Ensonnacionesmarianas es un blog abierto a la reflexión propia y ajena sobre cualquier tema sobre el que deseemos pensar. El ensueño tiene que ver con la idea antigua del sueño como camino al conocimiento (por ejemplo, El primero sueño de Sor Juana).

F(h) Consultora en PYMES y ONGs

lunes, 15 de octubre de 2012

Tu odio no es más
que la expresión de tus viejos fantasmas.

Espejito rebotín

Esta mañana, paseando con Galán, vi una pintada en el suelo del Congreso que dice "Kretina forra". Automáticamente, lo que me puso de mal humor fue la falta de argumento. En estos tiempos que corren, eso ya no existe. Está bien, alguien podrá decir que es una pintada, pero las pintadas también pueden condensar crítica inteligente en breves frases. A Cristina, le han cambiado el nombre y, por lo que veo, ahora también el apellido. Y es que, cuando uno no tiene nada para decir porque el problema que existe es que está cargado de odio contra alguien (y que probablemente no sepa cuál es su causa), agrede.

Cuando éramos chicos y alguien nos insultaba, le decíamos "espejito rebotín" como para devolverle lo que nos decía. Ya de grande, cursando en la facultad, la profesora Silvia Delfino nos dijo en la primera clase del práctico de Teoría y Análisis Literario, que ella estaba realizando un análisis sobre el insulto y agregó "insúltenme, si quieren, no me molesta, cuando uno insulta no hace más que hablar de sí mismo". Y es que hay gente que acumula odio y las expresiones de este son el silencio, el insulto, es decir, cualquier expresión de la violencia. Y esta es un arma de la pasión, no de la razón.

Sería mucho más pacífico convocar al diálogo, bajar las armas y sentarse a pensar. Es tan simple como lo dice la canción "cantor, si nada dicen tus versos, para qué vas a callar al silencio" o, como dice mi mamá, no hay mejor palabra que la que se está por decir.

domingo, 14 de octubre de 2012

32

¿Cuándo supe que yo era yo? Supongo que el nacimiento de Luna me terminó de confirmar algo que venía elaborando. Fue un proceso entender que no pertenecía a mi familia, sino que tenía una familia de pertenencia, pero que, finalmente, quien debía regir mi vida era yo.

Supongo que lo supe tarde, pero que cobré conciencia cuando vi que era capaz de llorar de felicidad en un colectivo, que nadie pensaría nada de mí, que no había nada de malo en ello. Fue la primera de muchas veces que lloré en público y fue la que me hizo pensar que estaba viva independientemente de mi núcleo familiar.

La educación lo hace a uno de un modo determinado y sé que la que recibí se correspondía a una educación decimonónica. Y, sin embargo, siempre que hice algo que cuestionaba lo que me habían enseñado, por muy pequeño que fuera, siempre papá me lo reconocía con orgullo y como si fuera lo más normal y lo más esperable de mi parte, aunque no lo manifestara con palabras.

Recuerdo, por ejemplo, que siempre que iba a verlo, mi mamá me decía que me arreglara para que me viera linda. Y a él le daba igual cómo me vistiera, él no podía evitar verme linda. La primera vez que me corté el pelo muy corto mi mamá me dijo que a mi papá le gustaba que las mujeres tuvieran los cabellos largos, que le parecía eso lo más femenino que había. Sin embargo, siempre que me lo corté recibí elogios de su parte, como si transgredir sus nociones de femineidad, hiciera que me viera mejor.

Él admiraba en mí mi libertad, la que fui consiguiendo desde que supe que yo era yo. Creo que es por eso que nunca intentó someterme excesivamente a su voluntad. Entiendo que el temor paterno que sentía, algo así como el temor de Dios que nos enseñan en la religión, se fue diluyendo cuando vi que él sabía mucho más de mí de lo que yo le pudiera decirle. Cierta vez, emprendí un viaje para conocer a alguien, era un viaje que infringía todas las normas familiares implícitas que pudieran existir, quizás, el viaje que me dio más libertad a la hora de decidir. Pasado un tiempo, decidí volver, pero debía explicarle el porqué de mi retorno a él para que pudiera entender que volviera al mismo lugar en tan poco tiempo y, mientras sorbía el caldo de su comida y sin sacar los ojos de la cuchara, me dijo que ya lo sabía y que esperaba que me fuera muy bien.

