no tuvieron, como mamá y papá. Quizás, no hay muchos momentos de juegos, pero sí muchas historias y los gestos suficientes para que sepan que lo importante radica en ser buena gente y que tiene más valor que el dinero aquello que ellos hagan por los demás.

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Su camino se terminaba todos los días y, todos los días, volvía a empezar. Uno de ellos, se sintió muy cansada y decidió reposar. Al detenerse, la polvareda también lo hizo y pudo ver, no sin sorpresa, que a su izquierda caminaba Gabriel niño. ¿Gabriel, me podés oír? Él miró y supo reconocer en el aire a Libertad. Con mucha alegría, la saludó. ¿Hace cuánto que andás por este camino?, preguntó ella. Desde que el viejo se murió, decidí salir a buscarte y fui preguntando por todos lados para seguir tu camino y, en algunos lugares, aún no habían oído hablar de vos. Por eso, dijo ella, cuando yo llegaba había poco por hacer, vos los ayudaste, dijo ella feliz. Luego de un momento, lo miró un poco y le preguntó ¿y esas alas? Son mías, dijo él. No te las había visto nunca, dijo ella, entonces, la pluma era tuya. Sí, lo era, yo tampoco sabía que las tenía hasta que empecé a volar porque, para tener los pies firmes en la tierra, primero hay que saber volar. Ella sonrió tanto que él alcanzó a verle los labios. Sos un angelito, Gabriel, ¿te diste cuenta? Así me dijeron por los pueblos que pasé. Quién nos iba a decir, agregó ella, que buscándonos, estábamos haciendo el mismo camino sin saberlo.

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En otros lugares, diferentes al de hasta ahora continúa su vida. Los acentos y modos de hablar son diversos, los colegios distintos, nuevas caras, nuevos destinos.


Es así que, poco a poco, siguiendo un senderito de palabras, conoce a Soledad que, también, ama navegar en papel. Es así, también, que conoce a Janaína y a su dolor, que se refugian en libros y palabras que les son ajenas.


Así es, poco a poco, edificando una nueva familia para seguir por su camino.

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Pasar por esas calles de tierra, con el calor y las escasas condiciones se habían convertido en algo habitual para Libertad. Como ya no tenía pies, su ráfaga de aire levantaba la polvareda con su andar. Nadie la veía, pero todos la escuchaban y comenzaban a trabajar juntos, a hacerlo como una verdadera comunidad.


Ella se sentía feliz porque, al igual que las Emperatrices, parecía ser que el boca a boca iba ayudando. En el último tiempo, cuando llegaba a algunos lugares, los veía con cierta organización que en los primeros sitios que había visitado desconocían.


A cada tanto, visitaba a sus amigas y les daba una mano, entre mates y sonrisas, con el proyecto de la revista. Veía crecer, también, el vientre de Soledad, el cual iba achicando la distancia con Santiago, el nuevo fotógrafo de los pies de las novias.


Pero ella no era de allí, ni de ningún lugar. En todos dejaba algo y, también, se llevaba algo de ellos por las noches, como lo había hecho con sus amigos, para sembrarlo en otros lugares.

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Muchos colores de piel hay en el mundo, diversas culturas y conocimientos que desconoce. Les tiene miedo, es cierto, en el colegio no saben enseñarle la igualdad y ella se pregunta cómo hará para saludar a alguien diferente a ella cuando se dé la oportunidad. Diferente, pero no peor, ni mejor, eso lo aprenderá con el tiempo. Sabe, también, que una contaminación de culturas, en el sentido de abrazarse unas con las otras y no de acapararse y eliminarse, es lo mejor que podría suceder. Recorrer el camino juntos es lo mejor que les puede pasar.

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¡Es primavera!, dijo Penélope. ¡Qué bueno que pudimos volver a la normalidad!, dijo Soledad. Veo que estabas muy contenta con nosotros en tu casa, agregó Sofía. ¿Y con Santiago como está todo?, interrogó Penélope. Él está acompañado por su propia soledad. Bueno, para distraernos, propongo que organicemos con las Emperatrices del barrio una kermesse en la plaza por el día de la primavera y que saquemos fotos para el primer número en papel luego del encierro forzado. ¿Y Libertad?, preguntó Luciana. Y ninguna supo qué decir.


Una vez que llegaron a la plaza, ésta estaba repleta de gente feliz que renacía. La música sonaba y, en un momento, Penélope les señaló un remolino de colores que se formaba en el aire, que subía y bajaba. Entonces, se acercaron para ver qué era y se oyó una voz que decía que estaba encantada con la fiesta que habían organizado. ¿Sos vos Libertad?, dijo Soledad, nos tenías preocupadas. Es que estoy muy ocupada trabajando en los barrios y construyéndome un camino, disfrutemos que el dolor está aquí presente y nos hace crecer en la medida en que no nos afecte para siempre.


Siguieron bailando hasta bien entrada la noche, todas juntas, al compás de la música, mientras, del cielo, comenzaron a llover flores de aromas diversos y de muchos colores.

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Empieza a menguar el diálogo y, con ello, la felicidad. Por más que esos seres estén juntos, ya no están unidos, una distancia enorme los separa y parece imposible cruzarla, por lo que el dolor empieza a crecer también. Lamentablemente, no toda la vida es primavera.

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Un mar, se está inundando la casa, despierten, dijo Sofía a los gritos.


No terminaban de despertarse y veían que el agua entraba por debajo de las puertas como si de un verdadero mar en crecida se tratara.


Hay que ir a buscar a Gabriel, dijo Soledad, o se va a morir. Habías dicho que lo dejáramos, no vas a arriesgar tu vida ahora con el tiempo como está, es noche cerrada, llueve a cántaros, podrías no encontrar el camino para regresar, reclamó Santiago. Podría ser mi hijo, dijo ella. ¿Qué hijo, qué decís? El que viene en camino, Joaquín. Y un silencio terminó de inundar la sala y secó el rostro de Santiago. ¿Por qué no me lo habías dicho? No era un buen momento para agregar preocupaciones, no sabemos hasta cuándo tendremos que quedarnos aquí. Te estás alejando de mí, dijo él, se supone que estábamos todos juntos para estar unidos, y salió a buscar a Gabriel.


Al llegar, su rostro estaba más empapado por las lágrimas que su cuerpo por la tormenta. Buscó a Gabriel por todos lados y no comprendió lo que sus ojos veían. Decidió volver a la casa y mostrarles lo que llevaba en sus manos. Cuando entró, su rostro seguía navegando en lágrimas y, cuando habló, lo hizo sin mirar a Soledad porque con la que sentía en su pecho le era suficiente. Miren lo que encontré desparramado, dijo mostrando palabras con rastros de sangre. ¡Qué extraño!, dijo Penélope, mías no son, no anduve por ahí, ¿y Gabriel? No lo encontré, pero es noche muy cerrada para que vayamos ahora. Tendremos que ir mañana, dijo Soledad, hay que saber qué pasó.


Al día siguiente, el cielo clareaba y había una pequeña llovizna. Como el clima estaba templado, decidieron ir todos juntos y, al llegar, siguieron un pequeño rastro de palabras. Cuando llegaron al final, vieron asombrados una lápida construida con palabras que decía Aquí, descansa Gabriel viejo en su joven cuerpo de veintisiete años. Ahora entiendo la tormenta, dijo Soledad, Libertad tiene un dolor y una tristeza que no le caben en el cuerpo y, tampoco, alcanzan a salírsele por los ojos. Tenés razón, dijo la voz de Libertad, y todos la buscaron con la mirada sin encontrarla. No me van a creer, ahora, vivo incorpórea a volar por el aire, no puedo contener mi llanto, no pensé que esto sucedería si lo dejaba y me llevaba su aceite, pero les prometo que algún día volverá la primavera.


¿Y esa pluma?, dijo Penélope señalando una que era muy blanca y resplandeciente, a la que las gotas de lluvia volvían multicolor. Se acercaron a mirarla y, al levantarla, encontraron junto a ella un puñadito de estrellas y, en ellas, brillaban los ojos de Gabriel niño. ¿Él estará vivo?, preguntó Libertad, y la garúa empezó a menguar.

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Una vez más, disfrutan un verano azul con esos amigos inseparables: Javi, Tito, Pi, Julia y los demás, con quienes ahora comparten muchos momentos como tantas veces lo han hecho. Van con las bicicletas hasta el barco para cantar que no los moverán y, una vez más, también, cuando el amigo Chanquete deje de tocar para alejarse por siempre en su barquito navegando en las lágrimas de quienes le digan adiós, llorará un mar.

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Ellos lo podían lograr y lo sabían, aunque algunas tensiones comenzaban a aparecer. No era fácil estar conviviendo todos juntos, sometiendo a una votación cada paso que debían tomar.


Una semana había pasado de la desaparición de Libertad, pero Penélope había sabido llenar cada hueco de silencio con palabras. Esto sucedió hasta que Sofía le dijo basta, hay algo que hemos olvidado. Sí, de preguntarle a Gabriel qué pasa con Libertad, dijo Soledad.


En ese mismo momento, Santiago cruzaba la puerta con todos los varones excepto Gabriel, que estaba armando una casa en un árbol de la otra orilla, cuando había río. ¿Dónde está Gabriel?, preguntaron ellas y Santiago les comentó lo que sucedía. Él había dejado la huerta para pensar en su nuevo proyecto. Habrá que ir hasta la casa de las diferencias a preguntarle qué sucede y qué pasó con Libertad, dijo Sofía. El sol está muy fuerte, muchos de nosotros podríamos no llegar y los que lo consiguieran necesitarían beber mucha agua, dijo el novio de Penélope que, por primera vez, rompía el silencio. Voy a ir yo, dijo Soledad, Luna me protege, ella puede tapar el sol con un dedito y hacer que los rayos no me peguen. Yo te voy a tejer un abrigo con palabras para que te cubra en el camino y voy a cuidar del resto con cálidas historias, dijo Penélope y se puso a hablar y a bailar.


Soledad, entonces, tomó a Luna en los brazos y se puso a caminar. Tenía sus temores, pero quería sacar a Libertad de su sueño en el campo de amapolas. Luna la vio temerosa y le regaló una sonrisa fortalecedora, levantó el dedo índice de la mano izquierda y dijo mamá, mamá, mientras señalaba el sol. Con ese dedito levantado, conseguía hacer un cono de sombras que seguía a su madre a medida que avanzaba.


