Tengo un bloqueo con Malvinas. Es un tema del que no puedo hablar por razones diversas. No puedo sostener lo que defienden muchos argentinos, pero no suelo exponer lo que pienso porque es un tema que trajo y trae mucho dolor.
Lo que puedo decir de Malvinas son dos o tres recuerdos que tengo. Uno es de segundo grado, nos habían pedido un mapa de las islas y mi mamá se olvidó de comprármelo. Cuando se lo recordé por la mañana, recortó un mapita pequeño de un librito que tenía mapas. Es decir que cometió el sacrilegio de cortar un libro, cosa que nos enseñó a no hacer jamás porque hay otros que no tienen y porque, luego, puede servirle a otro. Siempre adoré que mi mamá me trasmitiera sus aprendizajes de pobre, sobre todo, porque sé que en este momento podría perder todo y vivir igual. Pero, volviendo al tema del libro, creo que ella olvidó comprarme el mapa por el bloqueo mental que tenía con Malvinas. Todo se hereda.
Digamos que el único recuerdo que tengo de la guerra es el de mi madre en la cocina de Posadas, la luz entrando por la puerta que daba al patio y mi hermano mayor llegando contento por la guerra a mi casa, y mi mamá diciéndole que él no sabía qué significaba una guerra porque nunca la había vivido, que no hablara ni festejara. Aclaro que él tendría 10 años, yo no más de 8 meses. Y, sí, mi único recuerdo es una imagen construida por el relato que me contó mi madre. Porque mi madre tuvo el don de saberme contar nuestra historia siempre, de trasmitírmela, de pasarme el dolor y la negación por las guerras, de conseguir que yo pueda recordar lo que no recuerdo.
De eso se trata construir la memoria, imagino. Y, también, imagino que al cortar mi mamá un libro, lo desangró, hizo algo que, aunque ella nunca haya leído, le parecía un crimen, separó a esas islas del resto del mapa para que yo no tuviera problemas en la escuela porque ella había olvidado comprar un mapa por el bloqueo que le producen las guerras.