Ensonnacionesmarianas es un blog abierto a la reflexión propia y ajena sobre cualquier tema sobre el que deseemos pensar. El ensueño tiene que ver con la idea antigua del sueño como camino al conocimiento (por ejemplo, El primero sueño de Sor Juana).

F(h) Consultora en PYMES y ONGs

viernes, 29 de enero de 2010

Un país de chirolitas

Al parecer, decirle "títere" a alguien es la peor ofensa que existe y más si se es presidente.

De la Rúa era un señor con alzheimer o lo que fuera que decían que tenía. De haber ganado con la Alianza y convertirse en la esperanza, pasó a ser un señor gagá manejado por su hijo. También, alguna vez, escuché que la Pertiné con esa cara de sargento debería de tenerlo cagando.

Luego, llegaba Néstor desde el sur. Era conocida más su mujer, quien, por ese entonces, era conocida como Fernández, por ser ella misma. Muchos decían que la que mandaba era ella. Lo cierto es que, cuando llegaron las elecciones, empezaron a decir que él era el Chirolita de Duhalde. Recuerdo, a ese respecto, una vez que iba a la facultad en el 103, un afiche en que aparecía sentado Néstor en las rodillas de Duhalde.

Bueno, ahora, le toca a la Cris, que ya pasó a ser Kirchner. De ser la mina que en el senado la tenía re clara y que seguro que manejaba al marido, pasó a ser, entre muchas otras cosas, manejada por el marido. Sin embargo, como ella es mujer y es la esposa de Néstor, hablan de manipulación psicológica. Claro, mujer no da ni siquiera para títere sino para manejada psicológicamente, es decir, tiene la autoestima más que por el piso. ¿Alguien puede creer realmente que es así?

Me preocupa pensar que de Méndez nunca dijeran eso. O sea, al único que nunca le dieron realmente con un caño. Y pensando que Duhalde también fue presidente, tampoco, fue muñeco de nadie.

No recuerdo qué se decía de Alfonsín, pero me llama la atención que ni los militares ni el Carlo sean gente con tan baja autoestima o tan poco poder como para considerarlos muñecos. Evidentemente, además de los medios, habría mucha gente que los avalaba. ¿O será que la gente piensa lo que los medios le dicen? Es que me niego a creer que gente con instrucción o, al menos, con la posibilidad de tenerla sean chirolitas que hablan con voz ajena.

jueves, 28 de enero de 2010

3

El patio de su casa tenía muchas cosas que siempre había deseado, gatos que dormían satisfechos al sol y unas cuantas cuerdas para tender la ropa. Faltaban los niños, cierto, pero ya vendrían a revolotear entre sus vaqueros porque no usaba polleras. En el fondo, sabía que ese patio era su patria, el refugio más parecido a su infancia y, cuando tendía la ropa, recordaba la espalda de su madre y sus pies en puntas de pie para alcanzar la soga. Quizás, ese balde que la esperaba a su lado siguiera esperando siempre en esa postal. La sacó del recuerdo su hermana que traspasaba la puerta contándole la última novedad del cowboy de la revolución. Saliéndose de tema, como siempre en sus charlas paralelas, Libertad le recordó a su hermana sus luchas contras los indios, a lo cual ésta le dijo que seguro que ella era indio porque siempre la dejaban afuera y, para seguir con las idas y vueltas de las conversaciones paralelas, Libertad le dijo al final, siempre estuvimos equivocados, luchábamos para el bando contrario, es fácil mentir a los niños, yo les voy a enseñar a mis hijos a luchar del bando que corresponde, del lado del dueño real de la tierra y, si preguntan por qué, les diré que soy Dorotea, la cautiva, ya no soy huinca, india soy y les contaré que bebo la sangre de los caballos, como la inglesa del cuento de Borges. Siempre terminás en cualquier cosa, reclamó la hermana y le dijo que el otro cowboy hacía la revolución a su modo, como todos pensamos que la hacemos un poco.

miércoles, 27 de enero de 2010

"Españolito que vienes, al mundo te guarde Dios..."

Cuando era chica, pensaba que todos los mayores eran españoles porque sólo conocía mayores españoles. De hecho, cuando conocí a una chica cuyo padre era argentino, me llamó mucho la atención.