Cuando llegó, ahí estaba Gabriel oxidándose un poco. Tengo que hablar con vos, le dijo ella. Él la miró y sonrió. Los hombres dicen que dejaste la huerta para pensar en tu casa. Nuestra casa, dijo él, pienso compartirla. Esa casa no es urgente. ¿Quién puede saber cuáles son mis urgencias? Estamos todos acá porque decidimos ayudarnos, dijo ella, formando un solo cuerpo. ¿De dónde sacaste esas palabras?, preguntó él. Alguna vez, Libertad me quiso explicar cómo repensaba ciertas cosas que le habían enseñado y me cantó una canción «todos unidos formando un solo cuerpo, un cuerpo que en la Pascua nació» y me dijo que qué bueno pensar la resurrección (la vuelta a la vida) como la unión de todos, que era casi como los mosqueteros «uno para todos y todos para uno». No sabía que ibas a misa, dijo él. No voy, respondió ella. ¿Qué memoria, entonces, me cantaste el trecho de una canción que sólo escuchaste una vez? La memoria y el valor son insondables, aparecen cuando uno menos los espera, al igual que las palabras indicadas para decir en los momentos precisos, dijo ella, como todas estas que te estoy diciendo. ¿A qué viniste?, preguntó él. Quiero saber qué pasa con vos y qué pasó con Libertad. Necesito poder encontrarme a mí para poder estar con ustedes. ¿Eso es una metáfora para decir que estás huyendo?, dijo ella. No, simplemente, me estoy yendo, cuando uno huye es porque sabe que alguien lo espera y Libertad se fue. ¿Hacia dónde, no habías dicho que sólo se había vuelto transparente? Decidió irse hace cuatro días, me dijo que sabía que en ese nuevo estado que tenía, el calor, la sed, el hambre y el sueño no la molestarían. ¿Por qué lo hizo? Porque sabe que allá afuera hay gente que la necesita, va a ir por todos lados a ayudarlos a organizarse. Ella, también, huyó, dijo Soledad con un dejo de tristeza. No, no huyó, se fue, me dijo que aquí nadie la esperaría y que necesitaba irse para poder volver y partirse. ¿Sabés cómo está? Al principio, venía a buscarme para contarme las novedades e, incluso, muchas veces me pidió que la ayudara. Pero vos podrías haber muerto, por el calor, dijo ella. Me pidió que me esfumara como ella, pero yo no sé hacerlo por completo, sólo me sale de a ratos y tampoco me animé. Vos la dejaste sola, aun cuando ella te ayudó siendo un viejo y siendo niño, dijo con un tono de reproche en la voz. Ella fue quien se ofreció a hacerlo, dijo él. Estás sonando egoísta, pero poco me importa ahora de vos, ¿por qué no vino por alguno de nosotros? Porque todos tenían alguien a quien cuidar, incluida la pequeña Luna, pero quedate tranquila, me dijo que se había llevado algunas cosas de cada uno que ni siquiera sabía que las tenía. ¿Por ejemplo?, yo no noté que me faltara nada, dijo ella. A Sofía, le robó un poco de confianza en sí misma, a su novio, el don de dar, a Penélope, un poco de ese amor maternal y seguridad en el futuro, a su novio, le quitó un poquito de sueños, a Santiago, le robó simpatía, a Luna, las palabras que podrá decir algún día y, a vos, el valor para enfrentar los problemas y conseguir tus sueños. ¿Y a vos?, preguntó Soledad. ¿A mí?, a mí, nada, me preguntó qué podría ofrecerle y le dije que mi futura casita para que guardara sus cosas y me contara sus penas, pensé que las penas y las diferencias podrían ser buenas vecinas. ¿Y ella aceptó? No, me dijo que la casa no era real y que tampoco quería guardar sus cosas, que todo lo que les había quitado a ustedes era para poder enfrentar el camino y para poder entregárselo a la gente que necesitaba. ¿O sea que tuyo no tienen nada? Nada espiritual, se llevó el aceite para ayudar a quienes se estuvieran oxidando más que yo, por eso, ahora estoy así. ¿Y qué más sabés de ella? Me pidió que cuidara su corazón ¿te acordás que lo tuve encendido en mis manos?, bueno, me pidió que, si algún día la llama se apagaba, que lo enterrara por aquí, que si ella necesitaba buscaría otro. ¿La última vez que la viste cuándo fue? Hace dos días. ¿Y cómo estaba? Mal, me extrañaba mucho y me dijo que los problemas de todos los que veía no le cabían en las manos y que estaba empezando a cargarlos en las espaldas. ¿Algo más te dijo? Sí, necesitaba enseñarles a todos a ser libres y a saber valerse por sí mismos y que ella, también, necesitaba aprenderlo con ellos y que le dolía mucho el útero. ¿Por qué?, dijo Soledad asombrada. Porque no tiene ningún hijo y, al mismo tiempo, todos lo son y conforman un único cuerpo, su hijo el Hombre.


Luna hacía un tiempo que estaba durmiendo, puesto que la verdadera había realizado el trabajo de cubrir a su mamá y a todo el resto. Me voy, dijo Soledad, ¿y vos? Me quedo hasta que alguien quiera ponerme aceite. No hace falta sólo que alguien te quiera poner aceite, sino también que vos lo dejes. Se dio media vuelta y empezó a caminar. Soledad, dijo él para detener sus pasos. ¿Qué?, preguntó ella al mismo tiempo que se daba vuelta. Hablando de úteros, me dijo que te anunciara que hay un bebé en camino, que vas a ser madre una vez más.

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Su padre le enseña a nadar con una técnica propia. Ella es muy pequeña aún, pero él no sabe subestimar a sus hijos. Por eso, cuando decide que la menor de los cuatro debe nadar también, la lleva a la pileta, a la de adultos, claro está, y le dice que se agarre bien fuerte del elástico de la malla de él y que vaya moviendo las piernas como una ranita, mientras él nada. A papá le gusta aprender, le gusta enseñar y, sabe, siempre sabe, que ellos lo pueden lograr.

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Para qué seguir buscándola, dijo Soledad, Libertad no está por ningún lado. Pero, si fue a la calle, corre el riesgo de morir, dijo Sofía. En ese instante, Gabriel entraba en la cocina y ambas callaron. Qué pasa, preguntó él. Libertad desapareció, dijo Sofía. Sí, ya lo sabía. ¿Y estás tan tranquilo?, preguntó Soledad. ¿Por qué no debería estarlo? En la calle, podría morir, dijo Sofía. No está en la calle. Cómo lo sabés. Porque simplemente desapareció. Esta mañana, cuando desperté, ya no estaba pero percibí algo de ella en el aire y le hablé. Al principio, no respondió, pero me dijo que necesitaba huir y le dije que estaba bien. Ahora, ella está en todas partes, aunque no la veamos. Si necesitan algo, me avisan y le pregunto. ¿Y por qué con vos habla y con el resto no?, dijo Soledad. Porque, cuando la encontré esta mañana escondida en el ropero, le agradecí por haberme ayudado y le dije que, cada vez que ella se sintiera niña, yo crecería lo suficiente para ser su padre.

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Sueña con su futuro, ese que resultará ser bien distinto al lecho de rosas con el que sueña. Sin hijos, sin ese camino perfecto trazado, los sueños se irán yendo uno tras otro hasta que no quede ninguno por perseguir y, en ese desamparo, se preguntará y ahora qué hago, ahora para qué seguir.

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Aprendiz de tonta soy, decía Libertad. Mientras los hombres trabajaban en la huerta, ellas tomaban mate y hablaban de la edición del próximo número. ¿Qué pasó, lo decís por lo de anoche?, preguntó Soledad. Sí, por todo lo de ayer, tenía que haber supuesto que, cuando tuviera mi edad, Gabriel me ignoraría. Fue tu decisión, dijo Sofía, de cualquier manera, alguien tenía que hacerse cargo de él. ¿Y qué pasó con tu tejido?, preguntó Soledad, dejaste de hablar por completo de él. Es que dejé de intentar terminarlo y dejé de tener ese sueño. ¿Cuándo fue eso?, intervino Penélope. El día en que el sol rajó la tierra, de cualquier manera, algo raro pasó: ese primer día de la sequía, Gabriel era anciano, ¿recuerdan que preguntó por sus medicamentos? Todas asintieron con la cabeza. Bueno, entre sus pastillas, encontré el frasco de aceite para máquina de coser con el que yo soñaba.

