¿Cuándo supe que yo era yo? Supongo que el nacimiento de Luna me terminó de confirmar algo que venía elaborando. Fue un proceso entender que no pertenecía a mi familia, sino que tenía una familia de pertenencia, pero que, finalmente, quien debía regir mi vida era yo.
Supongo que lo supe tarde, pero que cobré conciencia cuando vi que era capaz de llorar de felicidad en un colectivo, que nadie pensaría nada de mí, que no había nada de malo en ello. Fue la primera de muchas veces que lloré en público y fue la que me hizo pensar que estaba viva independientemente de mi núcleo familiar.
La educación lo hace a uno de un modo determinado y sé que la que recibí se correspondía a una educación decimonónica. Y, sin embargo, siempre que hice algo que cuestionaba lo que me habían enseñado, por muy pequeño que fuera, siempre papá me lo reconocía con orgullo y como si fuera lo más normal y lo más esperable de mi parte, aunque no lo manifestara con palabras.
Recuerdo, por ejemplo, que siempre que iba a verlo, mi mamá me decía que me arreglara para que me viera linda. Y a él le daba igual cómo me vistiera, él no podía evitar verme linda. La primera vez que me corté el pelo muy corto mi mamá me dijo que a mi papá le gustaba que las mujeres tuvieran los cabellos largos, que le parecía eso lo más femenino que había. Sin embargo, siempre que me lo corté recibí elogios de su parte, como si transgredir sus nociones de femineidad, hiciera que me viera mejor.
Él admiraba en mí mi libertad, la que fui consiguiendo desde que supe que yo era yo. Creo que es por eso que nunca intentó someterme excesivamente a su voluntad. Entiendo que el temor paterno que sentía, algo así como el temor de Dios que nos enseñan en la religión, se fue diluyendo cuando vi que él sabía mucho más de mí de lo que yo le pudiera decirle. Cierta vez, emprendí un viaje para conocer a alguien, era un viaje que infringía todas las normas familiares implícitas que pudieran existir, quizás, el viaje que me dio más libertad a la hora de decidir. Pasado un tiempo, decidí volver, pero debía explicarle el porqué de mi retorno a él para que pudiera entender que volviera al mismo lugar en tan poco tiempo y, mientras sorbía el caldo de su comida y sin sacar los ojos de la cuchara, me dijo que ya lo sabía y que esperaba que me fuera muy bien.
Es raro caer en la cuenta de que no volverá y mucho más raro es no poder decirle que lo entendí, que tarde, pero que entendí lo que pensaba de mí. Es tan raro como saber que estuvo ahí para salvarme de Marcos y que lo hizo del modo más impensado que fue tirándome a su brazos, dándome la posibilidad de que viera con mis propios ojos qué clase de persona era. Creo que es su modo de enseñarme las cosas, ir acompañándome para que lo experiemente, del mismo modo en que alguna vez me hizo que le sujetara la malla para comenzar a nadar y que, una vez finalizada su tarea, me dejó hacerlo sola bajo su atenta mirada.
Ahora, es el momento de nadar sola bajo su atenta mirada.
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