Ya siendo adolescente, una amiga mía siempre me decía que desconocía cosas tradicionales argentinas y es cierto porque, para mí, lo "normal" era comer favada, pulpo a la gallega y esas cosas. Tampoco era el folclore lo nuestro, sino más bien Manolo Escobar, Antonio Molina y algún que otro gallego y asturiano que diera vuelta.

Muchas veces, me sentí un poco "extraña" con relación a la gente que conocía. Hasta que, hace unos años, mi hermana me hizo empezar a ver Cuéntame cómo pasó, una serie española que comienza en los años 60 en España (ya va por la undécima temporada). Viendo esa novela, me descubrí ahí. Empecé a ver que mi familia no es extraña, sino que se comporta acorde a otros parámetros. Porque entendí el tono de voz que usamos al hablar y por qué, aunque parezca que nos llevamos a las patadas, cuando uno necesita, esté donde esté, el resto de la familia está ahí cual mosquetero y quien tiene el problema, creo que termina solucionándolo con tal de que no le rompan más las pelotas los otros.

Acabo de ver uno de los capítulos especiales que hacen y, como hago habitualmente cuando veo Cuéntame, termino llorando. Entre otras cosas, recordé una anécdota de cuando estaba en cuarto grado. En el colegio, nos habían hecho llenar una ficha a comienzo de año con datos de los padres entre los que se encontraba el tipo de trabajo. Recuerdo que lo llenó mi papá que, en el lugar de mi mamá, en vez de poner su trabajo, puso "sus labores". Cuando mi mamá lo supo, se enojó y mucho. Ni Ale, mi hermana, ni yo habíamos entendido que él había querido poner que era ama de casa. En Cuéntame, dijeron justamente que era la forma en que se decía en aquella época eso.

También, hablaron del tipo de entretenimiento. Mencionaron, entre otros, la radio y me vino la imagen de la abuela de mi mamá (que construí con sus relatos porque murió mucho antes de que yo naciera) escuchando la Pirenaica (radio que era como Radio Colonia) a escondidas e, incluso, escuchando sobre Di Stefano, a quien amaba. Sin embargo, en la serie, decían que el fútbol era menos que los toros. Lo que, con el tiempo, me llamó la atención fue que, en aquella lejana época, mi bisabuela fuera futbolera.

Comentaron cómo los chicos iban todos juntos a la escuela sin diferenciar edades hasta que llegaba el momento de trabajar. Mi mamá siempre dice que ella iba por gusto los días en que el trabajo se lo permitía, pero gracias a eso aprendió a leer y escribir. Sé por ella que había un libro para chicas y otro para chicos (tengo un ejemplar de ambos) y, en el de ella, leí cosas horrorosas del marxismo, obviamente. Además, ella tenía un libro que se llamaba La mujer y su hogar, en el que le enseñaban a llevar adelante las tareas de la casa, la economía, etc. y a cómo hacer gimnasia y a arreglarse porque, claro, ellas tenían que hacer todo, pero el marido no podía verlas desarregladas.

Otro tema que tocaron es el del hambre y las cartillas de racionamiento. Y siempre mi mamá me comentó sobre eso y que ellos podían comer algo más porque pescaban en el mar, pero no siempre. Lo bueno de ver esas cosas es que uno entiende de dónde vienen las obsesiones de que no falten aceite, azúcar, jabón y sal en mi casa. Y, ojo, que me pongo como una furia si se me termina el aceite y no tengo otra botella, me pone un poquitito mal. Es más, entiendo la obsesión de mi mamá de ponernos platos repletos y esperar que comamos todo y que termine ofreciendo comida a cada cinco segundos.

