"Al día siguiente no murió nadie", así empieza el libro de Saramago que me compré ayer. Leí esa frase a penas dejé el kiosko de diarios y no pude dejar de leerlo mientras viajé hasta la feria. No siempre me pasa eso con un libro, a veces, leerlo implica un trabajo o darle muchas oportunidades para que no caiga en el olvido. Con algunos, hice el intento varias veces y los dejo reposar un tiempo o dejo reposarme un tiempo, a lo mejor, con el paso del tiempo, algo en mí cambia y hace que lo disfrute.
Mis libros preferidos y yo somos casi uno, son esos que leo de un tirón. Suele pasarme que si alguien me dice que no le gusta siento una casi ofensa familiar, pero me relajo y entiendo que gustos son gustos y, como dice Noelia, a mí, me gusta todo lo que está escrito al revés.
Y hablando de escribir al revés, debe de ser por eso que siempre que escribo algo sé el final antes que la historia. Y con la escritura me pasa lo mismo, hay cosas que implican trabajo, reposo y demás yerbas y otras que salen de un tirón y mejor que cualquier cosa que hubiera meditado.
Estoy escribiendo esto solo porque necesitaba escribir algo, hace mucho que no lo hacía. Y el placer de leer suele producirme el placer de escribir y los tiempos infértiles de feria me terminan generando una necesidad de volver a revivir las palabras que me quedaron guardaditas en alguna parte por falta de tiempo.
Si volviera a nacer, volvería a estudiar Letras, pocas cosas me dieron tanta satisfacción en la vida, pero esta vez lo haría a conciencia por mi propia decisión y no por descarte.
Hoy, llueve, llueve mucho, el repiqueteo de las gotas suenan en el techo de chapa y siento el frío antes de salir al frío invierno porteño de las 7 de la mañana y las palabras me vienen como el agua cuando el río crece y crecen en mí y me pasan y fluyen y quieren seguir una dirección infinita, pero, lamentablemente, debo guardarlas hasta mañana u otro momento más propicio en que el tiempo, esa maldita medida de la vida, me permita que la detenga, ya sin un trabajo que me rija la vida, al borde del precipicio nuevamente, aunque como dice Graciela, fuera de la biblioteca no hay un río para morir.
Si volviera a nacer, volvería a estudiar Letras, pocas cosas me dieron tanta satisfacción en la vida, pero esta vez lo haría a conciencia por mi propia decisión y no por descarte.
Hoy, llueve, llueve mucho, el repiqueteo de las gotas suenan en el techo de chapa y siento el frío antes de salir al frío invierno porteño de las 7 de la mañana y las palabras me vienen como el agua cuando el río crece y crecen en mí y me pasan y fluyen y quieren seguir una dirección infinita, pero, lamentablemente, debo guardarlas hasta mañana u otro momento más propicio en que el tiempo, esa maldita medida de la vida, me permita que la detenga, ya sin un trabajo que me rija la vida, al borde del precipicio nuevamente, aunque como dice Graciela, fuera de la biblioteca no hay un río para morir.