Por una cuestión cultural y familiar, soy católica. No es lo mismo que decir que soy creyente. No. Me criaron en los preceptos de la fe y considero que muchos de ellos son mal enseñados, que pierden lo importante de su significado esencial.
Para mi madre, el Viernes Santo siempre fue un día muy especial. Recuerdo verla llorar y necesitar su soledad. Para mí, esa importancia de reflexión y de comunión con el dolor, con el paso del tiempo, se trasladó a otra fecha, al 24 de marzo, mi Pascua.
Casualmente, es una fecha que suele caer cercana a las pascuas de resurrección. Y creo que de eso se trata. Uno de los aspectos mal enseñados de la religión, según mi entender, es la idea de resurrección como el volver a ver en vida. Está más que claro que la resurrección es el renacer de Cristo en quienes creen. ¿Qué quiere decir esto? Es el renacer de las buenas acciones, de poder dividir el pan y los peces que, más allá de la milagrería barata que nos venden, es el aprender a compartir lo poco o lo mucho que uno tiene con el que más necesita. Es el renacer de sus desafíos a los mercaderes y a la autoridad.
En ese sentido, creo que las marchas y recordatorios que se hacen en mi país para el 24 de marzo es nuestro vía crucis, nuestro volver a vivir, nuestro llamado a que los detenidos-desaparecidos renazcan en nosotros: su lucha por un mundo mejor, su dar al que menos tiene lo poco o lo mucho que se tenga, la necesidad de cambiar el país y de volverlo mejor.
Creo que hoy, 40 años después, con los tiempos que se avecinan (no sólo en mi país), es necesario levantar sus banderas, aprender sus historias, difundirlas, y pelear porque esa consigna de Memoria, Verdad y Justicia no se vea reducida a solo dos palabras importantes como Verdad y Justicia, según las palabras del actual presidente (quien al remarcar la importancia, excluyó la palabra "memoria"). Porque reducir la consigna es dar lugar a que la teoría de los dos demonios resurja a nivel estatal. Y porque reducir la cosigna es perder eso, la Memoria.
Esta mañana, me levanté negada a pensar en todo esto porque sentí el mismo clima de hace 20 años. Es decir, sentí un retroceso en nuestra historia, un retroceso que no nos podemos permitir. Lo único bueno de esa sensación fue que recordé a mi hermana bajando de mi casa para ir a la marcha, creo que la primera a la que iba. Ella, quien me enseñó varias de las cosas más importantes de mi vida (sumar, restar, el alfabeto, atarme los cordones, mis primeras palabras en inglées), fue la que me empezó a enseñar sobre este hecho histórico y su importancia. De sus manos, me llegaron Recuerdo de la muerte (Miguel Bonasso) y La noche de los lápices. En su compañía, vi varias pelis sobre el tema, además de que la vi batallar junto a su compañera y amiga Florencia para que nos las echaran del colegio en el año 95 por haber colgado un hermoso cartel del Nunca más, que las cuadradas mentalidades del cole decían que habían colocado en modo estratégico para que todos los alumnos lo viéramos.
Hoy, después de mucho tiempo, quiso volver a la marcha (por razones personales que ella y yo sabemos). Hoy, después de mucho tiempo, pude decirle que reconozco en la persona que es ahora a la hermana con la que crecí.
Ni olvido ni perdón. Ni un paso atrás.
30000 detenidos-desaparecidos, presentes, ahora y siempre.