El sábado por la tarde, vi la película alemana La ola de Dennis Gansel (no recuerdo el título original). Básicamente, trata de un profesor que tiene que explicarle a sus alumnos qué es un regimen autocrático. Como es un tema que mucho no le agrada, se le ocurre explicarlo mediante la práctica, lo cual, a mí, me pareció que era bastante instructivo, pero, claro, el tema es que él termina sintiéndose cómodo en la postura de líder obedecido y todo se le va de las manos.
Pero volvamos a la parte práctica que es lo que me lleva a escribir esto. El segundo día, el profesor decide que todos lo llamen señor y que lo saluden al unísono de pie, el espíritu de grupo y cómo se deben hacer respetar las reglas a cualquier precio porque es por el bien de todos (la obediencia debida, bah), que cada uno que quiera hablar levante la mano y que, cuando se le conceda el turno, se ponga de pie al lado del banco para expresar lo que quieren decir, etc. Claro, pasé de que me gustara la idea de mostrarlo con cosas prácticas hasta que me corrió un escalofrío y pensé "esas mismas cosas las hacíamos en el Santa María".
Entonces, La ola empezó a mostrarme que ese experimento en un aula, en mi caso, había sido en el colegio entero. Entrábamos, formábamos fila, cantábamos a la bandera, a la cual había que seguir hasta arriba del todo con la mirada, rezábamos, y pasábamos cantando alguna canción religiosa al aula cual alienadas. Una vez en el aula, las manos iban arriba del banco (nada de pantalones debajo del guardapolvo y estos por las rodillas, nada de buzos atados al cuello). El silencio por sobre todo. En el recreo, había algún grado que estaba de turno por lo que tenía que controlar la disciplina, es decir, nadie debía correr, entre otras cosas. Nosotras nos teníamos que controlar y, por las dudas, sabíamos que Dios nos estaba mirando y que no podíamos pecar. El fin del recreo estaba marcado por una campanada que hacía que nos congeláramos cual estatuas en la posición que estuviéramos (aunque estuviéramos haciendo equilibrio sobre el dedo gordo del pie) y pasaban unos segundos (para mí, una eternidad) en que las maestras controlaban que nadie se moviera y, si eso sucedía, eran sacadas del lugar las alumnas sediciosas y puestas en el frente del patio para, luego, ir a firmar el libro negro. La segunda campanada era para que fuéramos a formar, en sumo silencio, claro, y nuevamente el control de que nadie se moviera (más alumnas eran retiradas de sus filas en ese momento). Tengo pésimos recuerdos del Colegio Santa María de Posadas, en el que la señorita Bety me puso de plantón en primer grado por llevar borratintas, aunque yo no lo usara porque sabía que estaba prohibido.
La disciplina está muy lejos de ser sinónimo de educación.
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