Algún día llegaría, y llegó. María temblaba y reía de la emoción. Su vestido era lo más bello porque era suyo, su sueño. Soledad que no estaba sola llegó corriendo con las manos en alto, agitando con una de ellas el ramo de jazmines y con la otra las sandalias. Pidió disculpas por la tardanza y, mientras normalizaba su respiración agitada, intentaba explicar que podían solucionar el tema del calzado para las demás novias, forrando ojotas de plástico. Además, si alguna de ellas deseara usar algún calzado que poseyera, podría hacerlo.
Libertad entró en la casa por la puerta que se comunicaba con el fondo. Ella venía con una palsticola en la mano. Se acercó a María y le pidió las suyas. Ella miraba azorada. Entonces, Libertad comenzó a darles brillo a las uñas y, enseguida, sus manos resplandecieron. Una vez finalizada la tarea, admiraron la obra que era María. Luciana recordó que debían sacarle la foto para la revista, ya que era el último detalle que faltaba para que el primer número estuviera pronto en la calle. Soledad dijo que Santiago, su santo caballero andante, se ofrecía a hacer, en forma gratuita, la edición de Internet.
Al poco tiempo, llegó el padre a buscar a la novia para conducirla hasta el altar. Las demás se adelantaron a las corridas para llegar con tiempo a la iglesia. El grupo que se congregaba allí era reducido. En el lugar, no había lujos ni excesos. Todo se correspondía con lo esperado. Cuando María entró, todos la observaban sorprendidos. Era la mujer más bella y majestuosa jamás vista. El casamiento transcurrió normalmente y, una vez terminada la ceremonia, se dirigieron a la casa paterna de María. Ella rebosaba de felicidad y, luego de un pequeño brindis, decidió tirar su ramo, que volvió a las manos que lo habían conducido agitado hasta la casa, volvió a las manos de Soledad que no estaba sola.
Libertad entró en la casa por la puerta que se comunicaba con el fondo. Ella venía con una palsticola en la mano. Se acercó a María y le pidió las suyas. Ella miraba azorada. Entonces, Libertad comenzó a darles brillo a las uñas y, enseguida, sus manos resplandecieron. Una vez finalizada la tarea, admiraron la obra que era María. Luciana recordó que debían sacarle la foto para la revista, ya que era el último detalle que faltaba para que el primer número estuviera pronto en la calle. Soledad dijo que Santiago, su santo caballero andante, se ofrecía a hacer, en forma gratuita, la edición de Internet.
Al poco tiempo, llegó el padre a buscar a la novia para conducirla hasta el altar. Las demás se adelantaron a las corridas para llegar con tiempo a la iglesia. El grupo que se congregaba allí era reducido. En el lugar, no había lujos ni excesos. Todo se correspondía con lo esperado. Cuando María entró, todos la observaban sorprendidos. Era la mujer más bella y majestuosa jamás vista. El casamiento transcurrió normalmente y, una vez terminada la ceremonia, se dirigieron a la casa paterna de María. Ella rebosaba de felicidad y, luego de un pequeño brindis, decidió tirar su ramo, que volvió a las manos que lo habían conducido agitado hasta la casa, volvió a las manos de Soledad que no estaba sola.
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