En 1999, pisé por primera vez Filo. Iba para abogada, pero un amigo
me dijo que, como me gustaba escribir, tenía que seguir Letras. No lo
pensé. Le hice caso.
Me espantó casi todo lo que vi. Pero terminé
el CBC. Etapa superada. Al ingresar a la carrera, me espanté más. La
burocracia, sobre todo. Las vueltas para conseguir cosas. Las fotocopias
del CEFyL mal hechas. Cuando terminé, que me faltaba una firma en acta y
a perseguir a la docente para que firmara.
Podría citar mil
recuerdos en cada una de las partes de esa facultad. Soy tan mayor que
tuve a Sileoni, nuestro ex ministro de educación, de profe. También,
recuerdo estar en clase de Sociología al día siguiente del accidente de
Lapa. El 11 de septiembre de 2001, luego del ataque a las torres, tuve
clase pública (como ahora, ¿viste?) en Primera Junta bajo una garúa
finita. En el mundial del 2002, tuve clases durante el partido
Argentina-Inglaterra. Salía de clase de griego cuando me enteré de lo de
Kosteki y Santillán, sin celular, solo pensaba en llegar rápido a casa
para ver si mi hermano, el militante, estaba bien. Gracias a Filo, hoy,
tengo una hermosa ahijada, porque ahí conocí a Noelia, con quien tenemos recuerdos muy fumones (¿te acordás del día que el viejo nos dijo si veniamos del Olimpo o algo así?).
Mi amor por el Quijote no me llegó por Filo, no. Me llegó por mi papá,
pero Filo me llevó a construir una relación casi patológica con él
(quijote, no con mi papá).
Cuando entré, decían que la cerraban o
que se iba a arancelar. En 2001, recuerdo las mismas situaciones. Casi
pierdo el segundo cuatrimestre por tantos paros. Lo peor fue ver
compañeros que dejaban de ir a la facu porque no tenían un mango ni para
el colectivo.
Tuve profesores excelentes y de los otros. Pero
prefiero recordar a los excelentes. No quisiera olvidarme de ninguno y,
quizás, con una lista peque de injusta. Pero voy a pecar. Arranco por la
alegría que me da haber tenido de profe a un gran escritor argentino
como Martín Kohan, tan buen profesor como escritor; Juan Diego Vila;
Melchora Romanos; Gonzalo Aguilar, Mariano Rodríguez Otero, Lucas
Margarit; Pablo Cavallero; Funes (un gran amor).
Amo ese lugar y
amo la locura de esa gente. Gracias a los que nombré y a otros tantos
hoy soy docente, tengo trabajo, me gano la vida con lo que ellos me
enseñaron. Además de eso, me enseñaron lo más valioso que podían darme y
que no me dio la escuela: me enseñaron a pensar.
No puedo menos
que decir que quiero una UBA pública y gratuita, un boleto estudiantil
para que todos puedan seguir yendo a estudiar (muchos hacen grandes
esfuerzos como pasarse un dia entero en la facu sin comer para no gastar
dinero que no tienen), y que a esos docentes, a esos grandes docentes,
les paguen lo que corresponde, que los valoren como debe ser.
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