Se me agolpan las lágrimas en la garganta, se mezclan con las palabras y no salen ni unas ni otras.
La primera reacción fue tener un escalofrío inmenso y quedarme paralizada, tratando de que algo a mi alrededor desmintiera la noticia.
Pienso que lo mejor que puedo hacer es homenajearlo en el aula, contándoles a mis alumnos de él y leyéndoles algo. Quizás, hoy, no sea el mejor día, no tendría palabras suficientes.
A la gente que uno quiere, supongo, aunque no la haya conocido personalmente, no se le dice nunca adiós. Por lo tanto, a usted, mi querido don Eduardo le digo un hasta siempre, hasta la victoria siempre.