Es raro caer en la cuenta de que no volverá y mucho más raro es no poder decirle que lo entendí, que tarde, pero que entendí lo que pensaba de mí. Es tan raro como saber que estuvo ahí para salvarme de Marcos y que lo hizo del modo más impensado que fue tirándome a su brazos, dándome la posibilidad de que viera con mis propios ojos qué clase de persona era. Creo que es su modo de enseñarme las cosas, ir acompañándome para que lo experiemente, del mismo modo en que alguna vez me hizo que le sujetara la malla para comenzar a nadar y que, una vez finalizada su tarea, me dejó hacerlo sola bajo su atenta mirada.

Ahora, es el momento de nadar sola bajo su atenta mirada.
Lo bueno de despertar a nuevas ilusiones
mientras otros despedazan tu pasado
para quedarse solo con una puñado
de vos sin tu existencia
de vos sin tu presencia
es que la vida comienza en otro lado
en puro presente
de subjuntivos deseos.

31

Yo ya no quiero, pero Marcos aparece igual, aunque sea por medio de su sombra que, evidentemente, no puede ser más que una pobre sombra. Por suerte, no es solo él que aparece, incluso, me he acostumbrado a su existencia después de mí, después de eso que hubo que no sé bien qué fue, pero que a veces siento que no existió. Hay gente que no entiende que tomar partido en estos casos es una tontería, que tarde o temprano el mar se calma y mueren en él los que quisieron sacar la ganancia en la época de tormenta.

Quienes han vuelto son mi papá, quien creo que en realidad aún no se fue, y mi adorada Yaya. Ella volvió no sé muy bien para qué, pero me la trajo la memoria. La última vez que estuvo tan presente fue por medio de sueños y sé que, de algún modo, me condujo al lugar en el que estoy. Y ahora está aquí una vez más, quizás, porque se va encontrando en mi pasado con la gente que ya no volveré a ver. Recordé sus grandes tazones de leche, las magdalenas, sus batones, las tardes jugando a Grandes Valores del Tango y, claro, las noches en que me dormía diciéndome los números en euskera.

La primera vez que ella volvió a mí fue en un sueño, como ya dije, y terminé decidiendo, impulsivamente, como casi siempre, estudiar su lengua. Comenzar a aprender lo que ella había ido olvidando de a poco. Y lo hice. Y la primera clase, cuando conté que me dormía diciéndome los números, la profesora repitió esas palabras que hacía más de veinte años que no escuchaba y no pude evitar volver llorando a mi casa.

Quizás, haya vuelto porque sabe que la necesito, que necesito que vele por mis sueños, que necesito que me enseñe a seguir siendo niña aun siendo grande, que me enseñe a contar hasta diez y no para dormir, sino para volver a mí, para dejar que pase el agua abajo del puente, para tener paciencia hasta que Marcos se diluya en su propia existencia, para correrme de él y de su pobre sombra.

lunes, 8 de octubre de 2012

30

Ayer, me di cuenta de que todavía estoy a tiempo de recuperar algunas cosas, aunque más no sea por poco tiempo. Recibí un mensaje de mi padrino por medio de mi hermana y supe que él es uno de los que me quedan para transmitirme cosas de mi viejo, para ser un poco el mío también.

Si bien llevamos mucho tiempo sin vernos y sin una relación constante, mando decirme que me quiere y que está orgulloso de mí. Y no quiero que se me escape. Por mucho tiempo, estuve enojada con él por sus ausencias y, quizás, no entendí lo que ahora entiendo, que no fueron educados para demostrar amor, sino para resistir la vida.

A veces, resistir y combatir los momentos duros exige hacerse fuerte, ponerse una coraza y arremeter contra lo que suceda. Mi papá era así, solo pudo decirle a mi hermana, sobre el final, que me quería y creo que no hubiera podido decírmelo a mí porque nunca nadie le enseñó a hacerlo.

Pero meu padriño está acá, a pocos pasos. Es la otra persona que me llamaba con una palabra en gallego. Así como mi papá me llamaba cativa, él me decía pitusa. Ambos modos para referirse a los niños.

