Hoy, soñé una vez más con vos y, si bien en mi sueño yo sé que tenía la edad que tengo ahora, al despertar me di cuenta de que era una nena muy chiquitita corriendo a los brazos de su papá que la esperaba sentada en una silla. Una vez más, estabas sentado en la casa de Posadas (tal vez, ese sea nuestro lugar de encuentro ahora), vestido con un jean y una campera de jean, como solías hacerlo a fines de los 80.
Mañana, me va a faltar tu saludo por las pascuas, nuestras peleas telefónicas, vos comiendo del otro lado del auricular, preguntándome qué me voy a preparar para comer y cuándo te voy a hacer algo rico a vos.
Mucha gente cree que soy demasiado descarnada para decir lo que pienso. En eso, soy como vos. La verdad duele, duele mucho, pero el mejor regalo que te puede hacer alguien que te quiere es decírtela. Como vos, aquel viernes antes de morirte, seis días antes, en que me llamaste para decirme que te ibas a morir y que querías despedirte, que me querías mucho. Ahora, recién ahora, me doy cuenta de cuánto amor había en esas palabras. A tu manera, rudo, seco. Pero me regalaste la verdad de tu muerte.
Las mejores palabras que tengo para decir no son mías, robo unas que le escribió Galeano a Conti: "y yo ya no tengo cómo decirle que lo quiero y que nunca se lo dije por la vergüenza o la pereza que me daba".
Yo ya no tengo cómo decirte que te quiero, pa.