La «realidad» se ve superada por el artificio continuamente. Soledad y Libertad descubren, en medio de esa clase tan tediosa, que la profesora no se parece a Benny Hill disfrazado de viejita, sino que, en verdad, es un viejito que se parece a Benny Hill en traje de señora. El tedio y los caramelos las envuelven en esa puesta en escena, en esa actuación que en este caso dista de ser magistral, y vuelan con sus pensamientos imaginando intrigas en ese arte de novelar dialogando que poseen. Construyen historias, imaginan personajes, y todos son tan reales como que Benny Hill está leyendo escenas de Shakespeare. Esto es tan real como, para decirlo en términos del viejito barrabrava de boca, sucede en el teatro isabelino: el mancebo que interpreta a Julieta no es tal joven, simplemente porque es Julieta, cada centímetro de su piel y de su cuerpo dice a los gritos que es Julieta y que ama a Romeo.
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