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Señala las estrellas después de corroborar con su libro el nombre de la constelación para enseñársela a Libertad. Su hermano sueña con estudiarlas y, por eso, lo hace. Su hermano es un niño curioso y, debido a eso, le escribió a la nasa para obtener información. En esta época, en que no existen los mails, enviar una carta o recibirla es un ritual. El momento de la escritura es especial y, una vez enviada, la espera es un paso más. El tiempo existe y pasa, no se consume ni aterroriza su paso veloz, el paso marca las esperas y los logros. Una vez recibida la respuesta, se abre con ansias el sobre y lo más mágico es tener entre las manos una parte de quien lo escribió: su letra, su papel, sus vacilaciones. La carta se guarda, se relee, se vuelve amarilla mostrando que el tiempo va transcurriendo.


Y, un día, la respuesta llega. Y, claro, una de las primeras personas en ver esas fotos es ella, su aprendiz.

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Fue haciéndose mayor la paranoia, aunque un dato era real. Luego de dos días de tormentas intensas, el sol amaneció al tercero y rajó la tierra. Y lo hizo literalmente, grandes grietas se abrieron.


Pero ellos se habían organizado. Habían decidido que lo mejor era armar pequeñas comunidades y tener huertas en las casas, adaptadas, debido al clima, por los hombres para que las verduras no se echaran a perder. Habían acumulado varios bidones de agua de lluvia en los últimos días y, también, varias latas de conserva, ya que suponían que los mercados cerrarían. Ya tenían dispuesto cuáles serían las raciones y quién viviría con quién. En la casa de Soledad y de Santiago, se quedarían Sofía y el novio, Libertad, Penélope y el maridovio, y Gabriel. Era importante que la versión de internet de la revista siguiera saliendo. Luciana había decidió cuidar de sus padres que, aunque no vivieran juntos, estaban equidistantes de la casa de ella.


Un problema se presentaba y era quién se haría cargo de Gabriel cuando fuera niño y de Gabriel cuando fuera anciano. Fue el mismo Gabriel niño quien los sentó, al segundo día de convivencia, y les preguntó ¿quién será como mi vieja cuando sea un niño, quién mi hija cuando sea anciano y quién mi amiga cuando sea adulto joven? Libertad respondió con su silencio, ya había decidido que ella lo haría, incluso, antes de que Gabriel niño lo planteara.


Esa tarde, jugó con él, le contó historias de países lejanos y hombres aventureros, cantaron y bailaron. Por la noche, Libertad le dio parte de su ración y le dijo que saldrían a ver el cielo y que tendría postre sólo si comía toda la comida. Gabriel niño cumplió y, por eso, salieron al patio y se sentaron, ella detrás de él y lo rodeó por el cuello con su brazo derecho, mientras con el índice de la mano izquierda le señalaba las estrellas.

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Las dudas que tiene son muchas, pero nunca se le ocurre preguntar, sino que espera desvelar los misterios de este mundo sola. Le extraña, por ejemplo, que un escritor español tenga un apellido tan porteño como Lorca, ya que en España, sabe, no se hablaba al vesre. Otro español que la deja perpleja es Manolo Escobar ¿cómo puede ser él peronista y cantar porrom pom pom porrom pom porrom pompero perón? ¿Dice realmente Perón? ¿Dice Perón y mamá lo escucha? Si ella siempre le dice, en susurros, que eso no se dice cuando uno pronuncia ese nombre, mucho más si uno lo hace en público.


Muchas dudas tiene. De las religiosas, por ejemplo. ¿Cómo Jesús tuvo dos padres? Eso no es del todo posible. ¿María habrá engañado a José y le habrá dicho que era de él? Si ambos lo sabían, ¿Jesús decidió irse de su casa a vivir con sus amigos cuando supo que su padre no era su padre y que era medio adoptado? Otra duda, ¿por qué el temor de Dios es un don del Espíritu Santo? De esto, sí pide respuesta y le dicen que es respeto. No, no, no, dice ella, el temor y el respeto no son la misma cosa ¿por qué temer a quien nos ama?


Y caminando por su caminito de dudas va haciéndose mayor.

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Habían aprendido muchas cosas con todos los meses de trabajo. Las revistas seguían saliendo, las novias casándose y expandiéndose la felicidad. Algunos comenzaban a ver que esa gente podía y eso les daba miedo. Por eso, las voces negativas empezaban a oírse y muchos pedían la prohibición de sus actividades. Ellas no daban crédito de lo que oían. Las protestas que intentaban interrumpir casamientos habían comenzado con todo tipo de violencia. Ellas comenzaban a tener miedo y los hombres pensaban que había que organizarse.


Paciencia, dijo Gabriel, denles tiempo. Cuando la televisión agote el tema, van a pensar en otra cosa, ya les pasó algo similar alguna vez. Mientras esperamos, contemos estrellas.


La sequía nos va a ayudar, dijo Sofía, anuncian dos días más de tormenta y sequías por varios meses. La gente va a volver a protestar contra los gobernantes como la otra vez y se olvidarán de nuestra existencia. Pero nosotros no debemos hacerlo, tenemos que pensar en esos meses, en cómo nos vamos a arreglar, por las dudas.

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La vida y la muerte se cruzan en sus pasados. Los dolores familiares, las divisiones de ese país tan lejano que han sabido traer mezclado con recuerdos en sus maletas. El viaje fue largo, aunque la posibilidad de regreso achica las distancias, aunque el recuerdo las elimine.


Libertad sabe que ella pertenece a un lugar muy lejano que no conoce con los ojos. Pero mamá y papá lo tejen con palabras y canciones, en lenguas distintas, lejanas y cercanas. Papá habla algo distinto que ella no habla, pero es normal que él lo haga y, también, sus amigos. Con esa lengua, con su lengua padre, papá la llama cativa y el padrino pitusa. Es normal para ella entenderlos, aunque no conversar con ellos de ese modo, ya que sólo puede hablar su lengua madre, la lengua de su madre.


Las canciones de ellos también son suyas, su identidad, pero duelen y no le gusta que a mamá y a papá les dé morriña, y no le gusta verlos cantar de ese modo, cantar con el brillo de los ojos, esos ojos que extrañan ver otros paisajes que guardan en el fondo de la memoria y en el fondo de las canciones.


Ellos, también, le enseñan a querer ese lugar, a sufrirlo y desearlo. Le enseñan los silencios que ellos, también, y tan bien han aprendido.

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Por una escalera, subía. Por la de la vida que, también, es la que utiliza la muerte. Janaína sabía bien que eran las dos caras de una misma moneda porque era la madre de ambas. Su vientre se transformaba, con la calidez de la vida y de la muerte, en un prado en flor para que sus chiquitos danzaran con su ombligo como sol. En cualquier caso, ambos danzaban, aunque algunos de ellos sólo lo hicieran en abril.