Y que de golpe me di cuenta de que mi mamá siempre usó la palabra "emigración" y nunca "inmigración", en un país, en que se suele usar más este último término. Y me corrió un escalofrío porque nunca me puse a pensar racionalmente en eso, sino que siempre que ella decía o dice esa palabra mi cabeza la suplanta por la otra. Y que detesto a la gente que trata mal a los inmigrantes, no sólo por ser hija de dos de ellos, sino porque a mí modo un poco lo soy. Porque muchas veces dicen "el bolivianito" o "el chinito" por niños que nacieron aquí sólo por el origen de sus padres, entonces, supongo que en esa cuestión (a veces, despectiva) yo soy "la galleguita". Y que reconozco que estoy acostumbrada a las partidas por este motivo. Sin embargo, una vez, pensando si yo sería capaz de vivir en otro país me encontré pensando "yo no me iría de mi país de nuevo". Sí, pensé "de nuevo".

Y es que viendo esa novela me doy cuenta de que sufro con cosas que pasaron lejos de casa y que, muchas veces, me hacen sufrir más que las cosas que sucedieron aquí cerca.

Y que debo reconocer, también, que me apena que la mayoría de los viejos no sean gallegos en Buenos Aires y que siempre pienso que el día en que ya no haya más viejos gallegos Buenos Aires no va a ser la misma.

Les recomiendo la serie. Pueden encontrarla en la página de RTVE. La primera temporada está completa.

Y mi papá, hoy, cumple 74 porque nació el año en que empezó la guerra.

domingo, 24 de enero de 2010

2

Es un día de verano, los indios están situados en el territorio de enfrente, ella es parte de esos cowboys valientes que disparan a matar para imponer la ley del blanco. La acompañan dos valientes más que, desde el amanecer, efectúan disparos sin cesar y gritan al ver otro salvaje aparecer. El calor es intenso, pero la batalla debe ser dada sin tregua, a matar o morir, no son débiles mujeres, sino mujeres que buscan lo que sueñan, que persiguen recuperar su territorio. No están solas, a su lado, el líder de la banda les entrega otra arma para asesinar a esos indios que surgen tras el follaje, son infinitos, mueren muchos y aparecen muchos más, pero no desmayan en su intenso trabajo y lucha. El calor, la sed y el hambre no existen. La lucha armada continúa hasta el caer de la tarde, cuando mamá los llama para irse a bañar, y ellos deciden dar fin a la batalla con la rendición con bandera blanca por parte de los indios, claro está, y los tres cowboys se retiran satisfechos con la tarea cumplida, dejando de fondo el escenario que es el patio de su casa.

sábado, 23 de enero de 2010

1

Libertad hojeaba la última edición de la revista de novias para la cual trabajaba. Estaba satisfecha con el resultado fotográfico, sonreía al recordar las voces de sus amigas hablándole de lo incomprensible de que trabajara allí; puesto que afirmaba no querer casarse, eso era un prejuicio tonto o ¿acaso las recepcionistas hablan por teléfono todo el día? Sin embargo, ella amaba su trabajo porque detestaba que los hombres le dijeran a una bella mujer la palabra «muñeca», ella amaba su profesión porque una mujer bien vestida y maquillada era una obra de arte y se ofendía cuando sus amigas decían que eso hablaba del cuerpo femenino como mercancía. No, observando a esas novias percibía el arte, el artificio del maquillaje sobre un rostro, es como el pintor que llena de color una tela en blanco y la baña con su arte. Fuente de luz es arte y, no artificio, propio de una bella mujer que, aclaremos, no era para ella una mujer que se cultivara en función de los otros, sino en función de sus deseos.

Pasaba las páginas y veía algunas fotos mejor realizadas que otras, recordaba, al detenerse en la mejor novia lograda, la mejor por su sencillez material que dejaba transparentar esa belleza femenina que reside en una bella mirada. Recordaba cuando era niña y jugaba, en el patio de su casa, a que su vestido de novia era una sábana y corría en círculo tras su hermana, otra novia con sábana, el traje más lujoso y delicado para la ocasión según la imaginación, y corrían en círculo para llegar a tiempo a la boda con el hombre de sus vidas. Sonreía pensando que seguía corriendo en círculo; pero, esta vez, sin sábana ni deseo de casorio, sino simplemente de que ese amor, eterno mientras durara, apareciera un día.

