El patio de su casa tenía muchas cosas que siempre había deseado, gatos que dormían satisfechos al sol y unas cuantas cuerdas para tender la ropa. Faltaban los niños, cierto, pero ya vendrían a revolotear entre sus vaqueros porque no usaba polleras. En el fondo, sabía que ese patio era su patria, el refugio más parecido a su infancia y, cuando tendía la ropa, recordaba la espalda de su madre y sus pies en puntas de pie para alcanzar la soga. Quizás, ese balde que la esperaba a su lado siguiera esperando siempre en esa postal. La sacó del recuerdo su hermana que traspasaba la puerta contándole la última novedad del cowboy de la revolución. Saliéndose de tema, como siempre en sus charlas paralelas, Libertad le recordó a su hermana sus luchas contras los indios, a lo cual ésta le dijo que seguro que ella era indio porque siempre la dejaban afuera y, para seguir con las idas y vueltas de las conversaciones paralelas, Libertad le dijo al final, siempre estuvimos equivocados, luchábamos para el bando contrario, es fácil mentir a los niños, yo les voy a enseñar a mis hijos a luchar del bando que corresponde, del lado del dueño real de la tierra y, si preguntan por qué, les diré que soy Dorotea, la cautiva, ya no soy huinca, india soy y les contaré que bebo la sangre de los caballos, como la inglesa del cuento de Borges. Siempre terminás en cualquier cosa, reclamó la hermana y le dijo que el otro cowboy hacía la revolución a su modo, como todos pensamos que la hacemos un poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario