Se me fue mi Moro. Fueron cinco días de mucho cariño, pero no quiso más. Desde que llegó a casa, le dije que aunque sea la traía para que muriera acompañada. Y así fue. Ayer, una sombra se cirnió sobre ella y le dije a la maldita parca que se alejara, la miré a la gatita y parafraseando el título de la obra de Casona, le dije a La Moro "prohibido morirse en primavera".
Pero retener a los seres es inútil. Hoy, se levantó mal. No atiné a llevarla temprano al médico, me dije que podría esperar. Sin embargo, algo me dijo que saliera antes del colegio. Vine. La toqué, pensé que estaba muerta. Me la puse sobre el pecho y dio un suspiro, acarició mi cara con la suya.
La llevé al médico y se hizo lo posible. Ya no sufre más. Le quedará quedarse conmigo en su aloe vera, bajo el que buscó refugio este fin de semana.
La Moro, mi Moro, ya no está más.
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