Estoy escribiendo esto muy temprano en la mañana. Debería estar arreglándome para ir a la facu, pero me gusta detenerme en mis instantes eternos creados por mi propia voluntad.
Siempre pensé que la edad no es algo cronológico, que indefectiblemente vamos a la muerte, pero que importan las ganas que les pongamos a las cosas, la capacidad de emocionarnos, de enojarnos, de sorprendernos que le pongamos a la vida.
Ayer, me encontré con que alguien de 50 me decía que yo había nacido cuando él/ella tenía 18 años. Y solo me pensé a mí de bebé como algo inexistente y a él/ella con 18 ni siquiera me lo/la pude imaginar porque no sé cómo era a esa edad. Le dije "eso fue hace mucho tiempo". Lo tomó como una expresión de que yo me sentía mayor y me preguntó si es que ya me sentía grande. Mi respuesta fue "siempre me voy a sentir de 15, como todos en la familia, de 15 hasta la muerte".
Y es que si uno se deja derrotar por el tiempo, va matando sueños, se acostumbra a esos paraísos que se inventa, no se cuestiona su vida, no piensa cómo cambiar y se encierra en burbujas de pseudoperfección. Y la vida es cambio, constante. Muerte y resurrección. Por suerte, podemos cambiar el modo de pensar, de actuar, incluso de apariencia.
Creo que uno tiene posibilidad de vivir múltiples vidas dentro de la misma. Siempre digo que voy por la cuarta o por la quinta. Cuando me hablaron de hace 32 años, época en la que nacía, era como si me hablaran de alguien que ya no conozco, de eso que solo se ve por fotos.
Uno debería tener más claro eso de que la edad no marca pautas. De que la vida se marca desde lo que se siente y desde lo que se puede (siempre puede haber impedimentos). Uno puede tener amigos mucho menores (como la gran Inés) o algo mayores que uno (como la genial Dulcinea). Lo que importa es el encuentro de las almas, la sintonía del tiempo.
Como me dijo mi inconsciente el otro día en un estado de semivigilia, si permanecemos en este paraíso parados, nunca saldremos a buscar una estrella.
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