Se pelearán por ellas, dice la madre refiriéndose a las sillas nuevas que se hamacan. Pero, cuando dice «ellas», habla de sus hijas. Pero no. «Ellas» incluye a Libertad y a su abuela, la madre de su madre, porque este verano, a este lugar tropical, llegó desde España un vendaval de nieve con la forma de una señora mayor, la abuela.
Esta señora que parece Heidi, por momentos, es un adulto con sonrisa de niño y, en otros casos, un niño que disfruta de su adultez. Ella, Libertad, no sabe que eso la hace distinta. Para ella, siempre es reconocible la niña-abuela que tiene. Muchos años después, sabrá que mucha gente crece o se aniña según la situación, del mismo modo en que le sucederá a Gabriel, a quien en esta época ni siquiera intuye.
El día de la disputa se presenta soleado. Libertad y la abuela Heidi salen al patio y, cada una, se sienta en una de las hamacas, esas sillas de hierro blanco, cuyos almohadones son verdes con flores. La abuela Heidi se sienta en la de la derecha y ella en la de la izquierda. A la abuela Heidi, le gusta hacerla enojar, algo que ella heredará, por lo que le dice que una de las sillas es de papá y la otra suya, de la abuela, claro está. Libertad empieza a discutir y a decirle que no, eso no es posible porque ella está de visita. La abuela Heidi ríe, le tiene miedo a las tormentas, roba caramelos… La abuela Heidi sabe que ser adulto implica disfrutar de su vieja infancia.
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