Cuando uno viaja, tiene la posibilidad de encontrarse con lo más interno de uno y de conocerse.
En mi estadía en Rosario, conseguí el cd de Carlos Nuñez Alborada do Brasil y comprendí, finalmente, por qué mi papá tenía cierto romance con Brasil y por qué yo también. Carlos Nuñez explica que ese país es un poco como el paraíso al otro lado del mar para los gallegos, ya que, entre otras cosas, comparten una lengua muy similar. En sus propias palabras "Brasil siempre ha sido para los gallegos una patria secreta donde desaparecer (...) En Brasil vive nuestro pasado y quién sabe si nuestro futuro... Allí está sin duda, el paraíso que los celtas buscaban tras el sol poniente y que algunos encontraron...". Creo que con eso tiene que ver la insistencia de mi papá en que me fuera a vivir a ese país, sin importar el lugar.
De algún modo, creo que nuestra historia no comienza con nuestro nacimiento, sino siglos y siglos atrás, que tenemos una conexión con nuestros antepasados y que, de un modo u otro, no podemos evitar continuar viajes y destinos trazados.
En cierta forma, mi viaje me hizo entender eso que dice Sánchez Drago de que los nómades tienen una casa y que esa casa es el viaje. Sigo completando una travesía iniciada por otros. Eso explica, por ejemplo, que desde hace 22 años me sienta turista en Buenos Aires y tenga la rara sensación de que un gigante me devora cuando entro a la ciudad, y que todo se acelera como en la música del Chango Spasiuk. Eso explica, también, que al entrar esta última vez (siempre habrá un próximo viaje) haya pensado que tener mascotas es el modo que tengo de obligarme a volver a esta estación y no quedarme por el mundo dando vueltas, es el modo de hacerme creer que soy Dorothy de regreso.
Sin embargo, uno solo puede regresar al origen y yo no sabría cuál de todos es. Si los pies descalzos en Posadas, tierra con la que tengo la cuenta pendiente de aprender guaraní porque, según mi padre, tenía que saber la lengua de mi tierra (los gallegos y su madre, los gallegos y su tierra); si la muralla de Lugo, si Selorio, si Buenos Aires... Nunca sabré cuál fue el comienzo de la travesía ni cuál será el próximo destino.
Y, entre todas estas orillas, me di cuenta de que hay una que no pertenece a mi trayecto original, sino al prestado, que se me anuda en la garganta y que me hace llorar cada vez que encuentro a alguien que nació o vivió allí, Durango.