Ayer, me encontré pensando que la semana que viene estaré en San Nicolás en el barnetegi aprendiendo euskera.
Las primeras palabras que conocí fueron "etxea" y los números hasta el diez, aunque debo confesar que no los recordaba. Lo de "etxea" fue a repetición porque mi Yaya, cada vez que veía al Goyco y a Olarticochea en el mundial 90, se quedaba parada frente a la tele y decía "son vascos, "etxea" quiere decir casa". Tiempo después, me puse a pensar cómo añoraría ella su casa desde una remota Posadas cada vez que los veía. Por las noches, para dormirnos, a mi hermana y a mí, nos contaba un cuento en euskera, del que jamás nos hizo una traducción, pero, aun así sabíamos que lo hacía más corto cada noche. Además de eso, nos decía los números del 1 al 10.
Con el correr de los años, algunas cosas fueron olvidándose. Ella falleció y los problemas en casa empezaron, aunque no sé si fue ese el orden de las cosas.
Pasaron muchos años hasta que decidí empezar a estudiar Letras, que tampoco fue una decisión mía sino que, ante mi falta de decisión, Carlos (un compañero) me sugirió estudiar esa carrera porque me gustaba leer y escribir. Desde que comencé, pensé dejarla porque me resultaba muy difícil, pero una vez, viajando en el colectivo, escuché "Até o fim" de Chico Buarque y me dije que yo también iba a ir hasta el fin. Estudiando esa carrera, se me dieron dos cosas en la vida: una mi gran conexión con Brasil, que no desarrollaré ahora. La otra, el camino del euskera.
Y es que creo que por más que uno intenté evitar algunas cosas "todos los caminos conducen a Roma". El camino puede ser más largo o más breve, pero la meta suele ser la misma. La cuestión es el peregrinaje.
Cuando estaba empezando la carrera, quería hacer la orientación en Lingüística hasta que vi a mi papá leer con mucha afición el Quijote, quise ver qué lo entusiasmaba y no dudé nada, decidí hacer la orientación en literatura española. Al hacerla, fui dándome cuenta de algo que es muy común en Letras y es el de las denominaciones fallidas de las materias, por ejemplo, Literatura Norteamericana cuando se hace referencia a la estadounidense (no Canadá ni México), Latinoamericana sin Brasil y Española por literatura castellana. Mi indignación es que todo era castellano, solo un poco de Pardo Bazán y viva el colonialismo (ahora entiendo y acepto que así sea, que lo gallego, lo catalán y lo vasco son otra cosa). Percibí que la nomenclatura se refería a un idioma y no un territorio (que consideraba uno), y decidí que a lo largo de mi vida iría estudiando todas las lenguas que se hablan en la península para ir conociendo su cultura desde adentro.
Terminé la carrera y, alrededor del 2007, vi que en la Librería Santa Fe en la que solía comprarle mis libros a un señor con barba había un cartel en que solicitaban vendedor. Fui y le entregué mi curriculum vitae. Al tiempo, me llamaron para hacerme una entrevista en la sucursal que queda en Av. Santa Fe y Ecuador. Al poco tiempo, me llaman de la que quedaba a dos cuadras de esta. No quedé.
En las vacaciones de verano del 2010, soñé con mi Yaya, creo que por primera vez. Ella me decía dos cosas en el sueño: una era que mi hermana iba a estar bien, que no me preocupara y, la otra, que yo iba a tener una hija a la que le iba a poner por nombre Paula del Alba. Pasaron algunos meses y empecé a trabajar en la Feria del Libro Infantil durante las vacaciones de invierno. Una noche, soñé que estaba haciendo una investigación sobre algo histórico de la península ibérica y veía el mapa negro con letras bien grandes que lo cubrían con una palabra en blanco que era "JAI". Al despertar, googleé la palabra y me encontré con que quiere decir "fiesta" en euskera y lo primero que hice fue decirle a mi hermana si quería que fuéramos juntas a estudiar la lengua. Ella me dijo que no. A continuación, le dije a mi mamá que fuera a inscribirme al Laboratorio de Idiomas, pero le habían dicho que todavía no se sabía si iban a abrir las inscripciones. Lo dejé pasar y, a los dos días, decidí googlear y llegué a una página en la que encontré una dirección de mail, así llegué a Euskaltzaleak, que tenía su sede en la calle México, a pocas cuadras de casa.
Me anoté. El primer día, no sé por qué motivo, quien iba a ser mi profesora no pudo ir y, en su lugar, estaba Teresa. Nos preguntó a qué nos dedicábamos, le dije lo que había estudiado y que estaba sin trabajo, y me dijo que en su escuela había horas vacantes, que estaba tomada, pero que me iba a averiguar así me presentaba. También, nos preguntó por qué habíamos llegado ahí, le comenté de la Yaya, del cuento, de los números y comenzó a decírmelos, después de tanto tiempo sin haberlos oído, y esa noche volví llorando a mi casa. Supe, con el correr del tiempo, que tanto Teresa como Sabrina eran quienes dictaban los cursos del Laboratorio.
A los dos días, el 12 de agosto, estando mi mamá y Noelia en casa, me llamó para decirme el número de la escuela, con quién tenía que hablar y que no dejara de hacerlo. Si recuerdo la fecha es porque fue el día de mi cumpleaños. Las patitas me temblaban, siempre tuve un poco de temor de ser docente, y mi mamá me dijo "es Lola que te lo manda" (Lola, léase la Yaya). Fue todo un proceso hasta tomar las horas porque tuve que esperar a que se levantara la toma del colegio, pero el 7 de septiembre me incorporé a trabajar ahí, en la calle Ecuador, a dos cuadra de la Librería Santa Fe en la que me habían hecho la primera entrevista, gracias al curriculum que le había entregado al señor de barba de Avenida Callao, del que sabría tiempo después que se llama Jon porque me lo crucé en Euskaltzaleak en alguna topaketa y supe que el señor que me vendía los libros y al que le había entregado mi CV estudiaba en ese mismo lugar.
Dicen los gallegos "Eu non creo nas meigas, mais habelas, hainas".
PD: un capítulo del Quijote se termina con un vizacíno, que poco habla el castellano, con el brazo en alto a punto de darle un golpe a don Quijote. El manuscrito se termina allí y el narrador tiene que salir a buscar otro.