Hay una canción brasileña que dice "Ter saudade até que é bom / É melhor que caminhar vazio" ("Sonhos", Peninha) y tiene mucha razón.
La ilusión nos permite seguir, es como una especie de motor que tenemos. El estado de enamoramiento, por ejemplo, es una ilusión, en todos los sentidos de la palabra. Desear fervientemente hacer algo es una ilusión.
El problema es despertar de ellas, ver la realidad como es, tosca, material en bruto que solo puede ser obra de arte tallada con deseos. Lo duro es ni siquiera tener nostalgia de esa ilusión, ningún recuerdo, ninguna lágrima, ninguna canción que nos lleve a ella. Ni siquiera tener saudades de algo, que al fin y al cabo es aunque sea la sombra de eso que se tuvo (aunque solo haya sido en formato ilusoria), es lo problemático, lo que nos deja sin deseos, lo que nos hace caminar vacíos, ser solo una máquina que ni siquiera siente, un hombre de hojalata antes de su aceite.
Caminar vacío ni siquiera produce dolor, quizás, muchos creerían que es el estado óptimo del ser humano, pero no. Es la deshumanización completa de la persona, el fin, el punto final sin después.
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