Podría rememorar muchas muchas cosas, muchos momentos. Pero, ahora, se me vienen solo fragmentos: sus manos, tan iguales a las mías, sus uñas cortitas, su piel gruesa; su boca y su mueca socarrona hacia un costado, la misma que veré siempre que me mire al espejo; las mañanas en que leíamos juntos El territorio y Clarín; los encuentros en los bares con sus amigotes; nuestros mediodías mirando el zorro; las siestas posadeñas juntos en que se ganaba un beso el primero que se durmiera; los momentos en que aprendí a nadar agarrada al elástico de su short de baño; nuestro amado Quijote y sus risas gracias a Sancho...
Se me murió mi pequeña Galicia, Avenida de Mayo será ahora una pequeña puñalada, un dolor plácido, amable y gustoso.
Esto no es un adiós, sino un hasta siempre, volverás en cada tormenta que me despierte de madrugada, como lo hiciste hoy anunciándome que ahí estabas.
Gracias por enseñarme a ser tercamente jodida y a no darme por vencida ni aún vencida.
Que muerda y vocifere vengadora, ya rodando por el polvo tu cabeza.
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