Los días de lluvia la veo pasar. Me asomo a la ventana y veo su caminar, gracioso y sensual. Amo a esa mujer que veo los días de lluvia... aunque poco sepa de ella. No sé dónde vive, ni cómo se llama, no sé si es feliz, si lo es en ese preciso instante en que la veo pasar. Si al despertar escucho las ruedas de los autos sobre la lluvia, me preparo para observarla a la hora indicada. Claro, siempre y cuando sea de lunes a viernes, los fines de semana no acostumbra a andar por aquí. No conozco su rostro y, aunque la busque los demás días, sólo la encuentro los días lluviosos. Su paraguas rojo es su cara, su bello paraguas rojo que oculta codicioso su rostro. He intentado buscarla con sol, pero no sé cuál de todas es. Supongo que su caminar no es el mismo, que la lluvia le imprime un misterio a su andar. Creo que ella no es la misma y, por eso, sólo la puedo amar los días de lluvia. ¿Por qué no bajo a buscarla? Porque conocería su rostro y porque no podría invitarla a pasear un día sin lluvia, no sería la misma. En realidad, no sé si estoy enamorado de ella, de su caminar, de la lluvia o de su paraguas rojo, ese que me anuncia, los días de lluvia, que mi amada allí está.
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