Son aquellas pequeñas cosas según Serrat, pero es que a veces de pequeñas no tienen nada. En mi caso, es un nebulizador. Sí, así como lo leen, un nebulizador. Que de pequeño nada y de sentimental poco, pero me lo regaló mi papá.
Entonces, ahora que no está, el nebulizador es sentimental de golpe y porrazo. Esto provocó que el lunes prefiriera morirme ahogada a nebulizarme. ¿Que por qué preferí eso? Simple. La imagen de estar llorando a mi padre con el nebulizador puesto me pareció digno de una película de Almodóvar, de esas en que las familias guardan secretos, se pasean en los cementerios con tacos muy altos y, de golpe, el ex novio termina siendo un travesti conocido de alguna amiga y ella termina llorando con el nebulizador puesto.
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