Pero un día, la vida pudo más porque puso en ese prado una piedra, y la piedra rodó, y la piedra se hizo roca y la fuerza del amor de los tres hizo que esa piedra creciera y la piedra nació. La piedra le borraría siempre las lágrimas y vencería las tormentas.


Janaína se sabía fuerte porque era la madre de la vida y de la muerte.

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Las diferencias en los resultados son incomprensibles. No está sumando y restando bien y le parece raro porque ella sabe hacerlo desde mucho antes que cualquiera de sus compañeritas. Y es que su hermana, Luciana, la ingresó en el mundo de las matemáticas del mismo modo en que le enseñó a atarse los cordones, entre risas y juegos, del mismo modo en que su hermano cowboy la había llevado a navegar en papel o como el mayor la ayudaba a ser Mónica Seles.


Ella sabe hacerlo, por eso, no disfruta de esas clases y, quizás por ese motivo, hace la tarea con indiferencia. Con el tiempo, aprenderá que no sabemos las cosas cuando creemos saberlas, sino cuando más dudamos de ellas, que al conocimiento se sube por una escalera.

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Las palabras nuevas que decía Luna las hacían reír. Eran nuevas por muchos motivos, porque estaban recién incorporadas a su léxico y porque no las reproducía fielmente, sino que las decía de un nuevo modo, como si las creara.


Mientras Luna hablaba, Libertad preparaba el mate y Soledad abría la puerta. Les presento a Penélope, mi prima y amiga. Todas la saludaron y vieron que era esa clase de personas que tejen mundos con palabras, mientras esperan que algo cambie. Luego de una hora de hablar sin parar de su familia, su perro y su gato, hizo un respiro para decirle a Soledad que su casa estaba sequita. Y fue el turno de ella para hablar. Ayer, estuvimos todo el día secando el piso, nos reímos mucho y disfrutamos de hacerlo juntos. ¿Y con la otra parte de la casa qué van a hacer?, preguntó Sofía. Dejamos allá las diferencias.

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Aunque distintos a las versiones originales, le gustan. Ella no sabe que lo son aún. Su hermano le despierta la curiosidad, le enseña a pasear por las estrellas, el alfabeto griego y, también, es el primero en hacerla viajar por esos mundos de papel que alquila en la biblioteca.


Es por esta época que empieza a guardar los libros que lee porque no le gusta que alguien los lea a la par, siente que le roban la historia, que le roban las palabras.

61

Con otra cosa, tenían que ver, con otros sueños, en fin, las maderas, decía Santiago mientras secaba con su pañuelo el alma de Soledad. No quiero que te sientas sola, no lo estás, cuando me di cuenta de que ya no oía las voces de ustedes, aunque pudiera verlas, pensé que yo no podía esperar a que el agua bajara porque, quizás, eso no sucediera nunca, por eso miré mi árbol y él mismo me dijo que era lo suficientemente alto como para unir las dos orillas. ¿Por qué tardaste tanto?, le dijo ella, con el alma más suave que antes. No tardé, fue cuestión de una noche, busqué un hacha y trabajé hasta la madrugada y, esta mañana, cuando lo vi caer, recogí mi nombre del agua y crucé por mi puente para llegar a tus brazos. Pasaron meses, le dijo ella con un tono de reproche, mirá mi almanaque. Te juro que fue una noche y no te miento, mirá el mío.


Y sonrieron. Ninguno mentía, ambos calendarios marcaban tiempos reales, aunque distintos.

Las cosas insólitas de la feria

Todos los años, la feria del libro tiene algún hecho insólito. Esta vez, me tocó de público visitante. Y si hay una situación o persona extraña que pueda pegárseme, denlo por seguro que se me pega.




Fui a la editorial Tusquets para averiguar por un libro que daba por sentado que aún no había llegado a la Argentina. Le pregunto al vendedor, lo busca en la lista y lo encuentra. Su comentario fue que era un pedido raro, ya que el libro no le sonaba, pero, si existe algo que es difícil de encontrar, seguro es algo que Mariana desea (tendré que pensar seriamente en hacer terapia y hablar del tema). Una vez en su mano, el vendedor se dispone a buscar el precio y no lo encuentra, le parece extraño, pero me dice que lo lleva a la caja. Uno de los cajeros toma el ejemplar en sus manos y el otro se lo retira abruptamente y le dice que ese libro no está todavía a la venta y que, evidentemente, llevaron todos los ejemplares del depósito. El muchacho de al lado me pide disculpas, ya que, si bien yo había palpado el libro, es todavía virtual.


Conclusión, no todo lo que percibimos con los sentidos son sustantivos concretos, este era un tanto abstracto todavía.



Debería haberme abrazado a él y salir corriendo ¿no?




60

Esperando a que se mueva y no lo hace. Es el último día de colegio de este año y, tiempo después, recordará esta sensación de alivio porque ella no se mueve. Llegó a su casa feliz y, cuando fue a entrar en su cuarto, se quedó paralizada en la puerta porque ella, esa araña, está en la pared sobre la que se apoya el respaldo de su cama, la misma que tiene la ventana que da al patio. Están ambas estáticas: ella, en la puerta aún con el guardapolvo puesto y deseando sacárselo porque quiere liberarse del colegio por fin, de esta sensación de haber salido de un colegio pupilo (en verdad, ella sabe que lo fue alguna vez) para visitar a sus padres en el verano. Mientras ve a la araña y piensa eso, se da cuenta de que durmió todas las noches y pasó todos los fines de semana en esa casa y nunca en el colegio, que la sensación de opresión y de libertad tienen que ver con otra cosa.

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¿Un paraíso?, vos estás loca, decía Soledad. No, te juro que no, Gabriel dice que sabe dónde hay un paraíso y que va a vivir en él, respondió Libertad. ¿Y por qué te lo dijo? No lo sé, estaba caminando y apareció un chico de unos quince años y me saludó, era él, claro, pero yo no me había dado cuenta. Y, como todo adolescente, empezó a soñar porque, a esa edad, el futuro está más lejos de lo que pensamos. Y como quien no quiere la cosa me pidió que lo llevara hasta allí algún día. ¿Y qué le respondiste?, interrogó Soledad que, cada vez, se sentía más sola. Que el paraíso es un territorio delimitado, cercado si queremos, un lugar idílico donde todos somos felices porque ignoramos, es una especie de burbuja impuesta y que no quiero ir allí, que la Libertad pierde las alas si no puede acceder al árbol del conocimiento y que quiero el desafío de construir con palabras y con sueños mi refugio y mi trinchera, que antes de soñar con las estrellas primero tenemos que establecernos bien en la tierra. ¿Y él que respondió? Nada, sólo me dijo que le gustaría atrapar una, algún día, a largo plazo y me saludó porque se le hacía tarde, los amigos lo estaban esperando.

