Abrió
los ojos, aunque ya los tuviera abiertos. Comenzó a escuchar rumor de
gente en la puerta. Algunos lloraban e imploraban antes de entrar. Se
sintió confundido, nunca pensó que tanta gente lo esperaba. Miró al
niño, pensó qué hacer con él. No tenía dudas, lo cuidaría un momento
Mario. Bajó del pedestal, se acomodó la ropa y pensó que, si bien había
estudiado leyes, debía hacer una actualización en Derecho Laboral.
Al encontrar a Mario, le dijo:
- Mario, necesito salir un momento. ¿Me cuidaría al niño?
Mario no contestó, simplemente no podía salir de su asombro. Tomó al niño sin borrar el gesto de sorpresa de su cara.
Lo
curioso fue que los fieles, al ingresar, no percibieron que en su lugar
había ubicado alguien similar. La desesperación era tanta que solo
atinaron a tocarle los pies a quien estaba ahí, pedir, rezar, llorar.
En
el tiempo que pasó entre la medianoche y la finalización de la
ceremonia, él fue a reunirse con militantes políticos, sociales y
gremiales. Se dio cuenta de que ya no eran suficientes las
organizaciones de beneficencia, que los tiempos habían cambiado; y
decidió involucrarse. Pidió ser uno de los oradores al día siguiente.
Como no lo conocían, tuvo que hacer uso de sus mayores poderes de
oratoria. Los convenció. Casi como un milagro.
En
la mañana, luego de la ceremonia, multidud de personas se reunió en la
puerta del santuario. Él estaba espectante. El gentío con sus banderas
lo emocionaba mucho más que con sus llantos. Se daba cuenta de que la
organización popular era la solución y no el milagro individual. La
organización colectiva era el verdadero milagro.
Estaba
nervioso, era su primera movilización. Muchos preguntaban quién era ese
señor de barba candado y sotana negra, mezcla de estudiande de Filo y
cura. Alguien, en la movilización, como último acto de fe, se puso a
repartir estampitas para aquellos que necesitaran empleo y un milagro
más.
Al
llegar a Plaza de Mayo, los oradores se fueron sucediendo. El problema
radicaba en cómo presentar a este señor que decía haber venido de muy
lejos, pero que nadie conocía. No supieron. Así que simplemente,
dijeron:
- Damos paso al último orador.
Subió.
Estaba entre emocionado, nervioso y feliz. No supo cómo empezar. De
hecho, tardó un momento antes de reaccionar y ver a esa multitud
pidiendo trabajo, entre otras cosas. Pero comenzó:
- Mi nombres es...
Y
se vio interrumpido por un rumor. Personas que se miraban entre sí, que
alzaban una estampita en la que se encontraba con un niño en brazos y
una espiga. Era él, los había acompañado a reclamar lo que tantos le
pedían. Estaba de pie, estaba vivo, reclamaba por paz, pan y trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario