Junio del 90 en Posadas. Mucho sol en la terraza, no sé si realmente lo había o si todos mis recuerdos de esa tierra son con mucho sol. Comenzaba a rodar la pelota y yo sólo tenía un conocimiento de una victoria reciente porque me lo habían contado. Quería ganar, como todos, como siempre. De fútbol, esa nena que era yo no sabía nada. Sólo que vio un equipo y estaba él, corriendo en el campo. Desde esa vez, su magia me envolvió. No me pregunten de fútbol, pregúntenme por la pasión, por qué alguien puede crear un halo a su alrededor. Y ahí estaba, sufriendo y todavía más con los penales. En los entretiempos, bajábamos a la calle a jugar a los penales con Leo y Ale, mis hermanos. El pájaro Caniggia era Leo, si mal no recuerdo. Partido tras partido nos bebíamos la victoria y llegamos al final. Sus ojos llenos de lágrimas me llegaron a lo más hondo y me fui a la habitación de mis padres a llorar con él, a acompañarlo en su dolor desde mi soledad.
Veinte años después, logró envolver todo de un modo místico inolvidable. Me hizo recordar esa época en que tenía solo 8 años y soñaba con ver un campeonato del mundo. Extrañé no tener en los entretiempos a mis hermanos para descargar la energía jugando a los penales. Y me emocioné con Palermo y su gloria en un mundial, eso fue lo que él le quiso regalar a ese jugador. Tevez y su pasión incontrolable. Y abrazos, muchos abrazos. No lo vi llorar hoy, es cierto. Vi solo todos los abrazos.
No me digan que es un partido de fútbol, que no me puedo poner así por esto porque además de triste van a conseguir verme de muy mal humor.
A vos, Diego, Salud!
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