Ayer, alguien me preguntó si tenía un pariente vasco y le dije que la mujer de mi abuelo. Acotó "pero no de sangre" y comenzó a hablar con otro. No es la primera vez que escucho hablar de los pura sangre, sí, soy conversa, y qué.
Cuando la gente menciona estas cosas, pienso en lo ridículo de la situación. Si nos ponemos a pensar, la mayor parte de las relaciones de amor que existen en este mundo son lazos de adopción: novio, marido, amante, amigos, amigos-hermanos, perros, gatos, canarios, compañeros de trabajo, vecinos con los que uno se encariña. Se suele pensar que adoptivos son solo los padres o los hijos, y no. Adoptivo es todo lo que no es nuestra sangre, pero nos une algo más fuerte, el amor, el habernos elegido, reconocido. Incluso, uno puede decidir adoptar a los de su sangre o no. La sangre no obliga a amar.
Mi mamá siempre me cuenta que ella la puso de madrina de mi hermano mayor a la Yaya porque no sabía cómo les iba a explicar a sus hijos que la mujer de su padre no era su madre. Quizás, mi familia era demasiado moderna y no lo sabíamos. Lo cierto es que 10 años después de mi hermano mayor, nací yo. En el medio, nacieron otros dos. A ella, la conocí como la Yaya desde siempre y creo que pasaron algunos años hasta que supe que era la madrina de mi hermano. Nunca necesité saber cuál era el lazo que nos unía ni tampoco necesité que la sangre nos uniera. Nos elegimos para jugar juntas y eso era suficiente.
Siempre me bastó saber que la Yaya era la Yaya, y que me quería.