58

El árbol está en la esquina de la casa. En esa esquina que, si se dobla, tiene una cuesta arriba. Luciana y ella juegan siempre en la manzana de su casa. Saben que no deben cruzar la calle solas, salvo que lo hagan con alguno de sus hermanos. Es raro si pensamos que uno de ellos sólo tiene un año más que Luciana. Sin embargo, las reglas del juego son esas y las obedecen. De hecho, la primera vez que Libertad tuvo el permiso de alejarse sola de su casa fue para ir a confesarse a la catedral. Papá le había dicho que fuera derecho y que regresara y, así, lo había hecho. Pero volviendo al árbol y a su manzana, ese es su territorio y su mundo. El mundo es la casa, la vereda, la cuadra, la manzana… el árbol. Al pie de él, recogen unas pelotitas que se desprenden de sus ramas para jugar. Para ellas, es el árbol como cualquier otro. Más tarde, ella sabrá que es un paraíso.

57

De su vieja infancia disfruta, decía Soledad que se sentía sola y las gotas de aljófar asomaban por sus ojos y morían en sus palabras.


Libertad le decía que el temporal pasaría, como todo temporal. Es que estas tormentas están creando un río en nuestra casa y la dividieron en estas dos mitades. Él y yo estamos en orillas distintas y el río se ensancha, decía Soledad. Para el fin de semana, dicen que el agua va a bajar, es necesario que una vez que el río desaparezca, sequen bien el suelo y reconstruyan las bases de la casa, decía Sofía, así nunca otro temporal podrá crear este río. ¿En qué momento, dejó de llamarse Santiago para llamarse él?, interrogó Libertad. En el mismo momento en que su nombre se lo llevó el agua y no pudimos tener un diálogo y él se transformó en un extraño, en un tercero más. Igual, decía Libertad, ¿él no cruza a verlas, no se le ocurrió construir una canoa? No, sólo piensa que quiere construir una casa en el árbol que tiene a su lado, decía la soledad de Soledad. Bueno, si sabés eso es porque todavía podés oír su voz, afirmó Libertad. No, cada noche, veo que el río se ensancha más y escucho menos su voz, lo sé porque lo vi juntando madera cada tarde luego de volver del trabajo. Yo creía que era para hacer una canoa, pero, ayer a la noche, lo vi mirar el árbol.

56

Se pelearán por ellas, dice la madre refiriéndose a las sillas nuevas que se hamacan. Pero, cuando dice «ellas», habla de sus hijas. Pero no. «Ellas» incluye a Libertad y a su abuela, la madre de su madre, porque este verano, a este lugar tropical, llegó desde España un vendaval de nieve con la forma de una señora mayor, la abuela.


Esta señora que parece Heidi, por momentos, es un adulto con sonrisa de niño y, en otros casos, un niño que disfruta de su adultez. Ella, Libertad, no sabe que eso la hace distinta. Para ella, siempre es reconocible la niña-abuela que tiene. Muchos años después, sabrá que mucha gente crece o se aniña según la situación, del mismo modo en que le sucederá a Gabriel, a quien en esta época ni siquiera intuye.


El día de la disputa se presenta soleado. Libertad y la abuela Heidi salen al patio y, cada una, se sienta en una de las hamacas, esas sillas de hierro blanco, cuyos almohadones son verdes con flores. La abuela Heidi se sienta en la de la derecha y ella en la de la izquierda. A la abuela Heidi, le gusta hacerla enojar, algo que ella heredará, por lo que le dice que una de las sillas es de papá y la otra suya, de la abuela, claro está. Libertad empieza a discutir y a decirle que no, eso no es posible porque ella está de visita. La abuela Heidi ríe, le tiene miedo a las tormentas, roba caramelos… La abuela Heidi sabe que ser adulto implica disfrutar de su vieja infancia.

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Su alegría y su ilusión provenían del crecimiento del proyecto. Libertad acababa de contarles que se había comunicado con Janaína, su amiga brasilera que vivía en Belo Horizonte. Ésta le había contado del surgimiento de tres cooperativas en Brasil: la primera, impulsada por ella misma en su ciudad, la segunda, en Río, y la tercera, en Bahía.


Soledad no salía de su asombro y deseaba no salir de su felicidad. La idea se extendía más de lo esperado. Se extendía como el agua en el territorio nacional. Creo que el agua nos va a tapar, dijo Soledad. No importa, dijo Sofía, según los científicos, de continuar esta situación, surgirá un nuevo Hombre que vivirá bajo el agua y sólo sobrevivirán aquellos que sepan adaptarse fácilmente a las condiciones de vida más precarias.


Entonces, dijo Libertad, si surgen estos nuevos Hombres ¿podrán, por fin, compartir las vaquitas o nuevamente se pelearán por ellas?

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Conoce ese lugar a la perfección. Es la parte exterior de su casa y del negocio de sus padres, que queda justo al lado. Es la parte exterior antes de que hicieran la reforma en su casa y construyeran el garaje. Es decir que todavía la casa tiene una reja, en realidad, es del negocio.


Junto con Luciana, ve otra cosa. No es ese exterior lo que todo el mundo cree que es, sino un parque de diversiones. El poste es un juego para elevarse por medio de un ascensor. Las baldosas, un juego para saltar e ir sumando puntos. Las rejas son el famoso hamaquero. Éste consiste en subirse al escalón, tomar una reja con cada mano y dejar caer el peso del cuerpo hacia atrás, mientras se balancean de izquierda a derecha sin parar.


Pero la imaginación necesita ciertos elementos reales en los que hacer ancla, es decir, todos necesitamos molinos si queremos luchar contra gigantes. Y, un día, la reja dará paso a la ampliación de la puerta de casa para transformarles la imaginación y la realidad. Y, aunque ya no tenga una reja, en aquel pedacito de cielo, se quedarán su alegría y su ilusión.

