Cuando era chica, había algo en los Reyes que me fascinaba más que Papa Noel, imagino que porque mis padres son españoles y estaban acostumbrados a eso. Recuerdo una tarde en que, en el patio de casa, mientras caía el sol, yo, rescostada en el piso con una birome en una mano y un bollito de dulce de leche en la otra, escribía la cartita. Es decir, al menos, tenía 5 años y todavía creía en eso.
Tengo una noche muy marcada, en que me despertaba constantemente para ver si oía que llegaban los camellos y, cuando dormía, soñaba con Mickey, supongo que representaba el mundo maravilloso de los juguetes, el asombro...
Cuando me levanté, fui hacia la puerta que daba al patio de casa. Estaba cerrada y los zapatitos adentro, o sea, ellos tenían que sacar la tranca que mi mamá pasaba por adentro. Pero eso nunca me llamó la atención. Recuerdo haber encontrado un mazo de cartas españolas y una tortuga con el cuello muy largo, ojos maquillados y llena de florcitas, que aún conservo. Me abracé a la tortuga y, cuando mamá abrió la puerta, salí al patio y pensé, al ver las rejas que lo rodeaban, cómo habrían entrado. Pero no esperé que mi cabeza diera una respuerta lógica, al fin y al cabo, eran los reyes magos. Por lo cual, simplemente, entré a disfrutar de mis regalos.
Tantos años después, recuerdo eso muy vívidamente, aunque no sé por qué, siempre que me recuerdo de chica, me recuerdo viéndome desde arriba y desde lejos, como si yo no estuviera más en esa nena, como si yo no fuera ella. Y es maravilloso recordar esa inocencia, esas cosas incomprensibles que no queríamos comprender. Sobre todo, teniendo en cuenta que iba con mi mamá a comprar los regalos.
Espero que esta noche los reyes me dejen algo, aunque no deje los zapatitos en la puerta, aunque no les pido nada que sea material.
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