Ayer, sábado 19, fui a ver a Aznavour. Lo que me hizo ir fue una premisa a cumplir que tengo hace algunos años y es que hay gente que hay que verla antes de que se muera. Ya vi a Serrat, a Sabina, a Aute, a Aznavour, a Toquinho. Me quedan Caetano, y Chico, si sucediera el milagro de que viniera.
Claro, como estudio francés, me empecé a enganchar con él por la música hace bien poquito. Tiene canciones que son bellísimas y tiene un estilo que, por momentos, me recuerda a Sandro (cuando canta canciones más melódicas).
Soy una nostálgica de los años 60 y 70, en general. Me gusta escuchar a estos sujetos que mencioné, a Nino Bravo, a Vinicius (que Oxum lo proteja), a Pedro Infante y a Negrete (aunque murieron en los 50) y a la gente maravillosa que hizo soñar con música por esos años.
No soy una nostálgica sólo por el refinamiento en las letras, sino porque fueron décadas en que, al menos, se soñaba con algo, algo tan simple como cambiar el mundo. Es cierto, muchos me dirán "Nino Bravo, ¿cambiar el mundo?". Yo les respondo, escuchen la letra de "Libre" con atención y verán que el joven se va al exilio y que lo detiene una voz de alto de la policía y que lo terminan asesinando, por lo cual, de su pecho brotan flores carmesí. También, hay otras canciones en las que vivía en un pueblo llamado Libertad o soñaba con América como un nuevo Edén, pocos años después de la Revolución cubana.
El romanticismo ha muerto. Creo que como han muerto muchas cosas, entre ellas, la utopía. Las palabras se fueron volviendo triviales y carentes de sentido porque nadie coloca en ellas contenidos que vayan más allá de la imagen que evocan, sentidos duraderos. El romanticismo se tranformó en imágenes cursilonas y vacías, como casi todo por estos tiempos.
Llegué a este punto por Charles Aznavour, en realidad, era de él de quien quería hablar. No me considero romántica porque no me gustan las cosas cursis, como ya dije. Pero escucharlo a este señor de 84 y verlo bailar solo un lento en el escenario, como si lo bailara con una mujer, me hizo ver que el romanticismo es otra cosa. Se perdieron los modos, la galantería, la valentía (los hombres modernos están muy cobardes), las ganas de disfrutar el momento (no pensemos que tenemos que casarnos ya, tiempo al tiempo) y, sobre todo, se perdió la poesía. Basta de príncipes azules.
Mi recomendación es, parejas modernas, pónganse un disco de este buen hombre y disfruten de estar abrazados, disfrutando el instante, imaginando que pasean por París en el mes de agosto.
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