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Pidiéndole una respuesta que no te puede dar, todos los días estás con lo mismo, igual que con tu tejido, le decía Soledad. ¿Sabés por qué no te responde? Porque no sabe la respuesta, porque todavía él no quiso hacerse la pregunta.

Libertad estaba en silencio, pero con él decía todo lo que sus palabras no podrían expresar jamás. Mientras jugaba con la pequeña Luna, que iluminaba sobre todo de día, le contaba a Soledad el problema de comunicación que tenía con Gabriel. Cuando estoy triste, le decía, le hablo en francés. Hasta le escribí este poema








Un peu plus de moi (un peu moins de moi)








J’ai froid le cɶur,




tes bisous et tes mains




étaient chauds,




mais pas encoré.




Maintenant, j’ai un sourire peu claire




car, quand tu t’approchait, c’était un mesonge plus.




J’ai froid le cɶur




et mon visage semble fantasmatique.








Pourtant




tu as le sourire d’un ange malin,




tu as des yeux brillants de bonheur




et tu as des cascades comme cheveu.




Même si tu as tout ça




tu n’est plus ici.








Donc,




tu m’a gelé le coeur.








Cuando estoy alegre, le hablo en portugués y, de vez en cuando, le canto Trem das cores de Caetano Veloso. Cuando no nos entendemos, le hablo en español, él único idioma que él entiende y conoce.

52

Su infancia está llegando a su fin, aunque ella no lo perciba. Sin embargo, los signos de su crecimiento van apareciendo en las preguntas que empieza a formularse.


Es una época rara. Desde que tiene uso de razón, la televisión está invadida de políticos que visitan a Bernardo, el dinosaurio, y alternan en la pantalla con Heidi, Los halcones galácticos y otros más.



Pero ésta, en particular, es una época rara. Tal vez, porque se empieza a hacer preguntas.



Las pintadas aparecieron solas en el edificio que está frente a su cuadra sobre la esquina izquierda. Todos los días, luego de la siesta, va a la habitación de sus padres y las lee, «Carlos, no al indulto», y no entiende el mensaje. Después, se va, pero todos los días regresa a esa cita ritual y lee el paredón como interrogándolo con la mirada y lee como pidiéndole una respuesta.

51

La cena la habían organizado Santiago y Soledad para festejar el nacimiento de Luna y para hablar un poco de los pasos a seguir.


En la cocina, preparando las cosas, estaban las mujeres. Libertad contando nuevamente sobre su tejido y Luciana diciéndole que la tenía cansada con eso, que parecía un disco rayado.


Gabriel no vino, dijo Sofía, qué raro porque prometió hacerlo. Tampoco fue a la reunión que teníamos pactada con los payasos, dijo Libertad. ¡Qué raro! ¿No fue él quien la había organizado?, preguntó Soledad. Libertad subió los hombros e hizo una mueca de desilusión con la cara.


Acto seguido, sonó el timbre y Santiago fue a atender. Cuando ingresó, lo hizo acompañado por un señor mayor que tenía las facciones de Gabriel, pero su barba y sus cabellos estaban canos. Las mujeres se presentaron cuando lo saludaron y él comenzó a reírse. Soy Gabriel, dijo. Ellas se miraron sorprendidas y en silencio, esa forma de comunicación universal que poseen las mujeres y con la que dicen miles de cosas a un mismo tiempo sin decir nada. Libertad se dio la vuelta y siguió con lo suyo. Por lo bajo, le dijo a Soledad, yo nunca sé si habla en serio o en broma. Gabriel se acercó y le preguntó qué le pasaba. Nada, respondió ella. ¿Seguro, seguro?, preguntó él. Seguro. ¿Y qué te pasó ahí?, le preguntó al mismo tiempo que le señalaba el lado izquierdo del mentón. ¿Acá?, dijo ella, tocándose una zona que estaba humedecida. Él afirmó con la cabeza. Me reventé un granito, ¿por? Porque te sangra, ¿querés una carilina? No, yo tengo, repondió ella, gracias. Bueno, cualquier cosa que necesites me avisás.


Una vez que estaban cenando, Sofía le preguntó por qué no había asistido a la reunión con los payasos y le dijo que sí había ido. ¿En serio?, preguntó Libertad en modo irónico, el único modo de decir las cosas que tenía. Sin embargo, yo fui y no te vi. ¿No? Yo te quise saludar y te hiciste la tonta. Él reía al hablar. Sí, claro, dijo ella. ¿No viste un nene de ocho años prestando atención?, dijo él. Sí, un nene muy adulto para su edad. Ése era yo, dijo él. Entonces, la sorpresa abrió los ojos y la boca de Libertad al punto de sólo tener boca y ojos en su rostro. Es lo mismo que acaba de pasar cuando entré ahora, dijo él. Desde chico, tengo el problema de no representar la edad y confundir a la gente. A veces, mi apariencia es la de un niño muy adulto y, otras, la de este anciano que soy ahora, que disfruta de su infancia.

Del poco dormir y el mucho leer, se le secó el cerebro...

Hoy, 23 de abril se conmemora el día del idioma castellano debido al aniversario de la muerte de Cervantes. También, se dice (en esto, no hay certezas) que el mismo día del mismo año habría fallecido Shakespeare.



Este día de hoy, es San Jorge o Sant Jordi para los catalanes, quienes conmemoran este día regalando libros o claveles. ¿No es hermoso? Pero lo llamativo de que San Jorge coincida con la muerte de Cervantes o que él haya justo muerto este día es que su hijo más conocido, don Quijote de la Mancha, tenía dos caballeros a los que admiraba (dejando de lado a Amadís), que eran Santiago Matamoros, quien se convirtió en caballero una vez muerto ayudando al Cid Campeador y, si creemos las visiones de Bernal Díaz del Castillo, también, ayudó en la conquista de México. Por otra parte, lo que admiraba en San Jorge era lo opuesto, era el caballero andante que se convirtió en santo, algo que don Quijote podría conseguir siendo caballero.



Por otra parte, en el Quijote de 1615, don Quijote y Sancho se dirigen a Zaragoza, pero, al oír que un tal Avellaneda había escrito una continuación de sus aventuras que los conducían a dicho lugar (y eran apócrifas) deciden cambiar el rumbo e irse a Barcelona. Barcelona, lugar en que se celebra Sant Jordi, aunque ellos fueran por otros motivos.



Dudo de que en la época de Cervantes el día de Sant Jordi se regalaran libros, pero qué le hubiera gustado más a su Alonso Quijano que recibir uno.




