Las publicidades intentan vender la felicidad con objetos. La que más me irrita, que están pasando ahora, es una en que una mujer le habla a un vestido como si se tratara de un hombre y estuviera en plan de conquista. Es de una tarjeta de crédito.
El otro día estuve hablando de esto con Sebas y, ayer, Valu me hizo dar cuenta de lo irracional de algunas cosas. Los formalistas rusos hablaban del efecto de extrañamiento, con elementos cotidianos generar algo que produzca el choque, eso que lo vuelva extraño. Sin embargo, tan confundidas están las cosas hoy y tan acostumbrado está uno, que poca gente tiene la lucidez para generar el extrañamiento en su interpretación (no ya en la producción) y reponer en el lugar extraño, aquello que verdaderamente lo es y sacarlo de lo cotidiano. Ese ser lúcido es Valu, precisamente, que, ayer, me dijo "me acaba de llamar mi auto, me dijo "hola, soy tu auto" ¿cómo no voy a estar mal?". Confieso que, muchas veces, escuché esa publicidad en mi contestador, pero que siempre la ignoré.
Y es que resulta que los objetos están cobrando vida y la humanidad como si nada. Mi ahijada ve unos dibujitos que tienen caras y piensan: unos barquitos, otros trencitos y las herramientas de Manny (perdón si no me acuerdo los nombres). Un día, mi compadre dijo que estaba cansado de que todos los objetos tuvieran cara. Y es que no es sólo eso. Mi comadre se pregunta por qué en el dibujito de Manny las herramientas tienen cara, comen, pero no expulsan y por qué si compra más herramientas, éstas no tienen cara, son inanimadas (además de que Manny no le paga a la ferretera con la que tiene onda, pero si está el hermano sí).
Creo que prefiero que en mi contestador siga apareciendo Germán Kraus ofreciéndome una prepaga...
No hay comentarios:
Publicar un comentario