Mi madre leyó un único libro en su vida, de un asturiano como ella. Los árboles mueren de pie de Alejandro Casona. Antes de tener la curiosidad de leerlo, ella me enseñó la frase "muertos, pero de pie como los árboles". Ella es así y me lo transmitió. De grande, leí sus obras y me fascinaban porque tenían final feliz, la chica y el muchacho siempre terminaban juntos. Luego, llegué a Lorca y Casona ya no me pareció tan bueno, Lorca me mostraba la realidad de España y nunca entendí el exilio de Casona.
El año pasado, leyendo a la genial Almudena, me enteré de que Casona participó de las Misiones Pedagógicas que organizaba la República española llevando su teatro a los pueblos más pequeños. Él lo hacía porque, alguna vez, el teatro había llegado al suyo y lo había hecho soñar. Entonces, fue cuando comprendí los finales felices de sus obras, transmitir felicidad no solo es mera distracción, es un arma también, como transmitir la pasión por la lectura. Entonces, entendí su exilio.
Y cerré un poco mi círculo. Siempre estuve en duda de si decididría ser gallega o asturiana cuando fuera a renovarme el pasaporte y no me quedan dudas de que en la cultura, en el alma, soy gallega, pero que en la cabeza y en la sangre, que lucha y fluye, quiero ser asturiana.
Porque antes de estudiar Letras quería ser docente porque siempre supe que no podía cambiarle el pasado a mis padres, pero sí podía hacer algo por ayudar a los chicos que vinieron a este mundo y están en las condiciones que ellos estuvieron. Y, en el Belgrano, encontré a muchos de ellos.
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