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F(h) Consultora en PYMES y ONGs

sábado, 26 de octubre de 2013

La hermana más amada, la libertad

Quiero defenderla porque es mi hermana más joven y, al hermano menor, hay que defenderlo.

Esta semana, circuló mucho la idea de qué es bancarse la dictadura. Al parecer, los niños que nacimos en ella o finalizando esa etapa, fuimos inmunes. Es cierto, no tengo ningún pariente desaparecido, ni torturado. Ningún conocido en esas circunstancias. No la padecí en carne propia.

Sin embargo, me pregunto si no hay efectos residuales. Nací en una familia netamente española. Mi papá nació en la pobreza, en Galicia, seis meses antes de que comenzara la guerra. Mi madre bajo las mismas circunstancias, en Asturias, cinco años después de finalizada la guerra. Fueron educados bajo el rigor y la opresión del franquismo ambos. Por parte de mi mamá, siempre escuché historias vinculadas con ese pasado desgarrador: la falta de comida, mi bisabuela escuchando a escondidas la Pirenaica, una vecina entregando a mi abuelo para que fuera a pelear, un tío abuelo que pasaba de cárcel en cárcel, familiares que se cambiaban de bando para que uno de ellos pudiera conocer al hijo recién nacido. También, la historia de un hombre que llegaba a su casa y le decía que volvía de la guerra a esa señora, que tenía hambre. Ella le decía que le iba a dar de comer porque, si un día su hijo se aparecía por la casa de alguien, querría que hicieran lo mismo. En ese momento, ese joven barbudo le preguntaba "madre, ¿es que acaso no me reconoces?". Real o no, esa historia es parte de mi familia. Por parte de padre, abundaba el silencio. Sus dolores los callaba. Algunos familiares de él habían ido a la guerra también, pero no hablaba de eso.

Con esa educación y ese pasado, mi mamá siempre prefirió no hablar de temas dolorosos, no puede ver películas de guerra y trata de no hablar de la dictadura. Cuando yo era chica, recuerdo que una vez que dije la palabra "Perón", se agachó y me dijo por lo bajo "eso no se dice". Había mucho miedo, miedo acumulado en las dos orillas. Mucha cultura del silencio que vino en barco y que se afianzó acá.

En el cole de monjas, me enseñaron la autocensura, a tener miedo, a respetar las órdenes, a no cuestionarlas. A hacer cosas sumamente idiotas e inútiles sin cuestionar por qué. De grande, en los 90, hablar de la dictadura era complejo todavía y, al mismo tiempo, al cumplirse los 20 años, fue algo que se puso muy en el tapete. Sin embargo, en algunas escuelas, de eso seguía sin hablarse. Cuando mi hermana estaba en 5to año, la quisieron echar por un afiche del Nunca más, que habían hecho con una compañera. Entre otras cosas, porque aparecía la Iglesia involucrada y mi cole era católico. Entre otras cosas, las acusaban de hacer propaganda porque estaba colocado en una pared que se veía no bien entraban los alumnos al colegio, una pared interna del aula.

Cuando yo estaba en 5to año, una compañera había hecho unos afiches sobre la dictadura. Pero, en ese momento, dos años después del episodio de mi hermana, no nos podían decir nada porque se empezaba a instalar el tener que hablar del tema. Estoy hablando del año 98, 22 años después.

Creo que la universidad me fue sacando el miedo. Y, en esas cosas, mi vieja y yo fuimos evolucionando a la par. ¿Por qué? porque para ella fue el período de democracia más largo que tuvo en su vida. Ayer, me decía que la gente no tiene memoria, que estos diez años son lo mejor que ella recuerda desde que vino a la Argentina (59), que la gente se olvidó de los 90. Me da felicidad que mi vieja hable de política porque, antes, decía que no sabía. Me da felicidad que la persona que me dijo con miedo, hace muchos años, que no podía decir "Perón", ahora, se atreva a defender el gobierno de Cristina. Me da felicidad que haya pasado de cuestionar la restitución de niños en la década del 80 a defender a Estela. Me da felicidad que ella diga "era lo que nos decían y uno se creía todo" y que, ahora, cuestione lo que escucha.

Fue un proceso en ella, en mí y en muchos más. Es el día de hoy que, si alguna autoridad me dice algo en mal modo, tiemblo. Es el día de hoy que no soporto discusiones porque tiemblo. Los que tuvieron encarnado el miedo en algún momento saben de qué hablo. El miedo y la autocensura se transmiten, lamentablemente.

Entonces, me pregunto ¿si yo padezco los efectos de una guerra (interminable, como la llama Amudena), una guerra del otro lado del océano, cómo podemos decir que Juan no padeció la dictadura? Dicen eso y me resuena el tango "sentir que veinte años son nada". Sin embargo, en su vida, fueron 25 años de ser otro, de haber sido violentado de muchos modos.

Por eso, por lo que nos costó y por lo que nos cuesta. Por los efectos económicos y sociales que la dictadura nos dejó, como sociedad, siempre tendremos una huella.

Por eso, me hierve la sangre cuando alguien dice que vivimos en dictadura. ¿Cuántas veces sintieron terror de hacer algo y que alguien se entere? ¿Cuántas veces se autocensuraron por miedo?

Quizás, por todos esos miedos que tuve y que a veces me paralizan todavía, es que ir a votar me deja plena de felicidad y que mi mamá haya empezado a votar hace muy poquitos años en su tierra me deja llena de alegría. Que ella con sus casi 70 años se atreva a decir que todos esos son unos hijos de puta sin reprimirse ante la "mala" palabra como lo hacía antes me da placer.

Mañana, es una jornada más en que iremos a elegir qué es lo que queremos para nosotros y para todos los habitantes del suelo argentino. Como decía al principio, la democracia es mi hermana más joven y tengo la obligación de defenderla y de explicarles a sus hermanos menores quién es.

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