¿Se acuerdan de la publicidad en que un hijo decía que el padre le había explicado la teoría de la relatividad con una mirada?
Las miradas tienen un lenguaje propio, pero no todo el mundo es capaz de descubrirlo. Siempre le recomiendo a la gente tener mascotas, por los más diversos motivos. Por ejemplo, una persona que vive sola, si tiene mascota/s, jamás vive sola. Siempre hay una presencia en la casa, alguien que deja sus marcas, sus olores, su huella en un almohadón una vez que se levanta de dormir. Pero no es solo eso, nos enseñan unas cuantas cosas.
No puedo no sentirme querida con mis dos pichones, mi gato y mi perra. Estando en casa, aunque no haya ningún humano cerca, converso con ellos, me río (me hacen reír mucho), me enojo, me muero de ternura. Cada uno tiene una forma especial de ser. Por algo dicen que a los enfermos los ayuda tener un animal. Una vez, vi un documental en que un enfermo de SIDA decía que lo primero que le dijeron fue que entregara a su gato porque lo iba a perjudicar en su salud. El señor lo hizo y sus defensas comenzaron a bajar. Cuando recuperó a su gato, se estabilizó completamente y los mismos médicos le dijeron que era preferible que estuviera acompañado por su gato.
En mi caso, puedo decir que mi gato me mata de amor cuando él solito va a tapar con los diarios el pis de Cuqui. Que me enfurece cuando tira todo y que me río mucho cuando me deshace toda la cama.
Pero todo esto que empecé a escribir pretendía ser un homenaje a Cuqui, a quien considero mi hermana prácticamente. Llevamos 14 años juntas y nos conocemos cada vez más. No solo yo a ella sino ella a mí también. Aunque no me crea mucha gente, llegamos a una comprensión con las miradas tremenda, creo que más de una vez me explicó la teoría de la relatividad. Si hace pis, se sienta al lado y espera a que la mire a los ojos y me lo dice. Si tiene sueño y no quiere hacer algo, me lo dice. Si pasa algo con el gato, viene y me lo dice a los gritos (lo mismo hacía con el Pucho, el gato anterior, cada vez que tenía un ataque de asma venía Cuqui a gritarme y yo ya sabía que tenía que medicarlo). Si me siento mal, está cerca cuidándome. Si me ve llorar, viene a lamerme y me mira con tristeza. Si quiere mimo, se pone en dos patitas y me mira con dulzura. Si no quiere algo, me mira de reojo.
Pero el otro día, terminé de descubrir que a ella le pasan cosas similares conmigo. Cuando hay una comida en la mesa que le gusta mucho, me mira con cara de "te doy lástima". No sé cómo, pero cuando decido compartir algo con ella (cosa que no es frecuente), ella se da cuenta, lo percibe y se sienta derechita, me mira con ilusión y se pone contenta a esperar la recompensa. Sabe, también, que cuando tomo mi vaso de jugo es porque terminé de comer y me levanto de la mesa. Sabe que si me cuelgo la cartera es porque por un rato no vuelvo y se echa triste en un rincón. Sabe cuando llegamos a la puerta del edificio de mi mamá que va a verla y corre desesperadamente como si fuera solo un cachorrito. Siempre supo, desde sus dos mesitos de vida, que si había un bolso armado alguien se iba y se echa a dormir sobre el bolso o la valija muy triste, como queriendo retenerlo a uno. Porque odiando a los niños, cuando está mi sobrina, no se acerca a ella y lo mira a Leo, a quien quiere mucho, con muchos celos, tratando de entender qué fue lo que pasó.
Mi gato, también, habla. Cada vez más, pero él habla. Acostumbra a quejarse mucho cuando lo peino o lo baño, pero con un lamento muy lastimero cual gato de Shrek llorando. Habla y mucho. Es un gran personaje León.
Pero no me quiero extender en él, no porque no importe, sino porque esto es un homenaje para la que lleva 14 años conmigo, mi amiga, mi hermana, muchas veces, mi madre (le gusta retarme) y todo el tiempo mi perra. Porque sé que pronto se irá (pronto pueden ser meses o añitos a su edad) y la voy a extrañar mucho. Porque, como dice un libro de Saramago que no vale mucho la pena, la muerte al sentir el calor del perro en su regazo pensó que esos seres no deberían morir nunca.
Porque sé que algún día me faltará esa carita que se voltea a mirarme como ahora, mientras escribo esto, para decirme que sigue a mi lado, aunque en esta habitación haga mucho calor.
Los animales pueden enseñarnos más de la vida de lo que pensamos. Creo que ella me enseñó a poder leer las miradas de la gente y a entenderlas por sus movimientos y actitudes, dejando de lado las palabras. Gracias, Cuqui, por haberme sabido entrenar.