Libertad hojeaba la última edición de la revista de novias para la cual trabajaba. Estaba satisfecha con el resultado fotográfico, sonreía al recordar las voces de sus amigas hablándole de lo incomprensible de que trabajara allí; puesto que afirmaba no querer casarse, eso era un prejuicio tonto o ¿acaso las recepcionistas hablan por teléfono todo el día? Sin embargo, ella amaba su trabajo porque detestaba que los hombres le dijeran a una bella mujer la palabra «muñeca», ella amaba su profesión porque una mujer bien vestida y maquillada era una obra de arte y se ofendía cuando sus amigas decían que eso hablaba del cuerpo femenino como mercancía. No, observando a esas novias percibía el arte, el artificio del maquillaje sobre un rostro, es como el pintor que llena de color una tela en blanco y la baña con su arte. Fuente de luz es arte y, no artificio, propio de una bella mujer que, aclaremos, no era para ella una mujer que se cultivara en función de los otros, sino en función de sus deseos.
Pasaba las páginas y veía algunas fotos mejor realizadas que otras, recordaba, al detenerse en la mejor novia lograda, la mejor por su sencillez material que dejaba transparentar esa belleza femenina que reside en una bella mirada. Recordaba cuando era niña y jugaba, en el patio de su casa, a que su vestido de novia era una sábana y corría en círculo tras su hermana, otra novia con sábana, el traje más lujoso y delicado para la ocasión según la imaginación, y corrían en círculo para llegar a tiempo a la boda con el hombre de sus vidas. Sonreía pensando que seguía corriendo en círculo; pero, esta vez, sin sábana ni deseo de casorio, sino simplemente de que ese amor, eterno mientras durara, apareciera un día.
Pasaba las páginas y veía algunas fotos mejor realizadas que otras, recordaba, al detenerse en la mejor novia lograda, la mejor por su sencillez material que dejaba transparentar esa belleza femenina que reside en una bella mirada. Recordaba cuando era niña y jugaba, en el patio de su casa, a que su vestido de novia era una sábana y corría en círculo tras su hermana, otra novia con sábana, el traje más lujoso y delicado para la ocasión según la imaginación, y corrían en círculo para llegar a tiempo a la boda con el hombre de sus vidas. Sonreía pensando que seguía corriendo en círculo; pero, esta vez, sin sábana ni deseo de casorio, sino simplemente de que ese amor, eterno mientras durara, apareciera un día.
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