Estábamos en el patio de Posadas con Ale. Mi lavanda estaba estropeada, muriéndose y ella me alcanzaba un plato, primero playo luego hondo, para trasplantarla. Yo no quería un plato, sino una maceta, pero no había. De fondo, se oía la voz de mi mamá diciendo algo similar a modo de consejo. Pero sólo había un plato hondo y un poco de tierra. Ale me decía al menos para salvarla por el momento. Entonces, la ponía en el plato junto a unos yuyos similares a un helecho y se caían, hasta que quedó más o menos firme y la colocamos en una esquina junto a una pequeña maceta en forma de madreña o, quizás, debería llamarla macetero. El sueño finalizaba así y la sensación fue de paz.
Lejos está de mí hacer un análisis real del sueño, pero suelo detenerme a pensarlos sobre todo cuando no cuentan historias. Para comenzar, debo decir que pocas veces sueño con el patio de Posadas en forma placentera y con nosotros adultos. Creo que las personas también aprendemos a soñar de nuestros padres y mi mamá suele tener pesadillas con esa casa y con nosotros chicos. Esta vez, no soñé con mis padres ni con nosotros niños.
Ese patio es lo más parecido a un Edén para mí. El jardín de la felicidad que nos fue arrebatado y al que queremos volver, aunque no sea en forma física. Por eso, imagino que las plantas de mi mamá estaban tan presentes en este sueño.
Por otra parte, Ale fue la que me enseñaba canciones como la de los patitos, recuerdo una vez en que me la cantaba en el patio. Fue, también, quien me enseñó a atarme los cordones y a sumar y restar y siempre en ese patio. Por eso, supongo que era ella quien me enseñaba a su modo cómo salvar a la planta, aunque mi mamá opinara lo contrario.
Tengo que decir que algunas cosas las analizo según las palabras que me vinieron en el momento de pensar ese sueño. Digamos que no sé si realmente las plantas al lado de mi lavanda era un helecho o si esa fue la palabra que me salió, pero imagino que importa más lo que dice mi descripción que lo que realmente vi. Empiezo analizando mi planta, mi lavanda. Elegí esa planta como la primera a poner en mi balcón, un símil de lo que siempre negué en mi mamá, el cuidado de plantas y que, ahora, siempre me dice que tomé de ella. Es cierto, recreo ese pequeño jardín, como dije antes, es el lugar al que uno siempre quiere volver. Cuando elegí esa planta, lo hice por dos motivos, primero, porque dicen que trae suerte y, segundo, porque era el aroma que siempre había en la casa de la mujer de mi abuelo (o sea, en la casa de mi abuelo, pero el me ne frega). Y se llama Ariana, es decir, como yo pero sin M. El helecho o, al menos, eso es lo que describí al contarme el sueño, era la planta que abundaba en ese patio de infancia porque mi mamá es de la tierra del "felencho" (Asturias), a lo mejor, ella también se llevó un poco de su Paraíso a ese patio. Es decir que junté pasado y presente, el patio de mi madre y el mío, haciendo una nueva combinación, la mía. Soy mi pasado y soy mi presente. Elijo su planta, elijo la mía y la transplantamos como podemos, aunque ella diga otra cosa.
Una vez hecho esto, la llevamos a una esquina a colocarla entre todas las plantas que había al lado de una maceta o, como me lo describí, un macetero en forma de madreña. Y otra vez mi españolidad en esa madreña, mi mamá siempre ahí. Y lo del macetero lo rescato porque, cuando me dije esa palabra, automáticamente se me vino a la cabeza la canción de Antonio Molina "El macetero". España una vez más, la música que escuchábamos andando por Asturias y Galicia.
No sé muy bien qué puede significar en conjunto más que yo soy eso, el antes y el ahora.
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