Ellos lo podían lograr y lo sabían, aunque algunas tensiones comenzaban a aparecer. No era fácil estar conviviendo todos juntos, sometiendo a una votación cada paso que debían tomar.
Una semana había pasado de la desaparición de Libertad, pero Penélope había sabido llenar cada hueco de silencio con palabras. Esto sucedió hasta que Sofía le dijo basta, hay algo que hemos olvidado. Sí, de preguntarle a Gabriel qué pasa con Libertad, dijo Soledad.
En ese mismo momento, Santiago cruzaba la puerta con todos los varones excepto Gabriel, que estaba armando una casa en un árbol de la otra orilla, cuando había río. ¿Dónde está Gabriel?, preguntaron ellas y Santiago les comentó lo que sucedía. Él había dejado la huerta para pensar en su nuevo proyecto. Habrá que ir hasta la casa de las diferencias a preguntarle qué sucede y qué pasó con Libertad, dijo Sofía. El sol está muy fuerte, muchos de nosotros podríamos no llegar y los que lo consiguieran necesitarían beber mucha agua, dijo el novio de Penélope que, por primera vez, rompía el silencio. Voy a ir yo, dijo Soledad, Luna me protege, ella puede tapar el sol con un dedito y hacer que los rayos no me peguen. Yo te voy a tejer un abrigo con palabras para que te cubra en el camino y voy a cuidar del resto con cálidas historias, dijo Penélope y se puso a hablar y a bailar.
Soledad, entonces, tomó a Luna en los brazos y se puso a caminar. Tenía sus temores, pero quería sacar a Libertad de su sueño en el campo de amapolas. Luna la vio temerosa y le regaló una sonrisa fortalecedora, levantó el dedo índice de la mano izquierda y dijo mamá, mamá, mientras señalaba el sol. Con ese dedito levantado, conseguía hacer un cono de sombras que seguía a su madre a medida que avanzaba.
Cuando llegó, ahí estaba Gabriel oxidándose un poco. Tengo que hablar con vos, le dijo ella. Él la miró y sonrió. Los hombres dicen que dejaste la huerta para pensar en tu casa. Nuestra casa, dijo él, pienso compartirla. Esa casa no es urgente. ¿Quién puede saber cuáles son mis urgencias? Estamos todos acá porque decidimos ayudarnos, dijo ella, formando un solo cuerpo. ¿De dónde sacaste esas palabras?, preguntó él. Alguna vez, Libertad me quiso explicar cómo repensaba ciertas cosas que le habían enseñado y me cantó una canción «todos unidos formando un solo cuerpo, un cuerpo que en la Pascua nació» y me dijo que qué bueno pensar la resurrección (la vuelta a la vida) como la unión de todos, que era casi como los mosqueteros «uno para todos y todos para uno». No sabía que ibas a misa, dijo él. No voy, respondió ella. ¿Qué memoria, entonces, me cantaste el trecho de una canción que sólo escuchaste una vez? La memoria y el valor son insondables, aparecen cuando uno menos los espera, al igual que las palabras indicadas para decir en los momentos precisos, dijo ella, como todas estas que te estoy diciendo. ¿A qué viniste?, preguntó él. Quiero saber qué pasa con vos y qué pasó con Libertad. Necesito poder encontrarme a mí para poder estar con ustedes. ¿Eso es una metáfora para decir que estás huyendo?, dijo ella. No, simplemente, me estoy yendo, cuando uno huye es porque sabe que alguien lo espera y Libertad se fue. ¿Hacia dónde, no habías dicho que sólo se había vuelto transparente? Decidió irse hace cuatro días, me dijo que sabía que en ese nuevo estado que tenía, el calor, la sed, el hambre y el sueño no la molestarían. ¿Por qué lo hizo? Porque sabe que allá afuera hay gente que la necesita, va a ir por todos lados a ayudarlos a organizarse. Ella, también, huyó, dijo Soledad con un dejo de tristeza. No, no huyó, se fue, me dijo que aquí nadie la esperaría y que necesitaba irse para poder volver y partirse. ¿Sabés cómo está? Al principio, venía a buscarme para contarme las novedades e, incluso, muchas veces me pidió que la ayudara. Pero vos podrías haber muerto, por el calor, dijo ella. Me pidió que me esfumara como ella, pero yo no sé hacerlo por completo, sólo me sale de a ratos y tampoco me animé. Vos la dejaste sola, aun cuando ella te ayudó siendo un viejo y siendo niño, dijo con un tono de reproche en la voz. Ella fue quien se ofreció a hacerlo, dijo él. Estás sonando egoísta, pero poco me importa ahora de vos, ¿por qué no vino por alguno de nosotros? Porque todos tenían alguien a quien cuidar, incluida la pequeña Luna, pero quedate tranquila, me dijo que se había llevado algunas cosas de cada uno que ni siquiera sabía que las tenía. ¿Por ejemplo?, yo no noté que me faltara nada, dijo ella. A Sofía, le robó un poco de confianza en sí misma, a su novio, el don de dar, a Penélope, un poco de ese amor maternal y seguridad en el futuro, a su novio, le quitó un poquito de sueños, a Santiago, le robó simpatía, a Luna, las palabras que podrá decir algún día y, a vos, el valor para enfrentar los problemas y conseguir tus sueños. ¿Y a vos?, preguntó Soledad. ¿A mí?, a mí, nada, me preguntó qué podría ofrecerle y le dije que mi futura casita para que guardara sus cosas y me contara sus penas, pensé que las penas y las diferencias podrían ser buenas vecinas. ¿Y ella aceptó? No, me dijo que la casa no era real y que tampoco quería guardar sus cosas, que todo lo que les había quitado a ustedes era para poder enfrentar el camino y para poder entregárselo a la gente que necesitaba. ¿O sea que tuyo no tienen nada? Nada espiritual, se llevó el aceite para ayudar a quienes se estuvieran oxidando más que yo, por eso, ahora estoy así. ¿Y qué más sabés de ella? Me pidió que cuidara su corazón ¿te acordás que lo tuve encendido en mis manos?, bueno, me pidió que, si algún día la llama se apagaba, que lo enterrara por aquí, que si ella necesitaba buscaría otro. ¿La última vez que la viste cuándo fue? Hace dos días. ¿Y cómo estaba? Mal, me extrañaba mucho y me dijo que los problemas de todos los que veía no le cabían en las manos y que estaba empezando a cargarlos en las espaldas. ¿Algo más te dijo? Sí, necesitaba enseñarles a todos a ser libres y a saber valerse por sí mismos y que ella, también, necesitaba aprenderlo con ellos y que le dolía mucho el útero. ¿Por qué?, dijo Soledad asombrada. Porque no tiene ningún hijo y, al mismo tiempo, todos lo son y conforman un único cuerpo, su hijo el Hombre.
Luna hacía un tiempo que estaba durmiendo, puesto que la verdadera había realizado el trabajo de cubrir a su mamá y a todo el resto. Me voy, dijo Soledad, ¿y vos? Me quedo hasta que alguien quiera ponerme aceite. No hace falta sólo que alguien te quiera poner aceite, sino también que vos lo dejes. Se dio media vuelta y empezó a caminar. Soledad, dijo él para detener sus pasos. ¿Qué?, preguntó ella al mismo tiempo que se daba vuelta. Hablando de úteros, me dijo que te anunciara que hay un bebé en camino, que vas a ser madre una vez más.