Por primera vez, no tengo muy en claro cuál va a ser el eje de lo que a continuación se leerá, ni sé a quién lo dirijo. Tal vez, sólo sea un exorcismo de viejas palabras y de viejas sensaciones que llevo dentro.
El título no hace más que referirse a una imagen muy trillada para referirse a la Argentina, que dista mucho de ser el país de las maravillas (Charly en su lucidez siempre dice no diciendo o diciendo en un exceso barroco), pero bueno, como dice Pinti, es difícil explicar un país en que los radicales son conservadores. Sin embargo, volveré a esa imagen trillada porque, como siempre digo, el día en que me dejen de sorprender e indignar las cosas que pasan, me pongo un revólver en la sien (y, si no lo hago, como digo siempre, sacrifíquenme).
Han pasado y pasan cosas, no inexplicables, pero sí incomprensibles. Cuando hablamos de inseguridad, ¿a qué nos referimos? Claro, la respuesta es obvia: el nivel de delincuencia que crece. Nadie piensa en la inseguridad de la infancia, seré justa, pocos lo hacen. Un proverbio (desconozco el origen) dice “quien planifique a un año que plante trigo, quien planifique a diez que plante árboles, quien planifique a futuro que eduque hombres”. Sí, en mi país, se planta trigo.
Como persona que posee un título que dice “Profesora”, continuamente me pregunto qué es la educación. Lo resolví en una frase que puede sonar cursi, sobre todo, viniendo de una persona como yo, para mí, la educación es un acto de amor. No puedo concebirla sin pensar que el profesor no va a una escuela a pedir que le resuelvan ecuaciones. Toda mi etapa escolar me la pasé pensando para qué me servían muchas de las cosas y, la verdad, que muchas de ellas no me servían más que para poder responder algunas preguntas del Imbatible de Susana Giménez y, convengamos, el saber enciclopédico carece de valor. Cada vez, me doy más cuenta de que lo único que realmente podría hacer sería acompañar a alguien porque, en la vida, los conocimientos los obtenemos de la experiencia vivida y cada uno sólo aprende de las propias vivencias. No quiero con esto decir que hay que abolir la enseñanza de contenidos en las escuelas, eso sería incurrir en un acto de profunda ignorancia. Pero eso no sirve de nada si el eje no es: pensemos más allá de lo que nos es dado, cuestionemos lo que aprendemos, imaginemos para llegar más allá, no creamos en todo lo que nos dicen.
El analfabetismo es un problema serio y más en un país en que las escuelas sirven para alimentar a los niños: empezamos mal. Es preocupante que, cada vez que se debate algo como la inseguridad, no empecemos preguntándonos qué les dimos a los chicos hasta ahora, por qué hay adultos que nos ofrecen violencia y hostilidad (incluso, niños aún). Por qué deberían ellos darles valor a nuestras vidas, si nosotros como sociedad jamás se lo dimos a la de ellos.
Por eso, creo que el analfabetismo funcional es un peligro. Quiero decir, aquellos que van a la escuela y tienen cinco títulos en su haber como un trofeo o riqueza que han capitalizado. Y no en vano la palabra es “capitalizado”. En este mundo, los conocimientos se almacenan y se acumulan. Con la velocidad de las cosas, uno debe tener un posdoctorado a los 35 o no es nadie. Bueno, saben qué, no me interesa ser alguien a ese precio. En este mundo, no se es nadie sin un título, hay que ocupar un rol en este juego. Bueno, saben qué, odio que me miren como si fuera superior cuando digo que soy Licenciada. Me llamo Mariana, eso soy, una persona que se cuestiona cosas y que no tiene un rumbo fijo y, cada vez, las cosas menos claras. Y, eso mismo hace que me sienta mejor en mi caos interno. El analfabetismo funcional no sirve ni más ni menos que para repetir lo que dicen los medios, para no poder pensar si nos están mintiendo, para no darnos cuenta de que dicen una cosa y al segundo la contraria, para no indignarse con las incoherencias de Mirtha Legrand, el exponente del analfabetismo funcional por excelencia. Es lamentable ver cómo gente que ha tenido todas las posibilidades está sumergida en eso. Y no me indigna que Macri confunda el 9 de julio con el día de la bandera (de última, no ganaría nunca el Imbatible, algo que no es un problema). Me preocupa que, si confunde algo que no hace daño a nadie, confunda cosas mayores como a la ciudad con una empresa (como lo siga haciendo, voy a ir a reclamarle mi sueldo porque, entonces, los ciudadanos seríamos empleados).
Me preocupa, gente. Cada vez me preocupa más ver que la realidad (la mía, mi visión que no es más que una astilla del conjunto) sea tan diferente de lo que se ve en los medios (todo se construye y es una visión parcial, ver Eliseo Verón La construcción del acontecimiento, creo que se llamaba así). Y, como leí en algún momento, el tema es que no le podemos echar la culpa a ellos por nuestra ignorancia de las cosas porque vías de acceso a la información hay muchas y, en esta época, hay una responsabilidad social, el ciudadano “debe” informarse, ya no es más sólo un derecho el acceso a la información como lo era en la época de la ilustración (olvidé el nombre del libro y de los autores).
Lo único que sé es que pocos se involucran y que la mayoría cree que tiene que reclamar, aunque no sepa por qué. Lo más llamativo es que Biolcati reclame por la pobreza. Entonces, me pregunto yo ¿doy un portazo y me voy y que el último apague la luz?, ¿me río con todas mis fuerzas para no llorar?, ¿o digo, la puta hay que hacer algo? Me avergüenzan las palabras de este señor, me avergüenza que se ignore lo que está pasando en Honduras, me avergüenza que asuma Palacios, me avergüenza que nadie se pregunte por qué un chico está drogado y delinquiendo y que se lo quiera meter preso con 8 años. Me avergüenza que me inventen novelas de ciencia ficción en que la gripe A viene por nosotros, el pueblo elegido. Me avergüenza la inacción y la falta de intereses que tiene mi sociedad por los temas sociales.
Esto no son más que un conjunto de ideas que me indignan. Se aceptan opiniones y comentarios.
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