Jorge Semprún escribió un libro que se llama La escritura o la vida, libro en el cual cuenta su experiencia en un campo de concentración alemán. Allí, plantea el dolor que la escritura (memoria) del sufrimiento puede causar y como, durante mucho tiempo, silenció esa parte, intentó escribirla y, luego, la abandonaba porque el dilema era escribir o vivir.
Desde que se murió mi papá, hace ocho días, siento la necesidad de escribir y es una necesidad desgarradora, una necesidad que fui negando. Pero se acumulan imágenes, recuerdos y sensaciones y se agolpan en el pecho, vienen a la memoria como un vendaval.
Lo que más duele, quizás, es ver que él está en mí en muchos actos mío, presencia que antes no percibía. Hice conscientes muchas cosas mías que son suyas y que van más allá de lo físico.
Desde chica, por ejemplo, tuve (a veces tengo) una crisis de identidad respecto de mi origen. Sabía que efectivamente no era española, pero no conocía otras tradiciones que las de España, no conocía personas adultas que no fueran españolas. Entre todos los mitos que los niños tienen en sus cabezas, yo estaba convencida de que todo niño tenía un padre y una madre españoles, que todos los niños, por lo tanto, comían chorizo español y jamón crudo, y escuchaban a Manolo Escobar. Con mi escolarización, comencé a ver que eso no era así, que el privilegio del padre gallego y de la madre asturiana era mío porque así lo sentía, como un privilegio.
También, empecé a identificar gustos míos con horas compartidas con él. La televisión a toda hora es algo suyo. Pasé muchas horas viendo El Chavo del 8, El zorro, documentales, películas de Pedro Infante y muchos programas periodísticos. Gustos, todos ellos, que conservo. Con él, hablaba de lo que pasaba en Intrusos y en el Bailando por un sueño, hablaba de política entre café con leche y tostados, hablábamos de libros, de las lenguas (de la mía, de la de él y de las otras). Cuando conversábamos de poesía, era solo porque a él le gustaban mucho los poetas gallegos, de los cuales me enseñaba cosas sobre las formas de escritura.
El Quijote se lo debo a él. Cuando me anoté para estudiar Letras, pensaba seguir la orientación en lingüística, hasta que decidí leer este libro porque, cada vez que lo veía, lo estaba leyendo. Sin dudas, lo leyó más veces que yo. Y fue eso lo que me hizo cambiar de orientación y amar y coleccionar quijotes.
Él me llamaba para saludarme por las fiestas religiosas y por las fiestas patrias, por lo que este 25 de mayo me faltará su saludo. Como también, me faltará un compañero para ver El zorro porque sé que no podré volver a ver este programa porque sé que me va a causar un dolor muy grande.
Cada paso y cada palabra es dolorosa. Tengo la costumbre de hablarles a mis animales diciéndoles "pibito", palabra con la que me hablaba a mí cuando dejó el "cativa" de su lengua materna porque había crecido. Porque él era eso, el gallego más porteño cuando andaba por Avenida de Mayo y, entre su vocabulario, se colaban palabras gallegas, un "che", un "vos" y un tango cantado entre dientes. Porque era el porteño más gallego en España, lugar donde sé que algunos conocidos lo llamaban "Che" y donde batallaba para que dejaran de llamarlo "retornado" porque se sentía ofendido con esa palabra, que no hacía más que expulsarlo de su nacionalidad, como si él hubiera decidido emigrar por chorro y no por necesidad.
Cumplo en decir que no era universitario y que no llegó a completar el secundario, sin embargo, leía con avidez, como lo hago yo ahora. Tampoco era cariñoso de abrazos y besos, y soy igual y, sin embargo, lamento no haberlo abrazado muchas veces más antes.
La última vez que lo vi, me encargué de acariciarle mucho las manos para memorizarlas y poder seguir haciéndolo cada vez que lo necesite. No sé si se murió sabiendo que lo quería, tengo el defecto de decir poco esas cosas y eso me duele. Pero ya no está y supongo que no sirve de nada lamentarse, por eso, cada vez que necesite volver a él, no dudo en que volveré a leer los diarios a su lado en las mañanas de Posadas, en el mostrador de San Carlos y a desayunar en sentada en su regazo antes de ir al colegio.
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