Creo que estoy a tiempo de rescatar de las cenizas lo que me queda de mi papá, lo que me queda de Galicia. Quizás, no estaría mal, emprender mi viaje hacia Pontevedra para conocer su mundo.

domingo, 7 de octubre de 2012

Tan joven y tan viejo

Este mes, en tres días tan solo, se cumplen ya cinco meses sin mi papá. Y se me está confirmando algo que siempre pensé y es que uno en la vida se va cruzando con gente similar a otra, que nos trae a alguien del pasado.

Hace un mes, estuve en una reunión en la que había un chico vasco. Ese día, salí muy asombrada de su gesticulación porque nunca pensé que el modo de mover los brazos al hablar fuera cultural. Verlo a él, era volver a estar conversando con mi viejo en su departamento.

Ayer, tuve la oportunidad de cruzármelo de nuevo y las similitudes fueron más. Vino con la misma edad con la que llegó mi papá a Buenos Aires. Este muchacho, en cierto momento, empezó a decir que es muy duro encontrarte en un país en el que no conocés a nadie y no pude evitar volver a mi papá, que decía que él había llegado un 24 de diciembre a un lugar que ni siquiera sabía qué era y que terminó el primer día en la provincia de Buenos Aires. La diferencia es que mi papá, si bien se lamentaba, tenía algo de familia a la que recurrir. Mi papá vino temporalmente al igual que este muchacho y terminó quedándose. Él quería pasar por Cuba, en realidad, creo que tenía un espíritu aventurero inmenso y que el mundo siempre le resultaba pequeño, pero se enamoró de esta tierra y ya no pudo evitar quedarse.

Ambos se parecen en el modo de contar historias, es imposible no reírse. La diferencia, y no porque sea mi papá (o tal vez por eso), mi viejo era mucho más gracioso, incluso, se reía mientras contaba la anécdota. El modo de recibir gente y de ser hospitalario, en eso también coinciden. Además,este pibe se queja de que lo llamen "gallego" siendo vasco y mi papá se quejaba de que llamaran así a cualquiera no nacido en su Galicia. Los dos hablan (o hablaba mi papá) de su lengua con orgullo y de su tierra con amor profundo.

Por supuesto que, cuando hay muchas similitudes, también hay diferencias. Mi papá siendo nacionalista como era votaba al PP, se reconocía de derecha y franquista para cerrar ese título de derechoso con todos los méritos y honores. De hecho, cuenta la leyenda familiar que, cuando fuimos al valle de los caídos, mi progenitor nos habría dicho que besáramos la tumba del Generalísimo. Nunca me supieron decir qué fue lo que hice, pero intuyo que siendo tan papera como era fui y la besé sin saber lo que hacía.

La muerte nos abre otra instancia para conocer a la gente. Uno siempre ve a los padres llenos de seguridades y de certezas, cree que siempre tuvieron la madurez suficiente para hacer lo que querían, que no tuvieron miedo al irse tan jóvenes de su país y atravesar todo un océano en barco. Y, si para mí toda la vida mi papá fue un hombre alto, grande, seguro, ahora muchas veces pienso hasta qué punto cuando llegó no era un hombre niño con sus inseguridades a pesar de todo, con sus deseos de devorarse el mundo. Me da cierta ternura ver a este chico y reconocer algo de mi papá en él, descubrir que alguna vez el gallego fue joven, con ganas de vivir y que dejó su aldea atrás porque en un punto le quedaba pequeña, aunque en ella cupiera el mundo.

Una vez, ya dije que al morirse él se murió Galicia, sentí que me quedaba huérfana de tierra, que me arrancaban las raíces de ese lado del mundo sin más. Y es que hay seres que llevan consigo adonde vayan todo lo que aman, porque lo llevan en sus labios, te lo construyen con palabras. De algún modo, si bien él nunca regresó definitivamente a su tierra, creo que tampoco nunca se fue de ella. Nadie deja nunca a quien ama ni el lugar que ama, por eso, fue reinventándose su mundo en la Avenida de Mayo, mi pequeña Galicia como yo la llamo.

