Mi mamá siempre fomentó la memoria familiar y, en sus relatos, era imposible que no se filtrara la historia. Creo que no en vano tuvo una hija que se dedicó a la Literatura Española y un hijo historiador. De algún modo, sin haber estudiado, siempre supo que los sujetos estamos marcados por nuestra historia, por nuestro tiempo, por nuetra familia, por nuetras condiciones sociales, etc.
En sus relatos sobre su infancia, se colaban historias de la Guerra Civil relacionadas, por ejemplo, con la aparición de un señor con barba y andrajoso en la casa de doña Justa, su abuela, pidiéndole un plato de comida porque venía de la guerra y estaba con hambre. Su abuela le dijo que pasara, que si su hijo tocaba la puerta de alguien en ese momento querría que le dieran de comer. Su hijo era mi abuelo y fue, luego de esa respuesta, que el señor barbado le dijo "madre, ¿es que acaso no me reconoces?". Con historias como esa, se iban mezclando los miedos de atravesar por el monte porque estaban los que huían de la Guardia Civil, tiempo después supe que eran la guerrilla que quedaba allí; Doña Justa escuchando la pirenaica, radio que con el tiempo supe que era del PCE; las cartillas de racionamiento; la maestra franquista y creo que podría seguir.
Cuando uno va haciéndose mayor, se da cuenta de que es parte de la historia porque recuerda mucho de lo que algún día aparecerá en los libros de texto. De mi infancia podría recordar las épocas en que, con Ale, jugábamos a vender la mercadería de San Carlos y usábamos la lista de precios, lista que por ese entonces, modificaba todos los días los números. Si un día sabíamos que la chipa valía un austral, al día siguiente, estaba a tres. Y los valores que doy no son figurados, son reales. Ya un poquito más grande, recuerdo haberme asomado varias veces por la ventana de mis papás y leer una pintada en la esquina que decía "Menem, no al indulto" y todos los días me asomaba para leer eso a ver si llegaba a entender qué era lo que me quería decir porque desconocía el significado de la palabra.
Con los años, ya en Buenos Aires, diez mil australes se tranformaron en un peso y los miércoles se instalaron como los días de movilizaciones, Norma Plá a Cavallo lo tiene que matar dice la Bersuit. Había muertos y atentados por doquier. Recuerdo que el día en que explotó la Embajada de Israel estaba jugando en la terraza de Carolina Monzón, una compañera del primario que vivía en Alsina y San José. Y, cuando reventaron la AMIA, era el día de cumple de mi hermano y mi papá llegaba ese mismo día de un viaje a España. Mi infancia y secundaria fueron así. Incluso, mis comienzos en la facultad. No olvidaré nunca aquel día de diciembre en que mientras esperaba que llegara el 37 para ir a rendir el final de Sociedad y Estado a Ciudad Universitaria me enteraba de que Lino Oviedo estaba en el sur.
Al poco tiempo, tuve la mala idea de votar a De la Rua y, poco después, mi barrio se convirtió en un auténtico campo de batalla, de día y de noche. El 20 de diciembre de 2001, al mediodía, se iba a hacer una movilización por la represión del día anterior. Fui a hacer las compras con mi mamá, quien creo que me llamó para que fuera hasta su negocio a propósito y me dijo "no vayan, va a haber muertos". Le dije, con mis tiernos 19 años, que no iba a pasar nada, que esas cosas en Argentina ya no pasaban. Su respuesta fue "soy más vieja, esto ya lo viví, en este país siempre terminan las cosas igual". Al llegar a casa, mi hermana y la novia de mi hermano no estaban y tuve que esperarlas poco porque vinieron corriendo por la bajada de Solís, corridas por los gases lacrimógenos y consiguieron meter a otra piba que andaba perdida en casa. Mientras, mi hermano andaba corriendo de Plaza de Mayo a Congreso, y un vecino ponía desde la calle a todo volumen el Himno cantado por Charly. Creo que fue la única vez que sentí que vivía un momento histórico. Tal vez, debería haber escuchado a mi madre, quien con tanta claridad supo relatarme sus miedos aquel día en que se enfrentaron azules y colorados, y ella con el miedo que le tenía a los milicos por culpa de Franco, solo supo eso, que sentía miedo.
No voté a Néstor. No la voté la primera vez a Cristina. En este país, hemos llegado a comprar con dinero del estanciero, a vivir del trueque, a poder sacar 200 pesos por semana del cajero. Hubo asesinatos durante el período menemista, se profundizó la desigualdad social, muchos se cayeron por completo del sistema. Puede ser que un plan no resuelva situaciones, es cierto, pero el plan es un modo de empezar. El Argentina trabaja, por ejemplo, que les da un empleo y los califica para formar sus propias cooperativas. A los que piden que la prestación sea si trabajan, ahí la tienen, ya no se quejen más. La Asignación Universal por Hijo incluye a los niños más pequeños, que no son ni más ni menos que el futuro del país en el sistema educativo y en el de salud. La prestación se da a cambio de que el niño tenga DNI, estudie y cuide su salud. Gracias a los Kirchner, también, pude ver a un montón de hijos de puta sentados en el banquillo de los acusados y la recuperación de centros clandestinos de detención como espacios para la memoria. Además, si Vanesa, mi compañera de cole, quisiera casarse con Mariana en Buenos Aires, podría hacerlo porque ya tienen su derecho por ley.
Digo todo esto sin ser kirchnerista, hay cosas que no me gustan también. Pero siempre pienso que es mejor que la mayoría tenga algo antes de que mi bolsillo se llene un poco más. Será que mis padres me enseñaron a compartir y que, en mi mesa de Navidad, siempre mi papá sentaba a algún viejo solitario en la mesa.
En este país, todos tenemos derecho y obligación de votar presidente cada cuatro años. Cristina fue electa por la mayoría, no es una tiranía, no es una dictadura. Y estaría bueno que empezáramos a pensar que la ley de medios debe ser cumplida por el simple hecho de que manejar la opinión pública hace que un grupo maneje los intereses a su gusto. Así como ahora muestran todos los cacerolazos, no voy a olvidar que los que se le hicieron a Duhalde nunca los transmitieron y yo los oía, me despertaban por las noches, me levantaba corriendo para ver TN, canal en el que en aquel entonces creía, y siempre estaban hablando de otra cosa.
Creo que el principal motivo para no ir es, simplemente, no ser cómplice de Clarín, que bastante pronturario sucio tiene.