La tristeza de ser uno mismo


-->Era un digno personaje de Clarice Lispector. Su soledad y su pobreza la agobiaban, pero la agobiaban porque ella era ella. De haber sido otra, no lo hubiera sufrido o, al menos, no de ese modo. Sufría no poder alcanzar sus sueños porque siempre centraba su realidad en su taza de café con galletitas. Se sentía ignorada por el mundo porque ella se ignoraba a sí misma. Cuando hablaba con sus pensamientos, se evadía a ella misma y nunca se daba una respuesta. Quería volar, por momentos, pero siempre olvidaba ponerse las alas. Deseaba ser otra al ver las fotos de Madonna y, mientras las observaba, olvidaba ensayar con su propia voz.

Si hubiera sido creada por Clarice Lispector, su vida acabaría absurdamente el día en que fuera decidida a cambiar su destino, terminaría observada por los transeúntes bajo las ruedas de algún coche.

El paraguas rojo

Los días de lluvia la veo pasar. Me asomo a la ventana y veo su caminar, gracioso y sensual. Amo a esa mujer que veo los días de lluvia... aunque poco sepa de ella. No sé dónde vive, ni cómo se llama, no sé si es feliz, si lo es en ese preciso instante en que la veo pasar. Si al despertar escucho las ruedas de los autos sobre la lluvia, me preparo para observarla a la hora indicada. Claro, siempre y cuando sea de lunes a viernes, los fines de semana no acostumbra a andar por aquí. No conozco su rostro y, aunque la busque los demás días, sólo la encuentro los días lluviosos. Su paraguas rojo es su cara, su bello paraguas rojo que oculta codicioso su rostro. He intentado buscarla con sol, pero no sé cuál de todas es. Supongo que su caminar no es el mismo, que la lluvia le imprime un misterio a su andar. Creo que ella no es la misma y, por eso, sólo la puedo amar los días de lluvia. ¿Por qué no bajo a buscarla? Porque conocería su rostro y porque no podría invitarla a pasear un día sin lluvia, no sería la misma. En realidad, no sé si estoy enamorado de ella, de su caminar, de la lluvia o de su paraguas rojo, ese que me anuncia, los días de lluvia, que mi amada allí está.

Cuarto piso, ascensor

Llegaba a la clase de inglés en el Laboratorio, 25 de Mayo 221. Era tarde, deseaba que el ascensor estuviera en funcionamiento porque los pisos son muy altos. Esperaba el ascensor, el que está al lado de la escalera que conduce al entrepiso o EP en cartelera, bendito lugar que nadie sabe hacia dónde lleva ni dónde queda. ¿Cómo estará habilitado? ¿Quién lo habrá hecho? El ascensor tardaba y tardaba, pero era mejor que eso sucediera y no que se desplomara. Le falta mantenimiento, siempre se queda. El ascensor llegó, cuarto piso. Algo extraño sucedía, ¿qué sería...? Al llegar al cuarto piso, un hombre vestido con un traje un tanto antiguo abrió la puerta y dijo “Señorita, pase”. Había desconcierto, un mundo incomprensible. Iba al aula 410, saliendo del ascensor a mano derecha y, luego, a mano derecha nuevamente. Pero nada era igual. Por la escalera que conduce al entrepiso, subían mujeres vestidas de mucama. Comenzaba a aparecer gente que lucía ropas de principios de siglo, los empleados iban y venían, qué pasaba, la gente comentaba que estaba por llegar la Infanta. ¿Qué Infanta? Los techos no eran los mismos, no tenían agujeros, la pintura de las paredes no estaba descascarada, las aulas eran en realidad cuartos bien dispuestos. Los bronces de las escaleras relucían y del techo colgaban lámparas con cristales. Los baúles eran subidos por las escaleras, era un mundo de objetos de lujo, entre ellos los criados, y de personas que hablaban en diferentes lenguas con distintos acentos, pero con la misma alcurnia. Los espacios estaban bien delimitados, las mucamas no utilizaban nunca el ascensor principal y siempre dirigían su mirada al suelo, jamás a los ojos de quienes no bajan por su escalera. Nuevamente, ascensor a planta baja, no era éste el lugar. Un señor dijo “pase señorita, no se pierda de ver a la Infanta que está llegando”. Desconcierto y revuelo, un timbre y gritos sonaron, el ascensor paró. La puerta fue abierta, allí en el interior, tendida estaba.