Y es cierto que los días porteños como el de hoy, tan lluviosos y grises, me viene la morriña de los días pasados, de su lengua, de su tierra, de sus gaitas. Y ya son cinco meses de ausencia, de una ausencia que crece a medida que voy completando su cuadro. Verlo joven y lleno de vida por medio de otra persona que me lo trae inmensamente, aunque no esté aquí me hace reconciliarme con el pasado, con lo que nos unió. Porque si algo debo agradecerle a este pibe es cómo me lo devuelve, aunque él no lo sepa, tan joven y tan viejo like a rooling stone.

"Así que, de momento, nada de adiós muchachos,
me duermo en los entierros de mi generación;
cada noche me invento, todavía me emborracho;
tan joven y tan viejo, like a rolling stone".






PD: no sé por qué desde que se murió Sabina me lo recuerda tanto.



sábado, 6 de octubre de 2012

29

Llueve. Luego de la larga de noche de insomnio, me levanto para ir a la facultad y, mientras tomo mi café, escucho algo de bossa nova y las lluvias repiqueteando en el techo del patio trasero.

Pocas cosas son más bellas que la lluvia. Siempre te bendice y te trae aires de cambio, te lava o, para decirlo en términos más actuales, te reinicia el sistema. Marcos se fue, por suerte, aparece de vez en cuando en mis sueños, pero intuyo que es mi miedo de que aparezca nuevamente, no quiero pensar más en eso.

La lluvia me hace pensar en esos lindos versos que vinieron a mi mente el día que papá falleció "están as nubes chorando por un amor que morreu", creo que esa canción es una de las más porteñas que conozco, creo que Castelao solo podría haber expresado la melancolía de la ausencia desde una Buenos Aires lluviosa, melancólicamente porteña y con esa lengua tan distante y tan propia.

Escribo para traer a papá conmigo, la lluvia también me lo trae. Hoy, vino con pasos suaves, no con la furia del vendaval que tenía en vida. Y creo que no es su única forma de manifestarse. Aparece también en Manuel, en sus gestos, en sus palabras, en sus modos. Y pienso que no está mal recuperar a los seres que amamos cuando se reflejan en otras personas, al fin y al cabo, nuestra vida es una sucesión de caras, con distinta piel, pero con los mismos sentimientos.

Marcos tenía lo peor de papá y es por eso que quiero colocarlo en un barquito de papel, que pienso colocar en el agua de la canaleta y verlo viajar lejos, muy lejos, hasta perderlo de vista. Y quizás, Manuel venga, se aproxime, quizás, no. Pero sé que hay algo diferente en mí, algo que hará que busque lo bueno, que descarte lo opresivo.

Y sigue lloviendo y su recuerdo me acompaña, cada vez un poco más lejano, cada vez más dentro mío. Sé que me da la fuerza y la sonrisa, sé que quiere que no desista. Mi futuro, ahora, es más incierto que nunca y, sin embargo, nunca antes había sido tan feliz.

jueves, 4 de octubre de 2012

28

Cuando era chica no entendía mucho a Serrat, solo con el tiempo fui dimensionando sus pequeñas cosas. Desde hace unos meses, las veo seguido, están ahí.

Un día, a la semana del fallecimiento de papá, una señora me entregó un maletín de él, que él mismo había mandado a buscar para que me lo entregaran. Lo que a él le importaba que me llegara eran unos papeles, pero entre las cosas había un frasco de monedas, de los que solía juntar para mi hermana y para mí y sus pequeñas cosas: un gancho de corbata que le había regalado mi mamá, una cadena que le había regalado mi hermana y unas cartas de ella, unas fotos de uno de mis hermanos. En ese momento, pensé que faltaba algo de mi hermano mayor, pero recordé que me lo había entregado a mí un año antes, unas monedas de cuando su neno había viajado a Inglaterra y había vuelto tan lindo con el pelo largo, como solía decirme. Entre sus pequeñas cosas había unos pasaportes de la madre y algo más. Nada mío, pero, de algún modo, todo para mí.

Todos los meses guardo en ese maletín unas boletas que pago y no puedo evitar abrir el frasco de Palmolive en el que puso las monedas y mirarlas, como si ahí hubiera una parte de la acción que él realizó al colocarlas allí, cierro el frasco y lo dejo en su lugar. Abro su agenda y veo su letra como si allí estuviera su mano realizando trazos, y la cierro.

