Acabo de ser "asaltada". Se me acercó un nene que no tendría más de 13 años, de esos que tienen todo el aspecto de ser adultos, uno de esos capitanes de la arena de Jorge Amado.
Se me acercó y me dijo que no me iba a robar, que quería dinero porque tenía hambre. En cuanto me dispuse a abrir mi billetera, insistió con que no me quería robar y agregó que no me iba a lastimar. Mientras me decía eso (tal vez sin querer) comenzó a jugar con un encendedor. En ese momento, me empezó a correr miedo por el cuerpo. Saqué 20 pesos y me dijo que no, que quería un billete más grande. Le dije que no tenía, pero como hizo gesto de desaprobación mientras se iba, le ofrecí 10 más.
El muchacho que estaba antes que yo en la parada del colectivo solo atinó a decirme que yo estaba primera. Y yo tuve muchas ganas de llorar.
Ganas de llorar porque me sentí miserable, porque no soy yo quien tiene que sentir miedo de ese nene, sino él tener miedo de la sociedad que lo excluye y que no permite que esté en el colegio, jugando con sus amigos al fútbol y teniendo una buena vida. Y tras haberlo dejado así, nos atemorizamos con él como si fuera algo monstruoso.
Todavía, no sé si el modo que tuvo de hablarme fue para que me sintiera intimidada o si lo hizo porque ya muchos huyeron de él. Solo sé que él seguirá viviendo su vida, todo lo corta que sea, aclarando que no quiere robar y que tiene hambre, y seguirá siendo observado de costado o ignorado por completo.
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