Llegaba a la clase de inglés en el Laboratorio, 25 de Mayo 221. Era tarde, deseaba que el ascensor estuviera en funcionamiento porque los pisos son muy altos. Esperaba el ascensor, el que está al lado de la escalera que conduce al entrepiso o EP en cartelera, bendito lugar que nadie sabe hacia dónde lleva ni dónde queda. ¿Cómo estará habilitado? ¿Quién lo habrá hecho? El ascensor tardaba y tardaba, pero era mejor que eso sucediera y no que se desplomara. Le falta mantenimiento, siempre se queda. El ascensor llegó, cuarto piso. Algo extraño sucedía, ¿qué sería...? Al llegar al cuarto piso, un hombre vestido con un traje un tanto antiguo abrió la puerta y dijo “Señorita, pase”. Había desconcierto, un mundo incomprensible. Iba al aula 410, saliendo del ascensor a mano derecha y, luego, a mano derecha nuevamente. Pero nada era igual. Por la escalera que conduce al entrepiso, subían mujeres vestidas de mucama. Comenzaba a aparecer gente que lucía ropas de principios de siglo, los empleados iban y venían, qué pasaba, la gente comentaba que estaba por llegar la Infanta. ¿Qué Infanta? Los techos no eran los mismos, no tenían agujeros, la pintura de las paredes no estaba descascarada, las aulas eran en realidad cuartos bien dispuestos. Los bronces de las escaleras relucían y del techo colgaban lámparas con cristales. Los baúles eran subidos por las escaleras, era un mundo de objetos de lujo, entre ellos los criados, y de personas que hablaban en diferentes lenguas con distintos acentos, pero con la misma alcurnia. Los espacios estaban bien delimitados, las mucamas no utilizaban nunca el ascensor principal y siempre dirigían su mirada al suelo, jamás a los ojos de quienes no bajan por su escalera. Nuevamente, ascensor a planta baja, no era éste el lugar. Un señor dijo “pase señorita, no se pierda de ver a la Infanta que está llegando”. Desconcierto y revuelo, un timbre y gritos sonaron, el ascensor paró. La puerta fue abierta, allí en el interior, tendida estaba.
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