Todas estas no dejan de ser meras casualidades, pero, debido a la muerte del padre de don Quijote un día de San Jorge, es que hoy conmemoramos el día del castellano.

viernes, 22 de abril de 2011

Que el escenario te tiña las canas

Me gusta mucho ir a espectáculos, de diferente índole, especialmente, a recitales. Con estos últimos, tengo la política de que hay gente que uno debe de ver antes de que se mueran, que dejen ese surco en nuestra memoria al que podamos volver para disfrutar de lo vivido una vez más.

Creo que ya comenté anteriormente que, gracias a esta política que tengo, ya vi a Toquinho (lástima que Vinícius haya muerto), Serrat y Sabina juntos (como me dijo Ale, ojalá que no nos demenciemos y olvidemos esta noche), Aute (creo que no se repetirá, es muy raro el señor, pero marcó una época), Charles Aznavour (qué seductor, con sus 83 años bailaba y seducía más que estos chiquitos nuevos), Ismael Serrano y Plácido Domingo fue lo último en este año. Plácido, por quien me sacaría el sombrero, la cabeza, los pelos, los ojos y cualquier cosa por hacerle las reverencias acordes con su talento, que va más allá de esa voz.


Este año, empecé más que bien en materia de espectáculos, aunque no haya podido conseguir entradas para Sabina. Joaquín, sabelo, muy a mi pesar pensaba pagar hasta 400 pesos por verte y digo a mi pesar porque creo que una butaca no puede valer eso, pero, de ahí a tener que conseguir entradas por internet al doble de precio, no caigo, en esa no.


Decía que empecé mi año de shows con Plácido en la 9 de julio, bajo un cielo hermoso con un señor que cantaba para mí (del resto me olvidé) "El día que me quieras" y me prometí tratar de ir al Colón el año que viene si se presenta. Sí, es probable que este señor consiga que, por segunda vez en la vida, yo entre en el Colón (la primera fue para ver a mi amado Saramago, a quien por suerte vi antes de morir).


Es buenísimo ir a shows y que te hagan sentir cosas desde lo más profundo. Con Plácido, pensé que si Dios existe desde luego estaba un cachito en su garganta. El otro día, fui a parque Centenario a ver el show Pasión tango con Hernán Piquín, Cecilia Figaredo y la compañía Fusión tango. Primero, pensé "Mariana, evitá seguir el curso de tango porque nunca bailarás así". Sin embargo, lejos de deprimirme, lo que pensé fue que, evidentemente, cada uno nace para una cosa en esta vida, Plácido, para (en)cantar; este grupo, para bailar. Sentí en ellos que lo hacían con la misma pasión con la que yo voy a la escuela. Y esta cabecita delirante pensó una cosa más, pensó que en algún momento debería tener algún hijito para poder contarles estas cosas en un futuro a mis nietos. Sé que es un tanto extraño pensar algo así, pero nuestros descendientes son los encargados, siempre, de mantener la llamita de la memoria encendida.


Para finalizar, lo que puedo decir después de haber visto a estos dos señores (aunque Plácido ya tiene su merecido pedestal) es que la humildad y la generosidad pueden no llevarte lejos, pero, sin dudas, te harán más grande. El primero ya tuvo la suerte de que el escenario le tiñera las canas, espero que el segundo corra la misma suerte. Y deseo que a ambos el fin del mundo los pille bailando.

domingo, 17 de abril de 2011

La mejor herencia materna

Nada viene de la nada, hasta los gustos musicales tienen que ver con lo aprendido.

Si no hubiera habido Dyango, no habría habido Alejandro Sanz, Luis Miguel y Ricky Martin.

Si no hubieran existido Jorge Negrete, Pedro Infante y Javier Solís, no habría existido Alejandro Fernández.

De no haber escuchado Jorge Falcón, Julio Sosa y Hugo del Carril, no tendría hoy Adriana Varela.

De no haber, al menos por momentos, existido Serrat, hoy, no los tendría ni a él, ni a Sabina, ni a Aute, ni a Ismael Serrano.

Sin ese esporádico Roberto Carlos, hoy, no tendría a Caetano.

De no haber escuchado a Plácido Domingo, no hubiera tenido una noche inolvidable en la 9 de Julio.

Sin Nino Bravo, no amaría a Nino Bravo.

Sin esa frase tan oída de que solo "escucho música que entiendo", no me habría dedicado tanto a estudiar lenguas para poder entenderla, dicho sea de paso, tampoco disfruto de escuchar lo que no comprendo.

Podría seguir, seguramente, pero no recuerdo todos los gustos musicales de mi madre y, creo, tampoco todos los míos.

jueves, 14 de abril de 2011

Todo sucedió muy de repente. El tiempo se me está acabando. Los pensamientos van veloces. Somos cinco en el coche, yo estoy en la parte trasera, justo en el centro. Parecía que nos iban a asaltar y el conductor aceleró hasta morir... sí, quedó muerto y pude controlar el coche casi en medio de un desmayo. Pero lo que comenzó como un asalto y, así, lo consideré durante unos segundos... Padre nuestro que estás... ¿cómo era? ¿cómo era? ¿cómo era, che? El coche quedó detenido y se acercó un hombre de cabello ondulado hasta la altura de los hombros por la ventana, no cabían dudas de que era un asalto, mi compañera de la izquierda, la que está al lado de esa ventanilla le clavó un puñal en el vientre, en ese instante, él le incrustó una especie de dardo mortal en el cuello y la última reacción de ella fue hacer lo mismo en el cuello de él antes de desfallecer. Percibí que no era un asalto, que era algo más, un enfrentamiento entre dos bandos, una guerra en fin. Él me quedó mirando... ¿en los cielos? me miró con esos ojos negros en una forma penetrante y amenazadora a la vez y me dijo "también, tengo uno para vos" y disparó, y sentí de inmediato este cosquilleo que tengo por el cuerpo, me comenzó a invadir la muerte, la sensación de que todo se aflojaba y comencé a rezar "Padre nuestro...", pero no lo recordaba y, en la desesperación, recordarlo me resulta más difícil. La mujer que está en el asiento delantero me dijo "qué raro vos rezando si sos atea" y sólo conseguí tomarla por el brazo y desesperadamente pedirle que me ayudara a recordar esa oración, es lo único que me queda, la única sensación de esperanza desesperada, rezarla, decirla, recitarla, aferrarme a algo porque lo único que deseo es ver una vez más a mis hijos y a Enrique...