Todos los meses vuelvo a esas pequeñas cosas para tratar de encontrarlo, para tratar de entender por qué llegó a mí de ese modo.

No solo esas cosas me dejó. En vida, me dijo cuál quería que fuera mi legado: sus libros en gallego y las tazas de su mamá. El libro que quería que me quedara no lo encontré, pero había varios otros. De algún modo, me dejó su lengua, algo que amaba como pocas cosas en la vida, a sus poetas preferidos y una porción de su infancia guardada entre las tazas.

Y está y no, lo abrazo en sueños, le hablo, lo busco, lo escribo y le escribo. Mantengo la esperanza de que me devuelva el libro que le presté algún día y de decirle todo lo que no le dije o de decirnos lo que no nos dijimos y darnos el abrazo que ambos nos debemos.

miércoles, 3 de octubre de 2012

27

Empecé escribiendo esto por un libro que le presté a mi papá, un libro que habla del amor y de la violencia casi en la misma medida. Y me pregunto hasta qué punto podemos cuidar las cosas que amamos y protegerlas de nuestra ira porque, al menos en lo que a mí respecta, solo me causan ira y odio y malestar las personas que amo, no las que pasan de largo.

Quizás, fue por eso que también comencé a escribir sobre Marcos porque escribir muchas veces me sirve para destilarme la sangre, para cortame las venas y que de a pequeños chorros de tinta se vaya lo malo.

Y, de algún modo, Marcos se fue o se está yendo, estoy dejando correr el agua bajo el puente. A él, ya le dije varias veces lo que pensaba y si dije algo más fue por lo que en algún momento lo quise. Pero pienso que así como él me hizo mucho daño, tal vez, también, yo lo haya hecho. Con límites, reconozco que jamás lo perjudicaría en el trabajo, pero hasta qué punto algo de lo que dije no lo hirió.

No lo sé y, probablemente, no lo sepa nunca. Así como nunca sabre si mi papá sabía que lo quise. Estos últimos días ando recordándolo poco y sé que suena raro si escribo sobre él en este momento y no es que mi papá se haya ido con mi escritura. Con él, es el efecto inverso. Quiero escribirlo para tenerlo, para decirle que su ausencia es fuerte, para mostrarle que sigue teniendo motivos para enorgullecerse de mí aunque ya no me lo pueda decir.

El viejo quería conocer algún hijo mío y eso no podrá ser, y luchar contra lo que no puede ser es doloroso.

Escribo porque él nunca leerá lo que escribo porque nunca lo hizo y ya no lo puedo dar vuelta. Decirlo para decirle que acá estoy, que acá está él. Que no sé si lo supe cuidar de mi amor-ira, que sé efectivamente que él no pudo cuidarme de eso, y Marcos tampoco.

lunes, 1 de octubre de 2012

Não me arrependo

Las palabras te influyen como un golpe en el pecho. Prefiero decir "te quiero" o "por lo que te quise" y actuar en honor al amor presente o al pasado, pero nunca en honor al desamor o al odio.

Cuando pronunciamos "odio", "envidia", no podemos menos que sentirnos mal, hacernos daño. Hay quienes creen que sus males son producto de esta última y no ven que pensar que esta última existe es lo que les hace daño. Creer que quieren lo tuyo te daña, te amarga, te hace pensar que estás siendo observado y mal mirado.

Yo era de las que no expresaban simpatías, pensaba que era signo de debilidad. Pero aprendí que para hacer las paces conmigo misma debía hacerlo también con el mundo y que, por sobre todo, debía pensar primero hacia dónde quiero dirigir mis pasos.

Ahora, en este momento, sé que no importa lo que me suceda porque quiero que me importe lo que sucede con el otro, con quienes amo, con quienes necesitan un poco de mi vida, de mi sangre, de mis fuerzas.

Cuando se quiso a alguien nunca fue en vano, cuando se quiso, es mejor siempre actuar en nombre y honor del amor que se tuvo, ser fiel a eso que uno pensó que haría (cuidar al otro), que cometer un crimen contra el pasado de uno y perjudicar a esa persona que fue importante.

Arrepentirse del pasado no nos deja ver cuál es el futuro.