Desde ayer, la vida comenzó a ponérseme difícil. En realidad, los problemas no son nuevos, pero, cuando me pega la melanco, sonamos. Cómo bien dice el Nano, son aquellas pequeñas cosas...
Llegué a la concentración de la marcha de hoy y, si había alguien que dudara de mi rareza, tal vez, hoy, no lo haga más. Comencé un via crucis por mi vida, un viaje hacia el pasado que fue minándome de a poco. Porque, como dice Adriana Varela, la nostalgia es un dolor en flor y la melancolía un flor de dolor.
Un panfleto, cuya tinta olía fuerte, me llevó hasta puán, porque filo huele a tinta de panfleto y apunte barato. En seguida, la imagen de algún apunte con una frase de Walsh me llevó hasta la puerta del CEFyL. Acto seguido, el chipero pasó por mi lado y viajé a Posadas. Me dije, mejor matar la nostalgia ahora y, en verdad, la chipa era terrible, pero para volar un poquito a Posadas sirvió y en qué medida. Llegué a darme cuenta de que a fines de enero cumplo 20 años en Buenos Aires y, como dice bien Kohan, la vida no es un soplo sino que uno siente que lo es y que 20 años no son nada.
Claro que seguir caminando por Callao me llevó hasta el colegio, en plena esquina con Corrientes, donde hoy luce un moderno edificio. Ya sobre esta última calle se levanta uno espejado al lado de Burger King que vimos cómo se construía desde una de las ventanas de mi aula de primer año que daba sobre Callao.
Y Corrientes... mis previas para clase de gimnasia, mis paseos por Florida con Maru. Y yo no estaba más en mí, estaba muy lejos en el tiempo, con un dolor en el pecho, enjaulada en mí misma, presa de mi silencio.
Y no tuve mejor idea que volver por Avenida de Mayo, el único lugar que me llevaría conmigo de esta puta ciudad al lugar del mundo al que me fuera a vivir. Porque es volver al pequeño pago, a la aldea, al comienzo, al lugar donde vívían mis padres cuando recíén llegaron. Pasar por el Castelar y pensar en García Lorca me llevó a lo que me llevan siempre estos días tristes y es a ponerme triste por haber perdido la guerra. Una lástima no poder volver el tiempo atrás y modificar las injusticias del pasado, del pasado que se llevó la vida del poeta y desapareció su cuerpo.
Los que me conocen saben que no me gusta llorar en público y, por eso, termino comportándome como una idiota que no habla, que no está... llegar a la esquina en que se encuentra el bar La Moncloa sacó las lágrimas de adentro. Fue volver al comienzo del comienzo, cuando mis padres se conocieron sentados en ese café, cuando aún había miradas de amor, un futuro hermoso y desconocían muchas cosas de las que vendrían.
Estos días preferiría recluirme por varios días y no hablar ni con mi sombra, porque siento que nada funciona, que todo es terrible, aunque realmente no lo piense. Tengo problemas que me agobian, que me agotan y que me imposibilitan. Y sé, desde hace bastante tiempo, que debo evitar toda ocasión próxima a la melancolía, amén, si no deseo terminar en un eterno silencio.
Son estos los momentos en que debo darle franco a Sabina por unos días y, sin embargo (lo quiero), necesito su estaca en lo más profundo del riñón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario