Hoy, pienso escribir sobre las actitudes que me molestan profundamente en la gente, es decir, aquellas que me impiden una amistad, relación laboral, vecinal o cualquiero tipo de contacto entre una persona y yo.
La avaricia me pone de los pelos, la gente miserable que cuenta hasta el último centavo y regatea cuando no lo necesita. Los que se aprovechan de que uno no es miserable con los demás (aunque lo sea con uno mismo) para vivirte y, encima, te vengan con reclamos y digan cosas como "eso no tengo ganas de comer, prefiero esto otro". Digamos, si alguien con todo cariño y/o voluntad prepara una comida para compartir, no pusiste un centavo, no podés además ponerte en exquisito y pedir otra cosa que, también, pagará la persona que había cocinado.
Detesto que, en mi casa, me critiquen el orden de mis cosas, la decoración infantil, me digan que no sé criar a mis mascotas, que no los peino, que no los baño, que los dejo hacer cualquier cosa, que lavo mal los platos. Y, encima, que me dejen un reguero de cosas tiradas por todos lados para que la idiota que hace mal las cosas en su casa (según el juicio de alguien que no habita en este recinto, es decir, no tiene por qué imponer leyes) termine levantando y ordenando el despelote que hace la persona que critica. Encima, que me usen mi computadora y se quejen de que es lenta, que me compre otra, etc. Por si estás desprevenido y alguna vez entrás en mi casa, debés conocer unas reglas de oro: 1. los animales son los dueños del lugar, si el gato está en la mesa, será que yo se lo permito ¿no?, 2. a mis animales, nadie les pone un dedo encima ni los reta, son mis animales, ¿capito?, 3. de mi familia, nadie dice nada malo ni los juzga ni los critica ni conociéndoles y menos sin conocerlos, 4. en esta casa, amamos a Antonio Banderas.
La gente pedante me cae gordísima. No aguanto empezar una conversación con alguien y que se despache con su curriculum vitae como si yo fuera la encargada de personal de una empresa y fuera a contratarlo. Como dijo una vez un compañero que tuve en portugués cuando le preguntaron "¿y vos qué sos?", el dijo "soy Marcelo, gracias". Cuando hablo con una persona, no hablo ni con el Licenciado, ni con el Doctor, ni nada.
Relacionado con la pedantería de la gente, me molesta en lo más profundo de mis entrañas la gente que se considera inteligente y te lo hace saber. Porque la gente que se cree inteligente siempre SIEMPRE te hace saber que sos menos, te mira de arriba, te juzga, te analiza cual rata de laboratorio para decirte que tu modo de vivir es erróneo, que no hacés otra cosa que equivocarte en la vida, no como él o ella que es inteligente y triunfador, tiene su casa pulcra, sin animales molestando, sin desorden, tiene una biblioteca repleta de cosas que leyó o dice haber leído y son como nuevos Sarmientos que dicen que son capaces de aprender francés en una noche. Pido, por favor, humildad, reconozcamos nuestras limitaciones. Y, si alguien es tan inteligente como el nene de 12 años que está por entrar a la facultad a seguir dos carreras, que sea cauto, perfil bajo, es mejor que esas cosas las descubra otro.
La risa falsa y el elogio vano. No me gusta que ante comentarios no graciosos o poco graciosos que hago la gente simule reírse. Como tampoco que me elogien por el hecho de dorarme la píldora como si fuera idiota, un ratoncito al que lo agarra la trampera por ir a buscar su quesito. Cuando digo idioteces, me la banco. Cuando digo cosas medianamente serias, lo asumo. No pretendo que se rían ante cada cosa que me causa risa porque el humor de todos es distinto y porque la risa falsa es notoria. Si digo algo que suena extraño o que muestra un pensamiento un tanto raro de mi parte, no quiero que lo compartan, ni que me digan que soy inteligente o especial por haberlo dicho. Hay gente que justifica mis rarezas con que estudié Letras y mis rarezas empiezan siendo, cuando me quieren dorar la píldora, excentricidades que, con el paso del tiempo, terminan siendo lo que son: pelotudeces que me muestran como una pelotuda.
La falta de galantería es desagradable. Ojo, lo digo también por las mujeres. Si un hombre no se ofrece a acompañarte hasta la puerta de tu casa, no es caballero, tenga uno con él la relación que tenga (hermano, padre, compañero, etc.). Lo mismo que si no te deja pasar primero por la puerta. Por este motivo, en general, suelo abrirme la puerta antes de que cualquier (no)caballero la abra y paso primera, no le doy tiempo a groserías, le demuestro que en mi mundo soy yo la que debe pasar delante de un hombre (aunque con esto resulte grosera). Con la excepción de ancianos y niños, a quienes siempre les cedo el paso, y quienes suelen ser más caballeros que el resto y te dejan pasar antes. Pero, como decía al principio, creo que entre las mujeres tiene que haber un poco de esto también. Si estamos entre mujeres, las gentilezas de dejar pasar primero a la otra o de acompañar a la otra, es un gesto de camaradería no debería faltar. Reconozco que no siempre soy muy gentil con mis congéneres y reconozco, también, que las damas suelen ser mucho más galantes que los caballeros.
No me gusta que me impongan cosas. Si dije una vez que no a algo, no me insistan porque agrava la situación, me empaco mucho más. La insistencia ajena ante mis negativas me pone nerviosa porque sé perfectamente qué cosas quiero y cuáles no.
Tampoco soporto que me estén dando órdenes. "Andá y hacé tal cosa". Cuando me dicen eso, pienso "mové el culo vos" o, si es alguien que realmente es laburador, me quedo en el molde, hasta que me lo dicen mil veces en ese tono de mierda, lo hago a desgana y pienso "¿no me lo podrá pedir por favor?". Dentro de esta categoría, debo reconocer que nada me molesta más que que me digan "ya que no estás haciendo nada..." o "ya que estás...". Ya que no estoy haciendo nada qué, qué mierda venís a interrumpir mi dolce farniente, quién sos para juzgar o decidir que debo dejar de hacer algo. ¿Es mucho pedir que alguien pida las cosas por favor, diga perdón y gracias?
Por último, al menos hasta el momento, nada soporto menos que una crítica a mi familia, cualquier integrante que sea, por más que yo pueda pensar lo mismo, sea lo dicho en serio o en broma. No acepto que nadie se meta con nadie de mi sangre y, tampoco, con mis mascotas. Mi familia es sagrada. Si abrís la boca de más, te puede costar el silencio.
Sé que me molestan muchas más cosas porque soy Pitufo Gruñón. Cuando mi neurona reaccione al estímulo de un café y recuerde más, seguiré anotando todo en este boletín.
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