Tristeza infinita. Por varias cosas, especialmente, por mí. Sin embargo, no puedo dejar de ver lo que sucede alrededor, aunque esta semana más que nunca quisiera poder abstraerme y solo hacer comunión con mi alma.
Estando en Mendoza, elogié la limpieza. Es algo que hago frecuentemente cuando voy a otros lugares porque, evidentemente, la ciudad en la que vivo (¿mi ciudad? ¿Buenos Aires llegará algún día a ser mi ciudad? ¿algún día dejaré de sentir que estoy de paso?) no lo es. Debo confesar que me miraron un poco raro porque, en algún lugar, había un vasito en el piso (¡un vasito!).
Cuando yo era chica, pensaba que Posadas vivía sucia. Era una sensación, Posadas no era sucia era natural. Recuerdo que era imposible limpiar los muebles porque se llenaba todo muy rápido de tierra y, en la calle, sucedía lo mismo. La tierra roja está presente, la naturaleza no se deja dominar del todo. Sin embargo, era una ciudad limpia.
Las ciudades hablan de sus habitantes. A veces, me avergüenza que Buenos Aires hable de mí. Con solo sacar a pasear a Galán, lo que veo todas las mañanas son veredas rotas, mugre y más mugre y más mugre, deposiciones de perros cuyos dueños no levantan, pis de perro marcando las paredes o lo que venga (porque los dueños los dejan), pis de humanos (trasnochados y no), botellas rotas (a veces, hay que sortearlas para que el perro no se corte), basura desparramada, cosas flotando en el agua de la fuente, y podría seguir.
No es tanto la mugre lo que me inquieta, sino que, así como somos abandonados con el mobiliario, lo somos con la gente que habita en ella. Cada vez, hay más gente viviendo en la calle, gente que depende de la buena voluntad de otros para comer. Podría enumerar a gente a la que observo constantemente y lo hago porque, si un día no están en su lugar habitual, no voy a pensar que están mejor sino que les pasó algo. Y es muy triste escuchar cosas como "ojalá que enrejen la plaza porque se te instalan", "de noche no saco a pasear al perro porque los que están ahí te roban" y, como fue desde siempre, el pobre es el delincuente (basta leer el Lazarillo de Tormes). Porque se olvidan de que son seres humanos que sienten, piensan, sufren, aman, lloran, ríen, comen igual que el resto.
Y duele. Buenos Aires es una ciudad que duele cada vez más. Así como las casas son el reflejo de nuestro interior (el mío, claramente, como dice la compañera Belén es barroco, pero no soy tan enquilombada como mi casa), las ciudades lo son de nosotros. ¿Podría alguien que vive en el medio de la mierda y el abandono tener buena energía para relacionarse con los demás? Entonces, ahí, tenemos la explicación de los bocinazos, las respuestas de mierda, la gente de mierda la violencia, este arde Buenos Aires...
¿Qué te hemos hecho Buenos Aires para que tus aires se transformen? ¿Cuándo te robamos el alma?
Como ya dije, debe de ser eso que decía Macunaíma, para entrar a las grandes ciudades hay que dejar la conciencia en la Ilha de Marapatá. No sé si es posible seguir persiguiendo acá la muiraquitã.