Por una escalera, subía. Por la de la vida que, también, es la que utiliza la muerte. Janaína sabía bien que eran las dos caras de una misma moneda porque era la madre de ambas. Su vientre se transformaba, con la calidez de la vida y de la muerte, en un prado en flor para que sus chiquitos danzaran con su ombligo como sol. En cualquier caso, ambos danzaban, aunque algunos de ellos sólo lo hicieran en abril.
Pero un día, la vida pudo más porque puso en ese prado una piedra, y la piedra rodó, y la piedra se hizo roca y la fuerza del amor de los tres hizo que esa piedra creciera y la piedra nació. La piedra le borraría siempre las lágrimas y vencería las tormentas.
Janaína se sabía fuerte porque era la madre de la vida y de la muerte.
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